ARTÍCULO 1
Si es mejor diferir el tiempo de la resurrección hasta el fin del mundo
para que todos resuciten a la vez.
Dificultades. Parece que no conviene diferir el tiempo de la
resurrección hasta el fin del mundo para que todos resuciten a la vez.
1.
Mayor correspondencia hay entre los miembros y su cabeza
que entre éstos solos, como entre las causas y sus efectos que entre éstos
mismos. Cristo, que es nuestra cabeza, no dejó su resurrección para el final
del mundo con objeto de
resucitar con todos. Luego no es preciso diferir hasta el fin del mundo la
resurrección de los primeros santos con objeto de que resuciten con los demás.
2.
La resurrección de la cabeza es causa de la
resurrección de los miembros. Pero la resurrección de algunos miembros más
nobles, por su proximidad a la cabeza, no se dejó para el fin del mundo, sino
que se realizó inmediatamente de la resurrección de Cristo, como es creencia
piadosa que éstos fueron la Virgen y San Juan Evangelista. Luego la
resurrección de los otros sucederá a la de Cristo tanto más pronto cuanto mayor
fue su semejanza con El por la gracia y el mérito.
3.
El estado del Nuevo Testamento es más perfecto que el
de Antiguo y lleva más expresamente la imagen de Cristo que aquél. Algunos
Padres del Viejo Testamento resucitaron cuando Cristo resucitó, según consta,
porque “muchos cuerpos de santos que dormían, resucitaron”. Parece, pues, que
tampoco se debe diferir la resurrección de los santos del Nuevo Testamento
hasta el fin del mundo con objeto de que la resuciten con todos a la vez.
4.
Después del fin del mundo no habrá recuento alguno de
años. Pero después de la resurrección de los muertos todavía se computan muchos
años hasta llegar a la resurrección de otros, pues se dice: “Vi las almas de
quienes habían sido degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de
Dios”; y más abajo: “y vivieron y reinaron con Cristo mil años; los restantes
muertos no vivieron hasta terminados los mil años”. Luego la resurrección de
todos no se dejará hasta el fin del mundo para que todos resuciten a la vez.
Por otra
parte. 1. Se dice:
“El hombre, una vez se duerma, no despertará mientras dure el cielo, ni
despertará para salir de su sueño”. Luego hasta el fin del mundo, cuando el
cielo sea destruido, se diferirá la resurrección de los hombres.
2. Dícese también: “Los hombres de
Dios, con ser recomendables por su fe, no alcanzaron la promesa” –o sea, la
felicidad plena de alma y cuerpo–, “porque Dios tenía previsto algo mejor para
nosotros, para que sin nosotros no llegasen ellos a la consumación –es decir, a
la perfección–, para que el gozo común aumentara el gozo de cada cual”. Mas la
resurrección no se anticipará a la glorificación de los cuerpos, porque
“reformará el cuerpo de nuestra vileza conforme a su cuerpo glorioso”; “y los hijos
de la resurrección serán como los ángeles en el cielo”, según consta. Luego la
resurrección se diferirá hasta el fin del mundo, cuando todos resucitarán a la
vez.
Respuesta. Como dice San Agustín, la
Providencia divina estableció que “los cuerpos pesados y viles sean gobernados
por los más sutiles y potentes”. Y, por tanto, toda la materia de los cuerpos
inferiores está sujeta a la variación del movimiento de los cuerpos celestes.
Sería, pues, contra el orden natural, establecido por la divina Providencia,
que la materia de los cuerpos inferiores pasara al estado de incorrupción,
permaneciendo, no obstante, el movimiento de los cuerpos superiores. Y como,
según afirma la fe, la resurrección será para una vida inmortal a semejanza de
Cristo, que, “resucitando de entre los muertos, ya no muere”, como dice San
Pablo; por tanto, la resurrección de los cuerpos humanos se diferirá hasta el
fin del mundo, momento en que el movimiento del cielo cesará. Por esto, algunos
filósofos, que afirmaron que el movimiento del cielo jamás cesaría, sostuvieron
la vuelta de las almas humanas a los cuerpos mortales, como los que tenemos;
afirmando la vuelta del alma a su mismo cuerpo al fin del gran año, como
Empédocles, o a otro cuerpo distinto, como Pitágoras, quien decía, según
consta, que “cualquier alma entraría en cualquier cuerpo”.
Soluciones.
1. Aunque la cabeza, en razón de la
proporción, tenga mayor correspondencia con los miembros que éstos entre sí,
por razón de la proporción que se requiere para que pueda influir en los
miembros, no obstante, tiene sobre los mismos una cierta causalidad de que
ellos carecen; y esto es lo que los diferencia de la cabeza y les hace convenir
entre sí. Por eso la resurrección de Cristo es un cierto ejemplar de la
nuestra, y de la creencia en ella nace la esperanza de nuestra resurrección;
pero la resurrección de cualquier miembro de Cristo no es causa de la de los
otros miembros. Luego la resurrección de Cristo debió de anticiparse a la de
los otros, quienes resucitarán a la vez, “a la terminación de los siglos”.
2. Aunque entre los miembros de
Cristo haya algunos más dignos y semejantes a la Cabeza, no llegan a serlo de
modo que sean causa de los demás. Por tanto, por su semejanza con Cristo no les
pertenece que su resurrección preceda a la de los demás, como el modelo a lo
hecho, según se dijo al hablar de la resurrección de Cristo. Si, pues, a
algunos les fue concedido resucitar antes y no esperar a la resurrección de
todos, ello fue un privilegio especial de la gracia y no una exigencia de
semejanza con Cristo.
3. Parece que San Jerónimo duda, en
el sermón de la Asunción, de la resurrección de aquellos santos que resucitaron
con Cristo, y se pregunta si después de dar testimonio de la resurrección
volvieron a morir, siendo entonces más bien un cierto revivir –como el de
Lázaro– que una resurrección verdadera, como lo será al fin del mundo; o bien
resucitaron verdaderamente a una vida inmortal para vivir siempre con el
cuerpo, “subiendo corporalmente al cielo con Cristo”, como dice la Glosa. Esto
parece lo más probable, porque, para dar un testimonio verdadero de la
verdadera resurrección de Cristo, fue conveniente que resucitaran realmente,
como dice San Jerónimo en el mismo lugar. Pero su resurrección no se anticipó
por ellos, sino para certificar la de Cristo. Y este testimonio fue para
consolidar la fe del Nuevo Testamento. Por eso fue más adecuado que lo diesen
los Padres del Viejo testamento que no aquellos que, establecido el Nuevo,
murieron.
Mas es de tener en cuenta que, si en
el Evangelio se habla de su resurrección antes que de la de Cristo, no
obstante, como lo evidencia el testimonio, es porque se menciona
anticipadamente, cosa corriente entre hagiógrafos. Pues ninguno resucitó
realmente antes que Cristo, ya que El es, según se dice, “primicias de los
muertos”, aunque algunos hubieren revivido antes de resucitar El, como en el
caso de Lázaro.
4. Con motivo de esas palabras,
algunos herejes, como refiere San Agustín, afirmaron que la primera
resurrección venidera sería de los muertos para que reinen con Cristo en la
tierra durante mil años; por eso fueron llamados “kiliastas”, equivalente a
“milenarios”. Por eso San Agustín, en el lugar citado, demuestra que dichas
palabras se han de entender e otro modo, o sea, referidas a la resurrección
espiritual, por la que los hombres resucitan del pecado mediante el don de la
gracia. Mas la segunda es la de los cuerpos.
El reino de Cristo es la Iglesia, en
la que reinan con Cristo, los mártires y también otros elegidos, “tomando la
parte por el todo”. –O bien puede decirse que reinan todos con Cristo en la
gloria, aunque se hace especial mención de los mártires, “pues principalmente
reinan muriendo, ellos que hasta la muerte lucharon por la verdad”.
Además, la palabra “milenario” no se
refiere a un número determinado de años, sino que designa todo el tiempo
presente, en el cual reinan actualmente los santos con Cristo. Porque el número
mil designa mejor que cien lo universal; pues cien es el cuadrante de un
denario, mientras que mil es un número entero resultante de la doble suma de un
denario, porque diez veces diez veces, son mil. Asimismo se dice en el salmo:
“De la palabra que dio a mil generaciones, es decir a todas”.
ARTÍCULO 2
Si aquel tiempo está oculto.
Dificultades. Parece que aquel tiempo no está
oculto.
1.
Cuando se conoce taxativamente el principio de una
cosa, puede conocerse también así su fin, porque, según se dice, “todo se mide
mediante algún período”. Conocemos taxativamente el principio del mundo. Luego
también podemos conocer taxativamente su fin. Y éste será el tiempo de la
resurrección y del juicio. Luego no está oculto.
2.
Dícese que “la mujer (que simboliza a la Iglesia)
tiene un lugar preparado por Dios, en el cual se alimente durante mil
doscientos sesenta días”. También en Daniel se establece un número determinado
de días que, al parecer, significan años, según aquello de Ezequiel: “Computaré
cada día por un año”. Luego por la Sagrada Escritura puede conocerse
determinadamente el fin del mundo y el tiempo de la resurrección.
3.
El estado del Nuevo Testamento fue prefigurado en el
Antiguo. Conocemos determinadamente el tiempo que permaneció el Antiguo
Testamento. Luego también podemos determinar el tiempo que permanecerá el
Nuevo. Y como el Nuevo Testamento permanecerá hasta el fin del mundo, pues se
dice: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Luego
podemos conocer determinadamente el fin del mundo y el tiempo de la
resurrección.
Por otra
parte. 1. Lo que los
ángeles ignoran está con mayor motivo oculto a los hombres, pues lo que los
hombres pueden alcanzar con su razón natural, con mayor nitidez y certeza
pueden conocerlo los ángeles con la suya. Del mismo modo, las revelaciones no
se hacen a los hombres sino mediante los ángeles, según consta por Dionisio.
Mas los ángeles ignoran el tiempo preciso, pues se dice: “Aquel día y su hora
nadie lo sabe, ni tampoco los ángeles del cielo. Luego está oculto a los
hombres.
2. Además, más sabedores de los
secretos de Dios fueron los apóstoles que sus sucesores, porque “tuvieron las
primicias del Espíritu”, según se dice; “antes y con más abundancia que los
demás, añade la Glosa. Y cuando ellos preguntaron sobre esto, se les respondió:
“No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado
en virtud de su poder”. Luego con mayor motivo está oculto a los demás.
Respuesta. Según dice San Agustín, “la última
edad del género humano, que abarca desde el advenimiento de Cristo hasta el fin
del mundo, no se sabe cuántas generaciones comprende”; igual que la vejez, que
es la última edad del hombre, cuyo tiempo no se puede precisar en atención a
sus otras edades, ya que a veces ella sola “dura más que las otras edades
juntas”.
La razón de todo esto es que el
número preciso del tiempo futuro sólo puede conocerse por revelación o por la
razón natural. El tiempo que queda hasta la resurrección no puede medirse por
la razón natural, porque la resurrección y el cese del movimiento celeste,
según se dijo, serán simultáneos. Ahora bien, el movimiento es el medio de que
se sirve la razón natural para determinar el tiempo que aquellas cosas futuras
que prevé; pero el fin del cielo no podemos conocerlo por su movimiento;
porque, como es circular, tiene por ello la condición natural de poder durar
perpetuamente. Luego por la razón natural no se puede determinar el tiempo que
queda hasta la resurrección.
Tampoco por revelación, para que así
todos estén solícitos y dispuestos a recibir a Cristo. Por este motivo, incluso
a los apóstoles, que lo preguntaban, les respondió: “No os toca a vosotros
conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su
poder”. Con lo cual, como dice San Agustín, impone silencio a los que se
dedican a tales cálculos y les manda aquietarse. Y si a los apóstoles que se lo
preguntaban no quiso decírselo, no va a revelarlo a otros.
Luego todos los que hasta el
presente se empeñaron en determinar dicho tiempo fueron tenidos por embusteros.
Algunos, como dice San Agustín, en el mismo lugar, dijeron que “desde la
ascensión del Señor hasta su última venida se podrían calcular unos
cuatrocientos años; otros, quinientos, y otros, mil”. Queda en evidencia su
falsedad, como también quedará la de aquellos que todavía se empeñan en
calcular.
Soluciones.
1. Cuando conocemos el fin de una
cosa, conocido su principio, es lógico que conozcamos su duración. Por tanto,
conocido el principio de una cosa cuya duración se mide por el movimiento del cielo, podremos conocer su fin también,
puesto que el movimiento del cielo nos es conocido. Pero la medida de la
duración del movimiento del cielo es la que Dios ha dispuesto y que nosotros
desconocemos. Luego, a pesar de conocer el principio, no podemos conocer su
fin.
2. Los “mil doscientos sesenta días”
de que habla el Apocalipsis simbolizan el tiempo que durará la Iglesia, y no un
número determinado de años. Ello se dijo porque la predicación de Cristo, sobre
la que se fundó la Iglesia, duró tres años y medio, que es aproximadamente un
número de días igual al indicado.
Del mismo modo, aquel número de días
indicados en Daniel no hay que tomarlo por el número de años que faltan hasta
el fin del mundo o hasta la predicación del anticristo, sino al tiempo en que
predicó y duró su persecución.
3. Aunque el estado del Nuevo
Testamento esté, en general, prefigurado por el Antiguo, no es preciso que cada
cosa de uno tenga correspondencia en el otro, máxime cuando en Cristo tuvieron
cumplimiento todas las figuras del Antiguo Testamento. Por eso, a algunos que
querían determinar el número de persecuciones padecidas por la Iglesia según el
número de las plagas de Egipto, les contesta San Agustín: “Yo no creo que en
aquellas cosas sucedidas en Egipto estuvieran significadas proféticamente estas
persecuciones; aunque a quienes piensan así, exquisita e ingeniosamente
comparándolas les parezca, creo que no son verdaderas profecías, sino
conjeturas de la mente humana, que unas veces acierta y otras se equivoca.
Lo mismo puede decirse de la opinión
del abad Joaquín, quien, por conjeturas sobre el futuro, unas veces acertó y
otras se engañó.