Vigilanti
cura
CARTA ENCÍCLICA DEL PAPA PÍO XI
SOBRE LA CINEMATOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN:
Siguiendo
con ojo vigilante, como lo requiere nuestro Oficio Pastoral, la labor benéfica
de nuestros hermanos en el episcopado y de los fieles, ha sido muy agradable
para nosotros conocer sobre los frutos ya recogidos y sobre los progresos que
se siguen realizando por la prudente iniciativa lanzada hace más de dos años
atrás como una cruzada santa contra los abusos de las imágenes en movimiento y
encomendada de manera especial a la “Liga de la Decencia”.
Este
excelente experimento nos ofrece ahora una oportunidad muy positiva de
manifestar más completamente nuestro pensamiento respecto a un asunto que toca
íntimamente la vida moral y religiosa de todo el pueblo cristiano.
En
primer lugar, expresamos nuestra gratitud a la jerarquía de los Estados Unidos
de América y a los fieles que cooperaron con ellos, por los importantes
resultados que ha obtenido la “Liga de la Decencia”, bajo su dirección y
orientación. Y nuestra gratitud es más intensa por el hecho de que estábamos
profundamente angustiados al notar con cada día que pasa el progreso lamentable
--magni passus extra viam-- del arte e industria de la cinematografía en la
representación del pecado y el vicio.
Tan
a menudo como se ha presentado la ocasión, hemos considerado que es el deber de
nuestro alto Oficio dirigir a esta condición la atención no sólo del episcopado
y el clero, sino también de todos los hombres rectos y solícitos por el bien
público.
En
la Encíclica “Divini illius Magistri”, ya habíamos lamentado que “instrumentos
potentes de la publicidad (como el cine) que podrían ser de gran ventaja para
el aprendizaje y la educación si fuesen correctamente dirigidos por sanos
principios, a menudo, lamentablemente sirven de incentivo a las malas pasiones
y están subordinados a ganancias deshonestas”.
La
Influencia de la Cinematografía
En
agosto de 1934, dirigiéndonos a una delegación de la Federación Internacional
de la Prensa Cinematográfica, señalamos la gran importancia que ha adquirido el
cine en nuestros días y su vasta influencia tanto en la promoción del bien como
en la insinuación del mal, y les recordamos que es necesario aplicar al cine la
regla suprema que debe dirigir y regular el gran don del arte a fin de que no
se coloque en continuo conflicto con la moral cristiana, o incluso con la
simple moral humana basada en la ley natural. El objetivo esencial del arte, su
razón de ser, es ayudar en la perfección de la personalidad moral, que es el
hombre, y por esta razón debe ser moral en sí mismo. Y se concluyó en medio de
la aprobación manifiesta de ese cuerpo electo---la memoria nos sigue siendo
querida---recomendarles la necesidad de hacer a la cinematografía “moral, una
influencia para la buena moral, una educadora”.
E
incluso recientemente, en abril de este año, cuando tuvimos la dicha de recibir
en audiencia a un grupo de delegados al Congreso Internacional de la Prensa
Cinematográfica, celebrado en Roma, nuevamente llamamos la atención sobre la
gravedad del problema y le exhortamos cálidamente a todos los hombres de buena
voluntad, en nombre no sólo de la religión, sino también del verdadero
bienestar moral y civil de la gente, a usar todos los medios a su alcance,
tales como la prensa, para hacer del cine un valioso auxiliar de instrucción y
educación, y no de destrucción y ruina de las almas.
Las
Necesidades de toda la Cristiandad
El
tema, sin embargo, es de tan capital importancia en sí mismo y debido a la
condición actual de la sociedad, que consideramos necesario volver sobre él, no
sólo con el propósito de hacer recomendaciones concretas, como en ocasiones
anteriores, sino con una perspectiva universal que, aunque comprende las
necesidades de sus propias diócesis, Venerables Hermanos, tiene en cuenta las
de todo el mundo católico. De hecho, es urgentemente necesario el procurar que
también en este campo los progresos del arte, de las ciencias y de la misma
industria y técnica humanas, puesto que son verdaderos dones de Dios, se
ordenen a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirvan
prácticamente para la dilatación del reino de Dios en la tierra. Así como la
Iglesia nos manda a orar, todos podemos aprovecharnos de ellos, pero de tal
manera de no perder los bienes eternos: “transeamus sic por temporalia bona ut
no admittamus Aeterna”.[2]
Ahora
bien, es una certeza que puede ser fácilmente comprobada que mientras más
maravilloso es el progreso del arte e industria de la cinematografía, más
pernicioso y mortal se ha mostrado para la moral y la religión e incluso para
el mismo decoro de la sociedad humana.
Los
mismos directores de la industria en los Estados Unidos reconocieron este hecho
cuando confesaron que la responsabilidad ante el pueblo y el mundo recae sobre
ellos mismos. En un compromiso hecho por común acuerdo, en marzo de 1930, y
solemnemente sellado, firmado y publicado en la prensa, se comprometieron
formalmente a salvaguardar para el futuro el bienestar moral de los asistentes
al cine.
Se
prometió en este acuerdo que no se produciría ninguna película que disminuya el
estándar moral de los espectadores, que desacredite la ley natural o humana o
que despierte simpatía por su violación.
Promesas
no Cumplidas
Sin
embargo, a pesar de esta sabia y espontánea decisión tomada, los responsables
se mostraron incapaces de llevarla a cabo y parecía que los productores y los
operadores no estaban dispuestos a defender los principios a los que se habían
comprometido. Dado que, por lo tanto, el mencionado compromiso ha comprobado
tener sólo un leve efecto y dado que el desfile del vicio y el crimen ha
continuado en la pantalla, el camino parecía casi cerrado para los que buscaban
una diversión honesta en el cine.
En
esta crisis, vosotros, Venerables Hermanos, estuvieron entre los primeros en
estudiar los medios de salvaguardar las almas confiadas a su cuidado, y se puso
en marcha la “Legión de la Decencia” como una cruzada por la moralidad pública
destinada a revitalizar los ideales de la rectitud natural y cristiana. Lejos
de ustedes estaba la idea de hacer daño a la industria cinematográfica; más
bien la armaron de antemano contra la ruina que amenaza a toda forma de
recreación que, en la forma de arte, degenera en corrupción.
El
Juramento de la “Liga de la Decencia”
Su
liderato reclamó la rápida y devota lealtad de su pueblo fiel, y millones de
católicos estadounidenses firmaron el compromiso de la “Legión de la Decencia”,
comprometiéndose a no asistir a cualquier película que fuese ofensiva a los
principios morales católicos o a los estándares de vida adecuados. Así somos capaces
de anunciar con alegría que pocos problemas de estos últimos tiempos han unido
tan estrechamente a los obispos y al pueblo como el resuelto mediante la
cooperación en esta santa cruzada. No sólo católicos, sino también protestantes
magnánimos, judíos y muchos otros aceptaron su ejemplo y unieron sus esfuerzos
con los suyos en el restablecimiento de estándares sabios, tanto artísticos
como morales, para el cine.
Es
para nosotros un consuelo muy grande el notar el éxito sobresaliente de la
cruzada. Debido a su vigilancia y debido a la presión que ha ejercida la
opinión pública, el cine ha mostrado una mejoría desde el punto de vista moral:
se muestran la delincuencia y el vicio con menos frecuencia; ya no se aprueba y
aclama el pecado tan abiertamente; los falsos ideales de vida ya no se
presentan de forma tan flagrante a las mentes impresionables de los jóvenes.
Un
Ímpetu Útil
Aunque
en algunos círculos se pronosticó que los valores artísticos del cine se verían
seriamente perjudicados por la reforma impulsada por la “Legión de la decencia”,
parece que ha ocurrido todo lo contrario y que la “Legión de la Decencia” ha
dado no poco ímpetu a los esfuerzos para promover el cine camino a la
importancia artística noble orientándolo hacia la producción de obras maestras
clásicas, así como de creaciones originales de un valor poco común.
Tampoco
las inversiones financieras de la industria han sufrido, como se predijo
gratuitamente, pues muchos de los que se mantenían lejos del cine porque
ultrajaba la moral lo están patrocinando ahora que son capaces de disfrutar de
películas limpias, que no son ofensivas para la moral o peligrosas para la
virtud cristiana.
Cuando
ustedes comenzaron su cruzada se dijo que sus esfuerzos serían de corta
duración y que los efectos no serían duraderos, porque, como la vigilancia de
los obispos y fieles disminuiría paulatinamente, los productores se verían
libres para regresar de nuevo a sus antiguos métodos. No es difícil entender
por qué algunos de estos podrían estar deseosos de volver a los temas
siniestros que complacen a los deseos inferiores y que ustedes habían
prohibido. Mientras que la representación de temas de verdadero valor artístico
y la representación de las vicisitudes de la virtud humana requieren esfuerzo
intelectual, fatiga, capacidad y a veces desembolso considerable de dinero, a
menudo es relativamente fácil atraer a un cierto tipo de persona y ciertas
clases de personas a un teatro que presenta películas destinadas a inflamar las
pasiones y despertar los bajos instintos latentes en el corazón humano.
Una
vigilancia incesante y universal debe, por el contrario, convencer a los
productores que la “Legión de la Decencia” no se ha iniciado como una cruzada
de corta duración, que pronto será descuidada y olvidada, sino que los obispos
de los Estados Unidos están determinados, en todo momento y a toda costa, a
salvaguardar la recreación de las personas independientemente de la forma que
esa recreación puede tomar.
II.
EL PODER DEL CINE
La
recreación, en sus múltiples variedades, se ha convertido en una necesidad para
las personas que trabajan en las extenuantes condiciones de la industria
moderna, pero debe ser digna de la naturaleza racional del hombre y por lo
tanto debe ser moralmente sana. Debe ser elevada al rango de un factor positivo
para el bien y debe tratar de despertar sentimientos nobles. Un pueblo que, en
el tiempo de reposo, se entrega a diversiones que violan la decencia, el honor
o la moral, a recreaciones que, sobre todo para los jóvenes, constituyen ocasiones
de pecado, está en grave peligro de perder su grandeza e incluso su poder
nacional.
No
admite ninguna discusión que el cine ha logrado en estos últimos años una
posición de importancia universal entre los medios de diversión modernos.
La
Forma Más Popular de Entretenimiento
No
es necesario señalar el hecho de que millones de personas van al cine todos los
días; que en países civilizados y semi civilizados se abren cada día mayor
número de salas de cine, que el cine se ha convertido en la forma de diversión
más popular que se ofrece para las horas de ocio no sólo de los ricos, sino de
todas las clases sociales.
Al
mismo tiempo, hoy día no existe un medio más potente para influenciar a las
masas que el cine. La razón de esto hay que buscarla en la naturaleza misma de
las imágenes proyectadas en la pantalla, en la popularidad de las obras
cinematográficas y en las circunstancias que las acompañan.
El
poder del cine consiste en esto, que habla por medio de imágenes vivas y
concretas que la mente acepta con alegría y sin fatiga. Incluso el cine cautiva
a las mentes más crueles y primitivas, que no tienen ni la capacidad ni el
deseo de hacer los esfuerzos necesarios para la abstracción o el razonamiento
deductivo. En lugar del esfuerzo que requieren la lectura o la escucha, está el
continuo placer de una sucesión de imágenes concretas y, por así decirlo,
vivientes.
Este
poder es aún mayor en la imagen parlante debido a que la interpretación se hace
aún más fácil y se le añade el encanto de la música a la acción del drama. Los
bailes y la variedad de actos que se introducen a veces entre las películas
sirven para aumentar la estimulación de las pasiones.
Debe
ser Elevado
Puesto
que el cine es en realidad una especie de lección que, para bien o para mal,
enseña a la mayoría de los hombres más efectivamente que el razonamiento
abstracto, debe ser elevado de conformidad con los objetivos de una conciencia
cristiana y debe ser librado de efectos depravantes y desmoralizadores.
Todo
el mundo sabe el daño que hacen al alma las películas malas. Son ocasiones de
pecado, seducen a los jóvenes a los caminos del mal mediante la glorificación
de las pasiones; muestran la vida bajo una luz falsa; nublan los ideales;
destruyen el amor puro, el respeto por el matrimonio, el cariño por la familia.
Son capaces también de crear prejuicios entre los individuos y malentendidos
entre las naciones, entre las clases sociales, entre razas enteras
Por
otra parte, las películas buenas son capaces de ejercer una profunda influencia
moral sobre aquellos que las ven. Además de lograr la recreación, son capaces
de despertar los nobles ideales de la vida, de comunicar conceptos valiosos, de
impartir un mejor conocimiento de la historia y las bellezas de la patria y de
otros países, de presentar la verdad y la virtud en formas atractivas, de
crear, o al menos favorecer el entendimiento entre naciones, clases sociales y
razas, de defender la causa de la justicia, de dar nueva vida a las
reclamaciones de la virtud, y de contribuir positivamente a la génesis de un
orden social justo en el mundo.
No
les Habla a los Individuos, sino a las Multitudes
Estas
consideraciones adquieren mayor gravedad por el hecho de que el cine no habla a
los individuos, sino a las multitudes, y que lo hace en circunstancias de
tiempo y lugar y ambientes que son muy adecuadas para despertar el entusiasmo
inusual tanto para lo bueno como para lo malo y para conducir a la exaltación
colectiva que, como nos enseña la experiencia, puede asumir las formas más
morbosas.
Las
películas son vistas por personas que están sentadas en un teatro oscuro y
cuyas facultades mentales, físicas y a menudo espirituales, están relajadas. No
hace falta ir muy lejos en busca de estos teatros: están cercanos a la casa, a
la iglesia y a la escuela, y así llevan el cine al mismo centro de la vida
popular.
Por
otra parte, el cine representa las historias y las acciones con hombres y
mujeres cuyas dotes naturales se incrementan con el adiestramiento y
embellecimiento por todas las artes conocidas, en un modo que posiblemente se
puede convertir en una fuente adicional de corrupción, especialmente para los
jóvenes. Además, la cinematografía contrata a su servicio mobiliario de lujo,
música agradable, el vigor del realismo, toda forma de capricho y fantasía. Por
esta misma razón, atrae y fascina especialmente a los jóvenes, los adolescentes
e incluso a los niños. Así, en la misma época en que se está formando el
sentido moral y en la que se están desarrollando las ideas y los sentimientos
de justicia y rectitud, del deber y la obligación y de los ideales de la vida,
el cine con su propaganda directa asume una posición de influencia dominante.
Es
lamentable que, en el actual estado de cosas, esta influencia sea ejercida
frecuentemente para el mal. Tanto es así que cuando uno piensa en los estragos
causados en el alma de la juventud y la infancia, en la pérdida de la inocencia
que tan a menudo se sufre en las salas cinematográficas, nos viene a la mente
la terrible condena pronunciada por Nuestro Señor a los corruptores de los
pequeños: “y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le
vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los
asnos, y le hundan en lo profundo del mar.” (Mt. 18,6).
No
Debe Ser una Escuela de Corrupción
Por
tanto, es una de las necesidades supremas de nuestro tiempo vigilar y trabajar
hacia la meta de que el cine no sea más una escuela de corrupción, sino que se
transforme en un instrumento eficaz para la educación y la elevación de la
humanidad.
Y
aquí anotamos con satisfacción que algunos gobiernos, en su ansiedad por la
influencia ejercida por el cine en el campo moral y educativo, han creado, con
la ayuda de personas rectas y honestas, especialmente padres y madres de
familia, comisiones revisoras y han constituido otros organismos que tienen que
ver con la producción cinematográfica, en un esfuerzo para dirigir el cine a
buscar inspiración en las obras nacionales de los grandes poetas y escritores.
Fue
muy apropiado y deseable que vosotros, Venerables Hermanos, hayan ejercido una
vigilancia especial sobre la industria cinematográfica, que en su país está tan
desarrollada y que tiene gran influencia en otros lugares del mundo. Es
igualmente el deber de los obispos de todo el mundo católico unirse en la
vigilancia de esta forma universal y potente de entretenimiento e instrucción,
a fin de que puedan ser capaces de colocar una prohibición sobre las películas
malas porque son una ofensa a los sentimientos morales y religiosos y porque
están en oposición al espíritu cristiano y a sus principios éticos. No debe
haber cansancio en la lucha contra todo lo que contribuye a la disminución del
sentido de decencia y honor en la gente.
Esta
es una obligación que vincula no sólo a los obispos, sino también a los fieles
y a todos los hombres decentes que se preocupan por el decoro y salud moral de
la familia, de la nación y de la sociedad humana en general. ¿En qué, entonces,
debe consistir esta vigilancia?
III.
UN TRABAJO PARA LA ACCIÓN CATÓLICA
El
problema de la producción de películas morales estaría resuelto radicalmente si
fuese posible que lográsemos que la producción estuviese totalmente inspirada
en los principios de la moral cristiana. Nunca podemos alabar lo suficiente a
todos aquellos que se han dedicado o que se dedican a la noble causa de elevar
el estándar de las películas para que satisfagan las necesidades de la
educación y las exigencias de la conciencia cristiana. Para ello, deben hacer
plena utilización de la capacidad técnica de los expertos y no permitir la
pérdida de esfuerzos y de dinero al emplear a aficionados.
Pero
como sabemos lo difícil que es organizar una industria como esa, especialmente
debido a consideraciones de carácter financiero, y como por otra parte es necesario
influir en la producción de todas las películas de modo que no contengan nada
perjudicial desde un punto de vista religioso, moral o social, los pastores de
almas deben ejercer su vigilancia sobre las películas dondequiera que se
produzcan y se ofrezcan a los cristianos.
A
los Obispos de Todos los Países
En
cuanto a la industria del cine en sí misma, exhortamos a los obispos de todos
los países, pero en particular vosotros, Venerables Hermanos, a hacer un
llamamiento a los católicos que ocupan posiciones importantes en esta
industria. Que hagan una reflexión seria de sus deberes y de la responsabilidad
que tienen como hijos de la Iglesia para que utilicen su influencia y autoridad
para la promoción de los principios de la sana moral en las películas que
producen o ayudan a producir. Seguramente hay muchos católicos entre los
ejecutivos, directores, autores y actores que participan en este negocio, y es
lamentable que su influencia no haya estado siempre de conformidad con su fe y
sus ideales. Harán bien, venerables hermanos, en hacerlos comprometerse a
llevar su profesión en armonía con sus conciencias como hombres respetables y
seguidores de Jesucristo.
En
éste, como en cualquier otro campo del apostolado, los pastores de almas sin
duda encontrarán sus mejores compañeros de trabajo en aquellos que luchan en
las filas de la Acción Católica, y en esta carta no puedo dejar de dirigirles
un cálido llamado a que le den a esta causa toda su contribución y su
incansable e inagotable actividad.
De
vez en cuando, los obispos harán bien en recordarle a la industria
cinematográfica que, en medio de las preocupaciones de su ministerio pastoral,
tienen la obligación de interesarse en todas las formas de recreación digna y
saludable, ya que son responsables ante Dios por el bienestar moral de su
pueblo, incluso durante su tiempo de ocio.
La
Fibra Moral de una Nación
Su
llamado sagrado los obliga a proclamar clara y abiertamente que el
entretenimiento malsano e impuro destruye la fibra moral de una nación. Asimismo,
le recordarán a la industria cinematográfica que las demandas que hacen se
refieren no sólo a los católicos, sino a todos los que patrocinan el cine.
En
particular, vosotros, Venerables Hermanos de los Estados Unidos, podrán
insistir con justicia que la industria de su país ha reconocido y aceptado su
responsabilidad ante la sociedad.
Los
obispos de todo el mundo tendrán cuidado en dejar claro a los líderes de la
industria cinematográfica que una fuerza de tal poder y universalidad como el
cine se puede dirigir, con gran utilidad, a los más altos fines de mejoramiento
individual y social. ¿Por qué, de hecho, debería ser sólo una simple cuestión
de evitar lo que está mal? El cine no debe ser simplemente un medio de
diversión, una leve relajación para pasar el tiempo libre; con su poder
magnífico puede y debe ser un portador de luz y una guía positiva hacia el
bien.
Y
ahora, en vista de la gravedad del tema, consideramos que es oportuno llegar a
algunas indicaciones prácticas.
Una
Promesa Anual de Parte de los Fieles
Sobre
todo, todos los pastores de almas se comprometerán a obtener de su pueblo
anualmente una promesa similar a la que hicieron sus hermanos estadounidenses y
en la que prometan alejarse de películas que sean ofensivas a la verdad y a la moral
cristiana.
La
manera más eficaz de obtener estos compromisos o promesas es a través de la
parroquia o la escuela y la obtención de la cooperación sincera de todos los
padres y madres de familia que son conscientes de sus serias responsabilidades
Los
obispos también podrán valerse de la prensa católica con el fin de convencer de
modo concluyente a su pueblo sobre la belleza moral y la eficacia de esta
promesa.
El
cumplimiento de este compromiso supone que a la gente se le diga claramente
cuáles películas están permitidas para todos, cuáles se permiten con reservas,
y cuáles son nocivas o positivamente malas. Esto requiere la pronta, regular y
frecuente publicación de las listas clasificadas de películas a fin de hacer la
información accesible a todos. Para este propósito se pueden utilizar boletines
especiales u otras publicaciones oportunas, tales como la prensa diaria
católica.
Si
fuera posible, sería en sí mismo deseable establecer una lista única para todo
el mundo, porque todos viven bajo la misma ley moral. Sin embargo, como hay
aquí cuestión de películas que les interesan a todas las clases de la sociedad,
los grandes y los humildes, sabios e iletrados, el juicio pasado sobre una
película no puede ser el mismo en cada caso y en todos los aspectos. De hecho
las circunstancias, los usos y las formas varían de país a país, de modo que no
parece práctico tener una lista única para todo el mundo. Si, sin embargo, las
películas se clasifican en cada país en la forma indicada anteriormente, la
lista resultante sería en principio la guía necesaria. .
Una
Oficina de Revisión Nacional
Por
lo tanto, será necesario que en cada país los obispos establezcan una oficina
revisora nacional permanente a fin de ser capaz de promover el buen cine,
clasificar a los demás, y llevar esta sentencia ante el conocimiento de los
sacerdotes y fieles. Será muy adecuado confiar esta agencia a la organización
central de la Acción Católica, que depende de los obispos. En todo caso, debe
quedar claramente establecido que, para que este servicio de información
funcione orgánica y eficientemente, debe ser sobre una base nacional y que debe
ser llevada a cabo por un solo centro de responsabilidad. En caso de que graves
motivos realmente lo requieran, los obispos, en sus propias diócesis y a través
de sus comités revisores diocesanos, podrán aplicar a la lista nacional---que
deben utilizar normas aplicables a toda la nación---tales criterios severos
como puedan ser exigidos por el carácter de la región, e incluso pueden
censurar películas que fueron admitidas en la lista general.
Películas
en Salones Parroquiales
La
mencionada Oficina se ocupará asimismo de la organización de las salas de cine
existentes pertenecientes a las parroquias y asociaciones católicas, de modo
que se les garanticen películas aprobadas y debidamente revisadas. Mediante la
organización de estas salas, las cuales la industria del cine a menudo reconoce
como buenos clientes, será posible presentar una nueva demanda, es decir, que
la industria produzca películas que se ajusten totalmente a nuestras normas.
Estas películas pueden ser fácilmente exhibidas no sólo en las salas de
católicos, sino también en otras.
Nos
damos cuenta de que el establecimiento de esa Oficina supondrá cierto
sacrificio y un cierto gasto para los católicos de los distintos países. Sin
embargo, la gran importancia de la cinematografía y la necesidad de
salvaguardar la moral del pueblo cristiano y de toda la nación hacen que este
sacrificio sea más que justificado. De hecho, la eficacia de nuestras escuelas,
de nuestras asociaciones católicas, e incluso de nuestras iglesias es reducida
y puesta en peligro por la plaga de películas malas y perniciosas.
Se
debe tener cuidado de que la Oficina esté compuesta de personas que estén
familiarizadas con la técnica del cine y que, al mismo tiempo, estén bien
firmes en los principios de la moral y doctrina católica. Deben, además, estar
bajo la orientación y la supervisión directa de un sacerdote elegido por los
obispos.
Intercambio
de Información
Un intercambio
mutuo de asesoramiento e información entre las Oficinas de los distintos países
conducirá a una mayor eficacia y armonía en la labor de revisión de las
películas, mientras que se prestará la debida atención a las diversas
condiciones y circunstancias. De este modo será posible lograr la unidad de
perspectiva en los juicios y en las comunicaciones que aparecen en la prensa
católica del mundo.
Estas
oficinas se beneficiarán no sólo de los experimentos realizados en los Estados
Unidos, sino también de la labor que los católicos de otros países han logrado
en el campo cinematográfico.
Aunque
los empleados de la Oficina --con la mejor buena voluntad e intenciones--
cometiesen un error ocasional, como sucede en todos los asuntos humanos, los
obispos, en su prudencia pastoral, sabrán cómo aplicar recursos efectivos y
salvaguardar en todas las formas posibles la autoridad y el prestigio de la
propia Oficina. Esto puede hacerse mediante el fortalecimiento del personal con
hombres más influyentes o sustituyendo a los que han demostrado ser no del todo
aptos para una posición de confianza tan delicada.
Vigilancia
Cuidadosa
Si
los obispos del mundo asumen su parte en el ejercicio de esta vigilancia
minuciosa sobre el cine --y no tenemos duda de esto pues conocemos su celo
pastoral-- sin duda realizarán una gran obra para la protección de la moral de
su pueblo en sus horas de ocio y recreación. Obtendrán la aprobación y el
beneplácito de todos los hombres de pensamiento correcto, católicos y no
católicos, y ayudarán a asegurar que una gran fuerza internacional --la
cinematografía-- se oriente hacia el noble fin de promover los más altos
ideales y los verdaderos estándares de vida.
Que
estos deseos y oraciones que hemos derramado desde el corazón de un padre puede
ganar en virtud, implorar la ayuda de la gracia de Dios y en compromiso de ello
imparto a vosotros, Venerables Hermanos, y al clero y pueblo confiado a
ustedes, nuestra amorosa Bendición Apostólica.
Dada en Roma, en la Catedral de San Pedro, el 29 de
junio, Fiesta de Santos Pedro y Pablo, en el año 1936, el decimoquinto de
nuestro Pontificado. PP. Pío XI.
NOTAS:
1..
A.A.S., 1930, vol. XXII, pág. 82.
2.
De la Misa del Tercer Domingo después de Pentecostés.