Monseñor Johann Straubinger,
llamado en castellano Juan Straubinger (Esenhausen, Baden-Wurtemberg, 26
de diciembre de 1883 — Stuttgart, Baden-Wurtemberg, 23
de marzo de 1956), fue un sacerdote católico alemán exiliado en Argentina durante la II Guerra Mundial. Doctor honoris causa
por la Universidad de Münster,
profesor de Sagrada Escritura, teólogo (y exégeta), fue además traductor de la Biblia, y
su traducción, hecha no de la Vulgata sino de las
lenguas en que se escribieron las Escrituras, nos parece una de las
mejores de las hechas a las lenguas neolatinas – sobre todo por sus
numerosas, largas y profundas
notas.
Más que eso: Monseñor Straubinger fue seguidor del milenarismo hasta su
condenación por Pío XII y el Santo Oficio, después de lo que, dócilmente, como
siempre debe hacer el católico ante el magisterio, no solo dejó de ser
milenarista, sino que pasó a hacer eco de esta decisión magisterial. Y es lo
que se puede ver, por ejemplo, en la larga nota de su traducción a los “mil
años” del Apocalipsis (cf. La Santa
Biblia, traducción directa de los textos primitivos por Mons. Dr. Juan
Straubinger, La Plata, Universidad Católica de La Plata, 2007, pp. 383-384). No
dejéis de adquirirla. Sin embargo, transcribimos a continuación la referida
nota:
«“La primera resurrección”, he aquí uno de los pasajes más
diversamente comentados de la Sagrada Escritura. En general se toma esta
expresión en sentido alegórico: la vida en estado de gracia, la resurrección
espiritual del alma en el Bautismo, la gracia de la conversión, la entrada del
alma en la gloria eterna, la renovación del espíritu cristiano por grandes
santos y fundadores de Órdenes religiosas, o algo semejante.
La Pontificia Comisión Bíblica ha condenado en su decreto del 20-VIII-1941
los abusos del alegorismo, recordando una vez más la llamada “regla de oro”,
según la cual de la interpretación alegórica no se pueden sacar argumentos.
Sin embargo, hay que reconocer aquí el estilo apocalíptico. En I Cor.
15:23, donde San Pablo trata del orden en la resurrección, hemos visto que
algunos Padres interpretan literalmente este texto como de una verdadera
resurrección primera, fuera de aquella a que se refiere San Mateo en 27:52-53
(resurrección de santos en la muerte de Jesús) y que también un exégeta tan
cauteloso como Cornelio a Lápide la sostiene. Ver I Tess. 4:16, I Cor. 6:2-3,
II Tim. 2:16 ss y Filip. 3:11, donde San Pablo usa la palabra “exanástasis”
y añade “ten ek nekróon”, o sea, literalmente, la ex-resurrección, la
que es de entre los muertos. Parece, pues, probable que San Juan piense aquí en
un privilegio otorgado a los demás Santos (sin perjuicio de la resurrección
general), y no en una alegoría, ya que San Ireneo, fundándose en los
testimonios de los presbíteros discípulos de San Juan, señala como primera
resurrección la de los justos (cfr. Lc. 14:14 y 20:35).
La nueva versión de Nácar-Colunga ve en esta primera resurrección un
privilegio de los santos mártires, “a quienes les corresponde la palma de la
victoria. Como quienes sobre todo sostuvieron el peso de la lucha con su
Capitán, han de recibir un premio que no corresponde a los demás muertos, y
éste es juzgar, que en el sentido bíblico vale tanto como el regir y gobernar
al mundo, junto con su Capitán, a quien por haberse humillado hasta la muerte,
le fue dado reinar sobre todo el universo”.
“Con el cual reinarán mil años”: sobre este punto
se ha debatido mucho en siglos pasados la llamada cuestión del milenarismo o
interpretación que, tomando literalmente el milenio como reinado de Cristo,
coloca esos mil años de los vv. 2-7 entre dos resurrecciones, distinguiendo
como primera la de los vv. 4-6, atribuida sólo a los justos, y como segunda y
general la mencionada en los vv. 12-13 para el juicio final del v. 11.
La historia de esta interpretación ha sido sintetizada en breves líneas en
una respuesta dada por la Revista Eclesiástica de Buenos Aires (mayo de 1941)
diciendo que “la tradición, que en los primeros siglos se inclinó en favor
del milenarismo, desde el siglo V se ha pronunciado por la negación de esta
doctrina en forma casi unánime”. Agrega a este respecto que “las voces
milenio y milenario se prestan a confusiones”.
Muchos aún creen que se aplican a los que esperaban el fin del mundo para
el año mil, o sus proximidades, como el célebre Apringio de Beja en su
Comentario al Apocalipsis (531-548), que decía fundarse en las 70 semanas de
Daniel, iniciadas antes de Cristo, o como San Beato Liébana “que presagió
que el mundo se acabaría en el año 800”.
Todos los exégetas modernos están de acuerdo en que el período del encierro
de Satanás no puede tomarse en sentido absoluto, porque al final es nuevamente
soltado el diablo por un tiempo (versículos 3 y 7; cfr. 22:5).
También coinciden todos en que ese encierro se Satanás se producirá algún
día.
Donde las opiniones divergen es en cuanto a sostener si ese reinado
establecido por Cristo se manifestará entre su segunda venida y el juicio, o
tan sólo después en el reino de la gloria, y si tal vez la Iglesia ha de
identificarse son ese tiempo de paz imperturbable en que el diablo “no anda
engañando a las gentes” v. 3).
Muchos Padres antiguos, entre ellos Papías, San Justino, Tertuliano, San
Hipólito, Lactancio, San Victorino, San Teófilo, etc., siguen la primera
opinión, y San Ireneo, el cual invocaba a los “presbíteros” discípulos de San
Juan, la defendía como una “verdad de fe tan cierta como la existencia de Dios
y la resurrección de la carne”.
Posteriormente varían los criterios, y San Agustín declaró que la
abandonaba a causa del abuso que de ella hacían los milenaristas carnales.
San Jerónimo escribe, con respecto a esas opiniones, que “aunque no las
sigamos no podemos, sin embargo, condenarlas, porque muchos varones
eclesiásticos y mártires así lo dijeron. Cada uno abunde, pues, en su sentido y
resérvese todo para el juicio del Señor”.
La Sagrada Congregación del Santo Oficio [con la firma de Pío XII] puso
fin a muchas discusiones declarando, por decreto del 21 de julio de
1944, que la doctrina “que enseña que
antes del juicio final, con resurrección anterior de muchos muertos o sin ella,
nuestro Señor Jesucristo vendrá visiblemente a esta tierra a reinar, no se
puede enseñar con seguridad (tuto doceri non posse)” [respecto a la fe;
cfr. Cuestiones Teológicas, I, 1
de febrero de 2014].
Para información del lector, transcribimos el comentario que trae la gran
edición de la Biblia de Pirot-Clamer sobre este pasaje:
“La interpretación literal: varios autores cristianos de los
primeros siglos pensaron que Cristo reinaría mil años en Jerusalén antes del
juicio final. El autor de la Epístola de Bernabé es un milenarista ferviente;
para él, el milenio se inserta en una teoría completa de la duración del mundo,
paralela a la duración de la semana genesíaca = 6.000 = 1.000 años. San Papías
es un milenarista ingenuo. San Justino, más avisado, empero, piensa que el
milenarismo forma parte de la ortodoxia. San Ireneo, lo mismo, al cual sigue
Tertuliano. En Roma, San Hipólito se hace campeón contra el sacerdote Caius,
quien precisamente negaba la autenticidad joanea del Apocalipsis, para abatir
más fácilmente el milenarismo”.
Relata aquí Pirot la polémica contra unos milenaristas cismáticos, en que
el obispo Dionisio de Alejandría “forzó al jefe de la secta a confesarse
vencido”, y sigue: “Se cuenta también entre los partidarios más o menos netos
del milenarismo a Apolinario de Laodicea, Lactancio, San Victorino de Pettau,
Sulpicio Severo, San Ambrosio. Por su parte, San Jerónimo, ordinariamente tan
vivaz, muestra con esos hombres cierta indulgencia. San Agustín, que dará la
interpretación destinada a hacerse clásica, había antes profesado durante
cierto tiempo la opinión que luego combatirá. Desde entonces el milenarismo
cayó en el olvido, no sin dejar curiosas supervivencias, como las oraciones
para obtener la gracia de la primera resurrección, consignadas en antiguos
libros litúrgicos de Occidente”.
Más adelante cita Pirot el decreto de la Sagrada Congregación del Santo
Oficio, que transcribimos al principio, y continua: “Algunos críticos católicos
contemporáneos, por ejemplo Calmat, admiten también la interpretación literal
del pasaje que estudiamos. El milenio sería inaugurado por una resurrección de
los mártires solamente, en detrimento de los otros muertos.
La interpretación espiritual: Esta exégesis comúnmente
admitida por los autores católicos, es la que San Agustín ha dado ampliamente.
Agustín hace comenzar este período en la Encarnación, porque profesa la teoría
de la recapitulación, mientras que, en la perspectiva de Juan, los mil años se
insertan en un determinado lugar en la serie de los acontecimientos. Es la
Iglesia militante, continua Agustín, la que reina con Cristo hasta la
consumación de los siglos; la primera resurrección debe entenderse
espiritualmente del nacimiento a la vida de la gracia; los tronos son los de la
jerarquía católica, y es esa jerarquía misma, que tiene el poder de atar y
desatar. Estaríamos tentados de poner menos precisión es esa identificación.
Sin duda, tenemos allí una imagen destinada a hacer comprender la grandeza del
cristiano: se sienta, porque reina.
Sin embargo, quedan todavía muchos aspectos del problema sin solución.
Fillón, citando a Vigouroux, observa que es éste uno de los lugares más
obscuros de la revelación misteriosa hecha a San Juan y agrega: “Después de
haber leído páginas muy numerosas sobre estas líneas, no creemos que sea
posible dar acerca de ellas una explicación enteramente satisfactoria”.
No sería, pues, una actitud razonable, ni conforme a las enseñanzas del
Sumo Pontífice, el mirar la declaración antes referida como un motivo de
retraimiento en el estudio de las profecías escatológicas de la Biblia, sino
que, por el contrario, como dice Pío XII, deben redoblarse tanto más los
esfuerzos cuantos más intrincadas aparezcan las cuestiones, y especialmente en
tiempos como los actuales, que los Sumos Pontífices han comparado tantas veces
con los anuncios apocalípticos, y en que las almas, necesitadas más que nunca
de la palabra de Dios, sienten la necesidad del misterio y buscan como por
instinto refugiarse en los consuelos espirituales de las profecías divinas, a
falta de las cuales están expuestas a caer en las fáciles seducciones del
espiritismo, de las sectas, la teosofía y toda clase de magia y ocultismo
diabólico».