Llegamos hasta el año 1521 donde
encontramos a uno de los herejes que más atacaron a la Misa y al Papado: el
monje alemán Martín Lutero. El Padre Congar (uno de los ideólogos del Concilio
Vaticano II) ha dicho de él: “Lutero es uno de los más grandes genios
religiosos de toda la historia, yo lo coloco en el mismo plano que San Agustín
y Santo Tomás de Aquino o Pascal: En cierta manera es, incluso, más grande”.
Esta triste confesión nos demuestra que, si Lutero es tan querido por los
hombres del Concilio Vaticano II y la nueva misa, hay algo que anda mal en la
Teología de este siglo.
Lutero, evidentemente, no fue ni un
santo, ni un genio religioso. Era el hereje que odiaba al Papa y a la Iglesia,
y que decía: “la misa católica es la mayor y más horrible de las abominaciones
papistas, la cola del dragón del apocalipsis” Todo el odio de Lutero contra la
misa católica tradicional se puede resumir en un solo concepto: la Misa se
oponía a su concepción de la religión. En la Misa tradicional, el centro es
Dios. Por lo tanto, antes que nada, él culto es un homenaje rendido a Dios, y
el Sacrificio es el acto por excelencia de este homenaje. Para Lutero, por el
contrario, el centro de la religión ya no era Dios, sino el hombre; la
finalidad de la religión para él era esclarecer al hombre y -más aún-
consolarlo. Y sí esto fuera así, ¿para qué serviría una inmolación hecha a Dios
para reconocer su soberano dominio sobre las creaturas? Por esta razón es que
Lutero deseaba la abolición del ofertorio. Después del Concilio Vaticano II, en
la nueva misa, el ofertorio ha sido suprimido: se ha sustituido el ofertorio
tradicional -que tan admirablemente expresaba la noción de sacrificio y de
propiciación- y en su lugar se han puesto unas plegarias israelitas extraídas
de la Kábala de los judíos, que se limitan a un mero intercambio dé dones entre
Dios y el hombre, borrando el sentido de la oblación. Estas plegarias se usan,
hoy en día, en las comunidades judías para bendecir los alimentos.
Lutero explicaba esto: “La misa es
ofrecida por Dios al hombre y no por el hombre a Dios; ella es la liturgia de
la palabra, una comunión y una participación (…) este abominable canon que hace
de la misa un Sacrificio. La acción de un sacrificador. Lo miramos como
sacramento o como testamento. Llamémosle bendición, Eucaristía, mesa del Señor,
Cena del Señor, o Memorial del Señor”.
Quien reflexione sobre lo que decía
el hereje Lutero, se dará cuenta que no tiene nada que ver con la teología
católica, con lo que la Iglesia siempre creyó y defendió. Llegó al extremo de
decir exactamente lo contrario de lo que es la Misa: que en vez de ofrecerla
los hombres a Dios, como el acto de culto y religión por excelencia, pretendía
que es Dios quien se la ofrece a los hombres. ¡Invertía todo! Lo más trágico es
que los sacerdotes de la Iglesia Católica, haciendo caso al Concilio, hoy nos
hablan de mesa del Señor, Cena del Señor, etc…, y ¡no rezan el ofertorio como
lo quería Lutero!
De hecho, lo que hizo Lutero fue
adaptar la Santa Misa católica tradicional a su pensamiento, y para eso
trastocó los textos esenciales del Canon y los mantuvo como simples
recitaciones de la institución de la Cena. En un momento dado, agregó en la
Consagración del pan las palabras “quod pro vobis tradetur” (“que será
entregado por vosotros”), y en la consagración del vino suprimió las palabras
“Misterium fidei” (“misterio de fe”) y quitó las palabras de Nuestro Señor “pro
multis” (“por muchos”). ¡Esto es muy grave! ¡Cambió nada menos que las palabras
de Jesucristo! Lutero -además- sustituyó el latín por la lengua de cada país;
hizo cambiar el altar, poniendo en su lugar una mesa, mirando al pueblo;
permitió distribuir la comunión en la mano; autorizó a que la comunión fuese
distribuida por laicos; reemplazó la confesión privada y personal por
absoluciones colectivas y dispuso que el nombre de Misa fuese sustituido por el
de Eucaristía y Cena.
Preguntémonos una vez más: ¿la nueva misa que nació en 1969 no es
demasiado parecida a la que había fabricado él hereje Lutero?