C. N.
Dicen poco más o menos los actuales milenaristas que el decreto del Santo
Oficio que prohibió la enseñanza del milenarismo mitigado era un decreto tan solo
disciplinar y no doctrinal, por lo que pueden no seguirlo.
Ahora bien, indudablemente, para quienes tienen ojos para ver, el mencionado
decreto vale como disciplinar justamente porque se funda en una doctrina. ¿Qué
doctrina? La doctrina de que “el sistema del milenarismo mitigado no puede enseñarse
con seguridad” (respecto a la fe). Más todavía: se trata de un decreto firmado
por Pío XII en cuanto pastor y doctor de todos los cristianos, y que exigía que
la Iglesia universal acatara y sustentara la doctrina allí expuesta. O sea, como
si ya no bastara con tratarse de una determinación del Santo Oficio, que como órgano auténtico del magisterio participaba de la autoridad de este
de manera habitual y propia, este decreto cumplía con las
cuatro condiciones vaticanas para la infalibilidad. Si no es así, o sea, si un
decreto disciplinar no se funda en una doctrina infalible o al menos cierta,
nunca tendrá validad; será pura y simplemente nulo, como lo son, por ejemplo,
todos los decretos disciplinares del magisterio conciliar.
Aceptemos dialécticamente, sin embargo, aunque en absoluto sin concederlo,
que tal decreto fuera pura y simplemente disciplinar. Si así fuera, una de dos:
o los milenaristas actuales habrían de decir que nunca tuvo validad, o habrían
de decir que, aunque tuviera validad, hubiera podido, en cuanto disciplinar,
ser abrogado. Pero, por lo que se puede desprender de sus oscuras palabras, ellos
se inclinan por la segunda hipótesis. Si es así, pregúnteseles: si era abrogable,
quién lo abrogó? Otro Papa? No, sino que lo hacen los mismos milenaristas en nombre,
quizá, de la crisis actual de la Iglesia. Pero esto no es sino infringir la regla
segura, que San Vicente de Lérins señala en su Communitorium, de que es sobre todo en épocas de crisis de fe que debemos
agarrarnos a la tradición y al magisterio anterior sin quitarle ni agregarle ni
un iota – precisamente porque entonces ya no tenemos un magisterio que sea una
segura regla próxima de la fe.
En otras palabras, los milenaristas actuales son otro triste ejemplo de una
tendencia que se difunde incluso entre la oposición católica al liberal-modernismo:
la tendencia a pontificar en lugar
del magisterio pontifical. Y en esto
no hacen sino igualarse al mismo y herético magisterio conciliar.