quinta-feira, 13 de março de 2014

El Milenarismo en el Suplemento de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino (III, q. 77)



ARTÍCULO 1

Si es mejor diferir el tiempo de la resurrección hasta el fin del mundo para que todos resuciten a la vez.

Dificultades. Parece que no conviene diferir el tiempo de la resurrección hasta el fin del mundo para que todos resuciten a la vez.

1.       Mayor correspondencia hay entre los miembros y su cabeza que entre éstos solos, como entre las causas y sus efectos que entre éstos mismos. Cristo, que es nuestra cabeza, no dejó su resurrección para el final del mundo con objeto de resucitar con todos. Luego no es preciso diferir hasta el fin del mundo la resurrección de los primeros santos con objeto de que resuciten con los demás.
2.      La resurrección de la cabeza es causa de la resurrección de los miembros. Pero la resurrección de algunos miembros más nobles, por su proximidad a la cabeza, no se dejó para el fin del mundo, sino que se realizó inmediatamente de la resurrección de Cristo, como es creencia piadosa que éstos fueron la Virgen y San Juan Evangelista. Luego la resurrección de los otros sucederá a la de Cristo tanto más pronto cuanto mayor fue su semejanza con El por la gracia y el mérito.
3.      El estado del Nuevo Testamento es más perfecto que el de Antiguo y lleva más expresamente la imagen de Cristo que aquél. Algunos Padres del Viejo Testamento resucitaron cuando Cristo resucitó, según consta, porque “muchos cuerpos de santos que dormían, resucitaron”. Parece, pues, que tampoco se debe diferir la resurrección de los santos del Nuevo Testamento hasta el fin del mundo con objeto de que la resuciten con todos a la vez.
4.      Después del fin del mundo no habrá recuento alguno de años. Pero después de la resurrección de los muertos todavía se computan muchos años hasta llegar a la resurrección de otros, pues se dice: “Vi las almas de quienes habían sido degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios”; y más abajo: “y vivieron y reinaron con Cristo mil años; los restantes muertos no vivieron hasta terminados los mil años”. Luego la resurrección de todos no se dejará hasta el fin del mundo para que todos resuciten a la vez.

Por otra parte. 1. Se dice: “El hombre, una vez se duerma, no despertará mientras dure el cielo, ni despertará para salir de su sueño”. Luego hasta el fin del mundo, cuando el cielo sea destruido, se diferirá la resurrección de los hombres.

2. Dícese también: “Los hombres de Dios, con ser recomendables por su fe, no alcanzaron la promesa” –o sea, la felicidad plena de alma y cuerpo–, “porque Dios tenía previsto algo mejor para nosotros, para que sin nosotros no llegasen ellos a la consumación –es decir, a la perfección–, para que el gozo común aumentara el gozo de cada cual”. Mas la resurrección no se anticipará a la glorificación de los cuerpos, porque “reformará el cuerpo de nuestra vileza conforme a su cuerpo glorioso”; “y los hijos de la resurrección serán como los ángeles en el cielo”, según consta. Luego la resurrección se diferirá hasta el fin del mundo, cuando todos resucitarán a la vez.

Respuesta. Como dice San Agustín, la Providencia divina estableció que “los cuerpos pesados y viles sean gobernados por los más sutiles y potentes”. Y, por tanto, toda la materia de los cuerpos inferiores está sujeta a la variación del movimiento de los cuerpos celestes. Sería, pues, contra el orden natural, establecido por la divina Providencia, que la materia de los cuerpos inferiores pasara al estado de incorrupción, permaneciendo, no obstante, el movimiento de los cuerpos superiores. Y como, según afirma la fe, la resurrección será para una vida inmortal a semejanza de Cristo, que, “resucitando de entre los muertos, ya no muere”, como dice San Pablo; por tanto, la resurrección de los cuerpos humanos se diferirá hasta el fin del mundo, momento en que el movimiento del cielo cesará. Por esto, algunos filósofos, que afirmaron que el movimiento del cielo jamás cesaría, sostuvieron la vuelta de las almas humanas a los cuerpos mortales, como los que tenemos; afirmando la vuelta del alma a su mismo cuerpo al fin del gran año, como Empédocles, o a otro cuerpo distinto, como Pitágoras, quien decía, según consta, que “cualquier alma entraría en cualquier cuerpo”.

Soluciones.
1. Aunque la cabeza, en razón de la proporción, tenga mayor correspondencia con los miembros que éstos entre sí, por razón de la proporción que se requiere para que pueda influir en los miembros, no obstante, tiene sobre los mismos una cierta causalidad de que ellos carecen; y esto es lo que los diferencia de la cabeza y les hace convenir entre sí. Por eso la resurrección de Cristo es un cierto ejemplar de la nuestra, y de la creencia en ella nace la esperanza de nuestra resurrección; pero la resurrección de cualquier miembro de Cristo no es causa de la de los otros miembros. Luego la resurrección de Cristo debió de anticiparse a la de los otros, quienes resucitarán a la vez, “a la terminación de los siglos”.
2. Aunque entre los miembros de Cristo haya algunos más dignos y semejantes a la Cabeza, no llegan a serlo de modo que sean causa de los demás. Por tanto, por su semejanza con Cristo no les pertenece que su resurrección preceda a la de los demás, como el modelo a lo hecho, según se dijo al hablar de la resurrección de Cristo. Si, pues, a algunos les fue concedido resucitar antes y no esperar a la resurrección de todos, ello fue un privilegio especial de la gracia y no una exigencia de semejanza con Cristo.
3. Parece que San Jerónimo duda, en el sermón de la Asunción, de la resurrección de aquellos santos que resucitaron con Cristo, y se pregunta si después de dar testimonio de la resurrección volvieron a morir, siendo entonces más bien un cierto revivir –como el de Lázaro– que una resurrección verdadera, como lo será al fin del mundo; o bien resucitaron verdaderamente a una vida inmortal para vivir siempre con el cuerpo, “subiendo corporalmente al cielo con Cristo”, como dice la Glosa. Esto parece lo más probable, porque, para dar un testimonio verdadero de la verdadera resurrección de Cristo, fue conveniente que resucitaran realmente, como dice San Jerónimo en el mismo lugar. Pero su resurrección no se anticipó por ellos, sino para certificar la de Cristo. Y este testimonio fue para consolidar la fe del Nuevo Testamento. Por eso fue más adecuado que lo diesen los Padres del Viejo testamento que no aquellos que, establecido el Nuevo, murieron.
Mas es de tener en cuenta que, si en el Evangelio se habla de su resurrección antes que de la de Cristo, no obstante, como lo evidencia el testimonio, es porque se menciona anticipadamente, cosa corriente entre hagiógrafos. Pues ninguno resucitó realmente antes que Cristo, ya que El es, según se dice, “primicias de los muertos”, aunque algunos hubieren revivido antes de resucitar El, como en el caso de Lázaro.
4. Con motivo de esas palabras, algunos herejes, como refiere San Agustín, afirmaron que la primera resurrección venidera sería de los muertos para que reinen con Cristo en la tierra durante mil años; por eso fueron llamados “kiliastas”, equivalente a “milenarios”. Por eso San Agustín, en el lugar citado, demuestra que dichas palabras se han de entender e otro modo, o sea, referidas a la resurrección espiritual, por la que los hombres resucitan del pecado mediante el don de la gracia. Mas la segunda es la de los cuerpos.
El reino de Cristo es la Iglesia, en la que reinan con Cristo, los mártires y también otros elegidos, “tomando la parte por el todo”. –O bien puede decirse que reinan todos con Cristo en la gloria, aunque se hace especial mención de los mártires, “pues principalmente reinan muriendo, ellos que hasta la muerte lucharon por la verdad”.
Además, la palabra “milenario” no se refiere a un número determinado de años, sino que designa todo el tiempo presente, en el cual reinan actualmente los santos con Cristo. Porque el número mil designa mejor que cien lo universal; pues cien es el cuadrante de un denario, mientras que mil es un número entero resultante de la doble suma de un denario, porque diez veces diez veces, son mil. Asimismo se dice en el salmo: “De la palabra que dio a mil generaciones, es decir a todas”.


ARTÍCULO 2

Si aquel tiempo está oculto.

Dificultades. Parece que aquel tiempo no está oculto.

1.       Cuando se conoce taxativamente el principio de una cosa, puede conocerse también así su fin, porque, según se dice, “todo se mide mediante algún período”. Conocemos taxativamente el principio del mundo. Luego también podemos conocer taxativamente su fin. Y éste será el tiempo de la resurrección y del juicio. Luego no está oculto.
2.      Dícese que “la mujer (que simboliza a la Iglesia) tiene un lugar preparado por Dios, en el cual se alimente durante mil doscientos sesenta días”. También en Daniel se establece un número determinado de días que, al parecer, significan años, según aquello de Ezequiel: “Computaré cada día por un año”. Luego por la Sagrada Escritura puede conocerse determinadamente el fin del mundo y el tiempo de la resurrección.
3.      El estado del Nuevo Testamento fue prefigurado en el Antiguo. Conocemos determinadamente el tiempo que permaneció el Antiguo Testamento. Luego también podemos determinar el tiempo que permanecerá el Nuevo. Y como el Nuevo Testamento permanecerá hasta el fin del mundo, pues se dice: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Luego podemos conocer determinadamente el fin del mundo y el tiempo de la resurrección.

Por otra parte. 1. Lo que los ángeles ignoran está con mayor motivo oculto a los hombres, pues lo que los hombres pueden alcanzar con su razón natural, con mayor nitidez y certeza pueden conocerlo los ángeles con la suya. Del mismo modo, las revelaciones no se hacen a los hombres sino mediante los ángeles, según consta por Dionisio. Mas los ángeles ignoran el tiempo preciso, pues se dice: “Aquel día y su hora nadie lo sabe, ni tampoco los ángeles del cielo. Luego está oculto a los hombres.
2. Además, más sabedores de los secretos de Dios fueron los apóstoles que sus sucesores, porque “tuvieron las primicias del Espíritu”, según se dice; “antes y con más abundancia que los demás, añade la Glosa. Y cuando ellos preguntaron sobre esto, se les respondió: “No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder”. Luego con mayor motivo está oculto a los demás.

Respuesta. Según dice San Agustín, “la última edad del género humano, que abarca desde el advenimiento de Cristo hasta el fin del mundo, no se sabe cuántas generaciones comprende”; igual que la vejez, que es la última edad del hombre, cuyo tiempo no se puede precisar en atención a sus otras edades, ya que a veces ella sola “dura más que las otras edades juntas”.
La razón de todo esto es que el número preciso del tiempo futuro sólo puede conocerse por revelación o por la razón natural. El tiempo que queda hasta la resurrección no puede medirse por la razón natural, porque la resurrección y el cese del movimiento celeste, según se dijo, serán simultáneos. Ahora bien, el movimiento es el medio de que se sirve la razón natural para determinar el tiempo que aquellas cosas futuras que prevé; pero el fin del cielo no podemos conocerlo por su movimiento; porque, como es circular, tiene por ello la condición natural de poder durar perpetuamente. Luego por la razón natural no se puede determinar el tiempo que queda hasta la resurrección.
Tampoco por revelación, para que así todos estén solícitos y dispuestos a recibir a Cristo. Por este motivo, incluso a los apóstoles, que lo preguntaban, les respondió: “No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder”. Con lo cual, como dice San Agustín, impone silencio a los que se dedican a tales cálculos y les manda aquietarse. Y si a los apóstoles que se lo preguntaban no quiso decírselo, no va a revelarlo a otros.
Luego todos los que hasta el presente se empeñaron en determinar dicho tiempo fueron tenidos por embusteros. Algunos, como dice San Agustín, en el mismo lugar, dijeron que “desde la ascensión del Señor hasta su última venida se podrían calcular unos cuatrocientos años; otros, quinientos, y otros, mil”. Queda en evidencia su falsedad, como también quedará la de aquellos que todavía se empeñan en calcular.

Soluciones.
1. Cuando conocemos el fin de una cosa, conocido su principio, es lógico que conozcamos su duración. Por tanto, conocido el principio de una cosa cuya duración se mide por el movimiento  del cielo, podremos conocer su fin también, puesto que el movimiento del cielo nos es conocido. Pero la medida de la duración del movimiento del cielo es la que Dios ha dispuesto y que nosotros desconocemos. Luego, a pesar de conocer el principio, no podemos conocer su fin.
2. Los “mil doscientos sesenta días” de que habla el Apocalipsis simbolizan el tiempo que durará la Iglesia, y no un número determinado de años. Ello se dijo porque la predicación de Cristo, sobre la que se fundó la Iglesia, duró tres años y medio, que es aproximadamente un número de días igual al indicado.
Del mismo modo, aquel número de días indicados en Daniel no hay que tomarlo por el número de años que faltan hasta el fin del mundo o hasta la predicación del anticristo, sino al tiempo en que predicó y duró su persecución.
3. Aunque el estado del Nuevo Testamento esté, en general, prefigurado por el Antiguo, no es preciso que cada cosa de uno tenga correspondencia en el otro, máxime cuando en Cristo tuvieron cumplimiento todas las figuras del Antiguo Testamento. Por eso, a algunos que querían determinar el número de persecuciones padecidas por la Iglesia según el número de las plagas de Egipto, les contesta San Agustín: “Yo no creo que en aquellas cosas sucedidas en Egipto estuvieran significadas proféticamente estas persecuciones; aunque a quienes piensan así, exquisita e ingeniosamente comparándolas les parezca, creo que no son verdaderas profecías, sino conjeturas de la mente humana, que unas veces acierta y otras se equivoca.

Lo mismo puede decirse de la opinión del abad Joaquín, quien, por conjeturas sobre el futuro, unas veces acertó y otras se engañó.