Tomás de Aquino
Traducción Juan Cruz Cruz
2001
Universidad de Navarra
[PROEMIO]: [El lugar sistemático de estos libros] 436a1 436b8
1. Como Aristóteles
dice en el libro III, 2 Del alma: “de la misma manera que las realidades
son separables de la materia, así también lo son las cosas que versan sobre la
inteligencia”.
En efecto, una cosa es inteligible en la medida
en que es separable de la materia. Por lo tanto, las cosas que por naturaleza
está separadas de la materia son por si mismas inteligibles en acto. En cambio,
las cosas que son abstraidas por nosotros de sus condiciones materiales, son
inteligibles en acto por la luz de nuestro intelecto agente Y, dado que los
Mbitos de una poten cia se distinguen especfíicamente por la diferencia de lo
que es esencialmente objeto de la potencia, es necesario que los hábitos de las
ciencias, por los cuales se perfecciona la inteligencia, se distingan también
poria diferencia de separación de la materia; por esto, Aristóteles distingue
en el libro VI, 1 de la Metafísica los géneros de las ciencias por el
modo diverso de la sepa ración de la materia.
Pues las cosas que, por su ser y por la razón,
está separadas de la materia pertenecen al metafisico; las que están separadas
por la razón y no por el ser, pertenecen al matemótico; y las que por su
esencia se implican en la materia sensible pertenecen al fisico.
2. Y así como los
diversos géneros de las ciencias se distinguen de acuerdo conque las realidades
sean de diverso modo separables de la materia, así también en cada ciencia, y
principalmente en la Física, las partes de la ciencia se distinguen de
conformidad conel diverso modo de separación o concreción. Y, puesto que las
cosas universales están mets separadas de la materia, por ello, en la Física
se procede de lo universal a lo menos universal, como enselia Aristóteles en el
libro I, 1 de la Física.
Por lo tanto, la Física comienza a darnos
su conocimiento partiendo de las cosas que son más comunes a todos los seres
naturales, como son el movimiento y el principio del movimiento; finalmente
procede, a modo de concreción o aplicación de los principios comunes, a unos
determinados entes móviles, algunos de los cuales son cuerpos vivientes.
Y en torno a estos, de modo semejante, procede
distinguiendo esta consideración en tres partes.
Primero trata del alma en sí misma, como en una
cierta abstracción.
En segundo lugar trata sobre las cosas que son
propias del alma según una cierta concreción o aplicación al cuerpo, pero en
general.
En tercer lugar, lleva su consideración
aplicando todas estas cosas a cada una de las especies de animales y plantas,
determinando lo que es propio de cada una de las especies.
La primera consideración está contenida en el
libro Del alma. La tercera consideración se habla en los bibros que
escribió Sobre las animales y las plantas. Y la segunda consideración esttb
contenida en los libros que escribió sobre ciertos aspectos que pertenecen o generalmente
a todos los animales, o a varios géneros de ellos, o incluso a todos los seres
vivientes, acerca de los cuales es la actual intención de este libro.
3. En
consecuencia, ha de considerarse que, en II, 3 Del alma, determind
cuatro grados de seres vivientes El primero es el de aquellos seres que tienen
la sola parte del alma, la nutritiva, mediante la cual viven, como las plantas.
Otros son los que, aparte del alma nutritiva, tienen tambi sentidos sin
movimiento de marcha, como son los animales imperfectos, por ejemplo, los
moluscos. Otros son los que, además detodo esto, tienen movimiento local de
marcha, como los animales perfectos, por ejempio, el caballo y el buey. Y
otros, que a todo esto afiaden la inteligencia, como los hombres. (Lo apetitivo,
aunque se ponga como quinto género de las potencias del alma, sin embargo no
constituye un quinto grado de seres vivientes, puesto que siempre sigue a lo
sensitivo).
4. Pero, detodos
estos grados, sin duda la inteligencia no es acto de alguna parte del cuerpo,
como se prueba en el libro III, 1 Del alma por lo tanto, no puede ser
considerada por concreción o aplicación al cuerpo o a algún órgano corpóreo. En
efecto, su más concreción está en el alma: y su suma abstracción está en las
sustancias separadas. Esto es por lo que Aristóteles no escribió, además del
libro Del alma, un libro sobre la inteligencia y lo inteligible (pero,
silo hubiera escrito, no pertenecería a la Física, sino más bien a la
metafisica°, la cual trata de la sustancias separadas).
Todos los otros grados son actos de alguna parte
del cuerpo: y, por eso, puede haber de ellos una consideración especial por
aplicación al cuerpo o a los órganos corpéreos, aparte de la consideración que
se ha mantenido sobre ellos en el libro Del alma.
5. Mas es
necesario que la consideración segunda de esta ciase se divida en tres partes.
Una de las cuales ha de contener aquellas cosas
que pertenecen al ser vivo, en cuanto que es vivo; esta parte se contiene en el
libro que escribió Sobre la muerte y la vida, en el que también habla
sobre la respiración y expiración por las que, en algunos seres, la vida se
conserva, y también sobre la juventud y la vejez, por las que se diversifican
los estados de la vida. Semejantemente, también se encuentran en esta parte las
cosas que escribió en el libro Sobre las causas de la longevidad y brevedad
de la vida y en el libro que escribid Sobre la salud y la enfermedad,
—que también pertenecen a la disposición de la vida—, y en el libro que se dice
que escribió Sobre el alimento y lo alimenticio estos dos libros no han llegado
aén hasta nosotros.
La segunda parte de la segunda consideración
pertenece o se extiende a lo moviente: las cosas que pertenecen a lo moviente
está contenidas en dos libros: en el libro De la causa del movimiento de los
animales y en el libro De la marcha de los animales, en el que se
determinan las partes de los animales, oportunas para el movimiento.
La tercera parte se extiende a lo sensitivo.
Acerca de esto puede conside rarse lo que pertenece tanto al acto del sentido
interno, como al del sentido externo; esta consideración de lo sensitivo esta
contenida en el libro que nos ocupa y que se titula Del sentido y lo
sensible, o sea, Del órgano sensitivo y del objeto sensible; bajo este
rubro también está contenido el tratado De la memoria y la reminiscencia
Y, de nuevo, a la consideración de lo sensitivo pertenece aquello que establece
la diferencia del sentido cuando siente y cuando no siente, lo cual ocurre
mediante el sueño y la vigilia; y esto lo trató en el libro que se titula Del
sueño y la vigilia.
6. Y, dado que es
necesario que el paso se realice de lo más semejante a lo desemejante, parece
que el orden de estos libros sea razonablemente éste: que después del libro Del
alma, en el que se habla del alma según su esencia, siga inmediatamente
este libro Del sentido y lo sensible, porque el sentir mismo pertenece
más al alma que al cuerpo. Y después de éste ha de ponerse el libro Del
sueño y la vigilia que implican atadura y liberación del sentido. Después
siguen los libros que se refieren a aquello moviente que es más cercano a lo
sensitivo. Por éltimo, se ponen los libros que hacen refe rencia a la
consideración gencral del ser vivo, porque esta considcración atañe sobre todo
en gran mancra a ia disposición del cuerpo.
***
7. Este libro, que
se titula Del sentido y lo sensible, se divide primero en dos partes, a
saber: el proemio y el tratado.
A su vez el proemio lo divide en dos partes.
Primero manifiesta su intención, al mostrar la materia de la que va a tratar.
En segundo lugar, señala la razón por la que es
necesario que se trate sobre estas cuestiones.
Por tanto, dice en primer lugar que ya en el
libro Del alma se ha hablado sobre el alma en sí misma, cuando definió el
alma. Y, por otra parte, se habló sobre alguna virtud suya, o sea de sus
potencias; mas esto, digo, respecto al alma. Pero, puesto que las potencias del
alma, excepto la inteligencia, son actos de algunas partes del cuerpo, es
posibie considerarlas de dos modos: de uno, según pertenecen al alma, como
ciertas potencias o facuitades suyas; de otro, de parte del cuerpo.
De las potencias del alma, miradas desde el alma
misma, se habló en el libro Del alma; pero ahora es lógico hacer una
consideración sobre los ani males y sobre todos los seres que tienen vida (y
añade esto por las plantas), a saber, expiicando cu son sus operaciones
propias, es decir, las operaciones de cada una de las especies de los animales
y de las plantas; y cu son comunes a todos los seres vivientes, o a todos los
animales o a muchos géneros de ellos
Así, pues, todo lo que se dijo sobre el alma, se
sobreentiende y se presu pone; esto es, en lo sucesivo nos servimos de ello,
como presupuesto ya ma nifiesto. detodo lo demás vamos a hablar, y primero de
las cosas primeras, esto es, primero de las cosas comunes y después de las
propias. Este es el or den debido a la ciencia Física, como se concretó al
principio del libro I, 1 de la Física.
8. Después,
muestra la necesidad de la consideración siguiente. En efecto, si las operaciones,
tanto propias como comunes, de los animales y plantas, fueran propias del alma
misma, bastaría aquí tratar sobre el alma. Pero, puesto que son comunes al alma
y al cuerpo, por ello es necesario que, después de la consideración sobre el
alma, se haga una consideración de esa clase: para saber qué disposición de los
cuerpos se requiere para estas operaciones o pasiones.
Por ello, Aristóteles muestra aquí todo lo que
es común al alma y al cuerpo. Y acerca de esto establece tres partes. Primero,
propone lo que intenta; segundo, enumera las cosas sobre las que tiene
intención de hablar. En tercer lugar, prueba su propésito.
Afirma, en primer lugar, que las cosas que son
las más importantes y superiores entre las que pertenecen a los animales y a
las plantas, bien sean comunes a todos los animales o a muchos, bien sean
propias a cada una de las especies, parece que por este primer aspecto también
son comunes al alma y al cuerpo. Por lo tanto, exigen una consideración
distinta de la que atañe absolutamente al alma.
9. A continuación
enumera los aspectos sobre los cuales ha puesto su intención: primero,
establece las cosas que pertenecen a lo sensitivo, a saber, el sentido y la
memoria. No menciona ni la imaginación ni la facuitad estimativa, porque éstas
no se distinguen del sentido en lo que atañe a la realidad conocida (en efecto,
son propias de lo que está presente o casi presente); sin embargo, la memoria
se distingue porque es propia de las cosas pretéritas en cuanto que son
pretéritas
10. Segundo, expresa
las cosas que pertenecen a lo móviente. Ri apetito sensitivo, que se divide en
dos fuerzas la irascible y la concupiscible, es un principio préximo del
movimiento en los animales, como se ha dicho en el libro III, 8 Del alma.
La ira, por lo tanto, pertenece a la potencia irascible; el deseo a la
concupiscible; las dos potencias citadas reciben el nombre de esas pasiones,
como de lo más manifiesto. En efecto, la potencia concupiscible recibe el
nombre del deseo, y la irascible de la ira. Pero, dado que existen otras
pasiones del alma que pertenecen a la potencia apetitiva, añade también «toda
suerte de apetitos», con el fin de abarcar todo lo que pertenece a la potencia
apetitiva.
11. Por otro lado,
a todas las pasiones del alma, ya estén en lo irascible, ya en lo
concupiscible, las sigue el gozo y la tristeza, como se dice en el libro II, 3
de la Ética es por lo que añade: «y conestas, el gozo y la tristeza»,
como Ciltimas pasiones finales.
También añade que estas cosas que han sido
enumeradas, se encuentran en casi todos los géneros de animales. Y pone la
palabra «casi», porque la mayor parte de ellas se encuentran en todos los
animales, tanto perfectos, como imperfectos; esas pasiones son: el sentido, el
deseo, el apetito, la alegria y la tristeza. En efecto, los animales
imperfectos poseen sólo, de los sentidos, el tacto, pero también poseen la
fantasia, la concupiscencia, el gozo y la tristeza (aunque sea de manera
indeterminada), y se mueven de manera indeterminada, como se ha dicho en el
libro III, 10 Del alma Pero no se encuentra en ellos, en absoluto, ni la
memoria ni la ira; aunque sí en los animales perfectos.
***
La explicación de esto es la siguiente: porque
no todas las cosas que son de un género inferior, sino sólo las más perfectas y
superiores, participan de algún modo en la semejanza de lo que es propio de un
género superior. Por otra parte, el sentido difiere del intelecto y de la
razón, porque el intelecto o la razón se refieren a las cosas universales, las
cuales se dan en todas partes y siempre; en cambio, el sentido se refiere a las
cosas singulares que existen aquí y ahora. De ahí que el sentido, por su propia
fndole, sólo pueda conocer lo presente.
12. Que exista
alguna potencia de la parte sensitiva que se extiendaa otras cosas que no son
presentes, sucede en virtud de su participación por semejanza en la razón o
inteligencia.
Por lo tanto, la memoria que es facultad
cognoscitiva de las cosas pretéritas, conviene sólo a los seres vivientes
perfectos como algo supremo en el conocimiento sensitivo.
De manera semejante, también el apetito
sensitivo, que sigue al sentido por su propia razón de ser, se refiere a lo que
es agradable al sentido, y está enmarcado dentro de la potencia concupiscible
que es comdn a todos los animales. Pero el hecho de que el animal tienda por su
apetito a algo arduo, por ejemplo a la lucha o algo semejante, tiene semejanza con
el apetito racional, propio del cual es apetecer por un fin algunas cosas que
no son en sí mismas apetecibles. También la ira, que es el apetito de venganza,
corres ponde sóbo a los animales perfectos, debido a una cierta aproximación al
género de los seres racionales.
***
13. Después,
establece aquellas cosas que pertenecen a la misma razón de ser de la vida: y
dice que, junto a lo ya expuesto antes, se encuentran en los animales otros
aspectos, de los que unos son comunes a todos los seres que participan de la
vida, no sóbo a los animales, sino también a las plantas; otros son propios
sólo de algunos géneros de animales. Los principales de estos aspectos son
enumerados en cuatro parejas. Pone como primera pareja la vigilia y el sueibo,
que se encuentran en todos los seres vivientes, pero no en las plantas. Pone
como segunda pareja la juventud y la vejez, que se encuen tran tanto en los
animales como en las plantas (en efecto, la vida de cualquier ser corruptible o
generable se distingue por la diversa edad). Pone como tercera pareja la
respiración y la expiración, que se encuentran en algunos géneros de animales,
a saber, en todos los que tienen pulmones. Pone como cuarta pareja la vida y la
muerte, que se hallan en todos los seres vivientes de este mundo inferior.
Sobre todos estos aspectos establece Aristóteles «que ha de considerarse qué es
cada uno de ellos», y cuál es su causa.
Y, dado que habia dicho que las cosas expuestas
anteriormente eran de màxima importancia, añade algunos aspectos que no
revisten tanta importancia, como la salud y la enfermedad, y que no se
encuentran en cada uno de los individuos de los géneros en cuyo tmbito naturalmente
existen, como sucede en las cosas dichas; sin embargo, se pueden encontrar
naturalmente en todos los vivientes, tanto animales, como plantas.
14. Por otro lado,
afirma que corresponde al físico encontrar los primeros y universales
principios de la salud y de la enfermedad; pero pertenece al médico, que es el
artifice operativo de la salud, el considerar los principios particulares, de
la misma manera que a cualquier arte operativa pertenece considerar las cosas
singulares en función de su propósito, puesto que las operaciones se hallan en
las cosas singulares.
Y prueba que esta consideración pertenece al
físico. Lo prueba doblemente.
15. Primero, por la
razón. En efecto, no puede existir la salud o la enfermedad sino es en los
seres que tienen vida. De esta afirmación se deduce que el cuerpo vivo es el
sujeto propio de la salud y de la enfermedad. Ahora bien, los principios del
sujeto son los principios de sus propiedades. Por lo tanto, al pertenecer la
consideración del cuerpo vivo y sus principios al físico, es preciso también
que él considere los principios de la salud y de la enfermedad.
16. En segundo
lugar, prueba lo mismo por un signo o ejemplo, que es una derivación de la
razón aducida. En efecto, muchos fisicos ponen fin a su consideración tratando
temas que pertenecen a la medicina. De modo similar, muchos médicos, a saber,
quienes observan más filoséficamente el arte de la medicina, no sólo
sirviéndose de los experimentos, sino también inten tando averiguar las causas,
comienzan su estudio de la medicina por las rea lidades naturales. De esto se
evidencia que la consideración de la salud o la enfermedad es común a médicos y
físicos.
***
Y la razón de esto es que ciertamente la salud
es causada algunas veces sólo por la naturaleza, y, por ello, pertenece al
estudio del fisico, ya que es propio de él estudiar las obras de la naturaleza;
pero, otras veces, la salud es causada por el arte y, de acuerdo conesto, es
estudiada por el médico. Pero, dado que el arte no produce principalmente la
salud, sino que es como ayudante y servidor de la naturaleza, es entonces
necesario que el médico reciba del físico, como de la más principal causa, los
principios de su ciencia, como el piloto de una nave los recibe del astrénomo.
Esta es la razón por la que los médicos que siguen bien su arte comienzan por
las cosas naturales. Pero, si algunas cosas son artificiales, pues sólo se
producen por el arte, como una casa o una nave, esas de ningén modo pertenecen
al estudio del fisico; de la misma manera que lo producido por la sola
naturaleza, de ningún modo pertenece al estudio del arte, a no ser en la medida
en que el arte se sirve de la realidad natural.
***
17. Después prueba
su propésito, a saber, que todas las cosas dichas antes son comunes al alma y
al cuerpo, y se sirve de la razón siguiente: todas las cosas dichas antes
pertenecen al sentido; es así que el sentido es común al alma y al cuerpo (pues
el sentir conviene al alma por medio del cuerpo); luego todos los aspectos
considerados antes son comunes al alma y al cuerpo.
Descubre lo primero como por inducción. En
efecto, algunas de las cosas citadas llegan con el sentido, a saber, las cosas
que pertenecen al conoci miento sensitivo, como la sensación, la fantasía y la
memoria; pero otras llegan por medio del sentido, como lo que pertenece a la
potencia apetitiva que es movida por la aprehensión del sentido. En cambio, de
otras cosas que pertenecen más claramente al cuerpo, unas son afecciones del
sentido, a saber, el sueño que es la atadura del sentido, y la vigilia que es
su liberación; otras son maneras de ser del sentido, a saber, la juventud y la
vejez, que son relativas a que los sentidos se encuentren bien o se encuentren
débilmente; otras sirven para la conservación y salud del sentido, a saber, la
respiración, la vida y la salud; otras son corrupciones y privaciones corno la
muerte y la enfermedad.
Por otra parte, sobre el segundo punto, a saber,
que el sentido es com al cuerpo y al alma, afirma que es algo claro tanto si se
empleàn argumentos como si no se emplean. En efecto, la razón conargumento está
a la vista: pues como el sentido es paciente del objeto sensible —según se
mostrd en el libro I, 2 Del alma pero los objetos sensibles son
materiabes y corpóreos, es necesario que sea corpóreo lo que es paciente del
objeto sensible. Y sin una razón argumentada también se hace evidente, por la
experiencia: porque la operación del sentido se ve impedida si está perturbados
los órganos corpóreos; y, si se suprimen los órganos, queda totalmente anulado
el sentido.
[SESSIO PRIMERA: PUESTO DE LOS SENTIDOS EXTERNOS]
[CAPÍTULO I]: [El orden de los sentidos
externos] 436b8 437b8
18. Una vez puesto
et proemio, en et que et fildsofo muestra su intención, aquí contintia su
propósito.
En primer lugar, señala lo perteneciente al
sentido externo. En segundo lugar, señala lo perteneciente al conocimiento
sensitivo interno, a saber, la memoria y la reminiscencia. Ese tratado es parte
de este libro, según los griegos.
En torno al primer punto, lo presenta en tres
partes. En la primera, re sume algunas cosas que han sido expuestas en el libro
Del alma, de las que ha de servirse como presupuestos, como se ha dicho
antes. En la segunda parte trata de la verdad que pretende acerca de las obras
de los sentidos y los objetos sensibles. En la tercera parte, da la solución a
ciertas dudas sobre lo expuesto anteriormente.
Acerca de lo primero hace dos cosas.
Primeramente afirma lo que en el libro Del alma se ha dicho sobre el
sentido. En segundo lugar, recoge algunas de las cosas expuestas.
19. Así, pues,
primeramente dice lo que en el libro Del alma III, 11-12 se expuso sobre
el sentido y el sentir, o sea, sobre la potencia sensitiva y su acto; sobre
estos se expusieron dos puntos: qué es cada uno de ellos y cuál es la causa por
la que estos se hallan en los animales.
Llama al sentir pasión porque la acción del
sentido se produce al ser paciente et propio sentido, como se probó en II , 10 Del
alma. Y muestra al final del libro II 24, Del alma qué es el sentido
y por qué los animales sienten a saber, porque los animales pueden recibir sin
materia las especies de los obje tos sensibles.
20. A continuación
recoge tres tesis de las expuestas sobre el sentido en el libro III, 11 Del
alma: de ellas, la primera pertenece al sentido en general; la segunda
pertenece a los sentidos que son comunes a todos los animales; la tercera
pertenece a los otros sentidos que se encuentran en los animales perfectos.
Por lo tanto, primaramente dice que todo animal,
por el hecho de serlo, es necesario que tenga algún sentido. En efecto, la
razón de ser del animal consiste en que es sensitivo; razón por la cual un
animal no se distingue de otro.
Coloca, pues, al animal en el fnfimo grado de
los seres cognoscentes. Y estos ciertamente sobresalen por enciina de los otros
seres que carecen de conocimiento, porque pueden contener en sí mismos muchos
entes y, de esa manera, se muestra que su virtud es más capaz y se extiende a
muchas más cosas. Sin duda, cuanto más universal es el conocimiento que un
cognoscen te tiene de las cosas, tanto más absoluta, más inrnaterial y más
perfecta es su virtud. Por otro lado, la potencia sensitiva que se halla en los
animales es ciertamente capaz de las cosas externas, pero sólo en singular; por
lo tanto, tiene también cierta inmaterialidad, en cuanto que puede recibir
especies sensibles sin materia; pero es la infima en el orden de los
cognoscentes, en cuanto sólo puede recibir las especies en un órgano corporal.
21. Después
establece lo que pertenece a los sentidos que son comunes y necesarios al
animal. En torno a esto, ha de considerarse que los sentidos comunes y
necesarios a cada uno de los animales son los cognoscitivos, los cuales pueden
conocer lo que es necesario al animal. Ahora bien, lo sensible al animal es
necesario de dos modos.
De un modo, es necesario en cuanto que el cuerpo
es una mezcla de los cuatro elementos así es necesario al animal la debida
proporción de calor y frío, de humedad y sequedad, y de otras cualidades
similares que constituyen las diferencias de los cuerpos mixtos Por otro lado,
lo sensible le es necesario al animal en cuanto que su cuerpo es vivo y
nutrible; y, de esa manera, le es necesario el alimento conveniente; el animal
se destruiría por lo que es contrario a esas cosas. Y, aunque lo primero es necesario
a todo cuerpo mixto, lo segundo es necesario también a las plantas; pero el
animal sobresale en que puede tener conocimiento de esas cosas, por la razón ya
expuesta, conforme al grado de su naturaleza. El sentido del tacto, que es
cognoscitivo de las diferencias antes citadas, se ordena a conocer lo que le es
necesario o contrario, de conformidad con la razón de ser del cuerpo mixto.
Para conocer el alimento conveniente, le es necesario al animal el gusto, a
través del cual se conoce lo sápido y lo insfpido, lo cual es signo de alimento
conveniente o inconveniente.
***
Y por ello se dice que el gusto y el tacto
convienen necesariamente a to dos los animales.
22. Respecto al
tacto, la causa esté señalada en el libro II, 5 Del alma, a saber,
porque el tacto puede conocer las cosas que componen el animal; en cambio, el
gusto le es necesario por el alimento, pues el animal, mediante el gusto,
discierne lo agradable y lo desagradable, o lo sápido y lo insípido, acerca del
alimento, de manera que sigue a uno de estos en cuanto conve niente, y huye del
otro en cuanto nocivo. El sabor es totalmente una pasión de la parte nutritiva
del alma; no porque sea objeto de la potencia nutritiva, sino porque se ordena
al acto de la potencia nutritiva como a su fin, tal y como se ha dicho. Sin
embargo, Alejandro dice en su Comentario —el cual se halla en griego en algunos
libros— que el sabor es una pasión de la parte gustativa del alma nutritiva, y
ello porque el sabor es aprehendido por el gusto ordenado a la nutrición.
23. Después sigue
hablando de los sentidos que se hallan sólo en los animales perfectos.
Y primero señala la causa por la que
generalmente los sentidos de este tipo se encuentran en todos los animales como
estos. Segundo, señala la causa por la que se hallan especialmente en algunos
animales de estos màs perfectos.
***
Ha de saberse, sobre el primer apartado, que se
llaman animales perfectos aquellos en los que no sólo se encuentra lo sensitivo
sin movimiento de des plazamiento, como la ostra, sino aquellos que, además de
esto, poseen lo moviente conforme a un movimiento de desplazamiento. Ha de
pensarse que estos animales sobrepasan a los animales imperfectos, esto es, a
los inmóviles, de la misma manera que éstos sobresalen respecto a las plantas y
a otros cuerpos mixtos: en efecto, las plantas y los cuerpos inanimados no
poseen conocimiento alguno de lo que les es necesario; pero los animales
inmóviles poseen, sin duda, conocimiento de lo que es necesario sólo conforme a
que se les oírece presencialmente; en cambio, los animales que marchan reciben
información de lo que, incluso, está alejado: por lo tanto, estos se acer can
más al conocimiento intelectivo, el cual no está determinado al aquí y al
ahora. Y, de la misma manera que se ordena el gusto a todos los animales, para
que conozcan las cosas necesarias que pertenecen a la nutrición, según se les
oírecen presencialmente, así también el obor se ordena al conocimiento de las
cosas que se les oírecen a distancia. Pues el olor y el sabor poseen cierta afinidad,
como se dir más adelante.
Y, como la conveniencia del abimento próximo se
conoce por el sabor, la conveniencia del alimento distante se conoce por el
obor.
24. Los otros dos
sentidos, la vista y el oído, se ordenan al conocimiento a distancia que se tiene
detodas las cosas necesarias o perjudiciales al animal, bien sean necesarias
por su condición de cuerpo mixto, bien sea en razón de su cuerpo vivo nutrible.
Es evidente que los animales, sirviéndose de la vista y el oído, huyen de lo
que les daña, y persiguen lo que les sirve para estar sanos.
***
Y por eso dice que aquellos sentidos que se
realizan por los medios exte riores, como se ha dicho en el libro III, 2 Del
alma, a saber: el olfato, el oído y la vista, se hallan en los animales que
caminan, esto es, que se mueven con un movimiento de desplazamiento, debido a
una causa común a todos ellos, esto es, por causa de la salud, para conocer a
distancia lo necesario, al igual que presencialmente lo conocen mediante el
gusto y el tacto. Esto es lo que añade: los animales, pre-sintiendo, esto es,
sintiendo a distancia persiguen el alimento conveniente y huyen de lo mabo y
perjudicial; como la oveja huyc del lobo como dañino, y el bobo persigue a la
oveja, una vez vista, oída u ol fateada, como un alimento conveniente.
25. A continuación
señala otra causa especial en determinados animales más perfectos. Primero
propone la causa. En segundo lugar, compara los sentidos unos conotros en
relación a esas causas.
Acerca del primer punto, ha de considerarse que
la prudencia es directiva en el obrar. Sin duda, la prudencia universal es
directiva respecto a cuales quiera cosas que han de hacerse. Por lo tanto, no
se encuen en otros ani males que no sean los solos hombres, los cuales tienen
una razón capaz de conocer las cosas universales; pero en los demás animales
hay ciertas pru dencias particulares en relación a algunos actos determinados;
como la hormiga que en verano acumula alimento para vivir en invierno.
Por su parte, los sentidos antes citados, sobre
todo el oído y la vista, son útiles a los animales en relación a sus prudencias
partjculares, y a los hombres en relación a la prudencia universal para hacer
algo bien (el olfato pa rece ser totalmente titil para la necesidad del
alimento, pero es poco titil para la prudencia; de ahí que, en todos los seres
que tienen una prudencia perfecta, el sentido del olfato es muy deficiente,
como se dice en el libro II, 19 Del alma.
26. Muestra cómo
los sentidos señalados son ùtiles a la prudencia: por que hacen patentes las múltiples
diferencias de las cosas, de las que el hombre se sirve para discernir lo
especulable y lo operable en efecto, el hombre se eleva mediante los efectos
sensibles a la consideración de lo inteligible y universal, e incluso partiendo
de los sentidos es instruido acerca de lo que se ha de hacer por lo que ha oído
y visto. En cambio, los otros animales en nada participan de la contemplación;
pero de la acción participan de una manera particular, como se dice en el libro
X, 12 de la Ética.
Por otro lado, estos dos sentidos muestran
muchas determinaciones dife rentes, porque sus objetos se encuentran en los
cuerpos como consecuencia de los aspectos que son comunes a todos los cuerpos,
tanto inferiores como superiores; pues el color tiene una relación de consecuencia
con la luz y lo diáfano, en los que los cuerpos inferiores participan del
cuerpo celeste; por su parte, el sonido se sigue del movimiento local que
también se encuentra en ambas clases de cuerpos (pero el olor se sigue de los
solos cuerpos mixtos, pot los cuales consigue el animal alimentarse).
27. Después,
establece la comparación entre la vista y el oído respecto a las causas antes
reseñadas.
Y primero, los compara. En segundo lugar, lo
demuestra.
En torno al primer punto afirma que la vista aventaja
al oído de dos modos. De un modo, en cuanto a las cosas necesarias; por
ejemplo, para buscar el alimento y evitar lo perjudicial: esto se aprehende
conm certeza me diante la vista —la cual es modificada por las mismas cosas—,
que mediante el oído —el cual es modificado por los sonidos que se siguen de
algunos movimientos de las cosas La vista también sobresale respecto al oído de
otro modo: la vista aventaja esencialmente al oído, porque puede conocer mejor
y más cosas que el oído. Ahora bien, el oído aventaja a la vista en cuanto que
está al servicio de la inteligencia; pero esto ocurre accidentalmente, como
manifestará después.
28. A continuación
hace evidente lo que había expuesto. Primero, que la vista es esencialmente
mejor que el oído. Segundo, que el oído es accidentalmente mejor.
Y así afirma primero que la vista es
esencialmente mejor, porque la poten cia visual, mediante su aprehensión, nos
anuncia maltiples determinaciones diferentes de las cosas, y de diversos modos.
Esto es así porque su objeto, que es lo visible, se encuentra en todos los
cuerpos; en efecto, algo se hace visible porque lo diáfano es iluminado en acto
pot un cuerpo hícido; y en estas cosas los cuerpos inferiores tienen algo en
común con los superiores.
Y, por esto, dice que todos los cuerpos, tanto
superiores como inferiores, participan del color; porque en todos los cuerpos o
se encuentra el color por su propia razón de ser, como en los cuerpos en los
cuales lo dhífano está delimitado, o, al menos se encuentran en ellos los
principios del color que son lo diáfano y la buz; por esto muchas cosas son
manifestadas mediante la vista.
29. Los objetos
sensibles cornunes también se conocen mejor mediante este sentido: porque,
cuanto tiene una virtud cognoscitiva más universal y se extiende a más
realidades, tanto más eficaz es en su conocimiento: pues aquello que hace más
universal a una virtud, la hace también más poderosa.
Reciben el nombre de sensibles cornunes los
objetos que no son conocidos por un sólo sentido, como los sensibles propios,
sino que son conocidos por varios sentidos; como el tamaño, la figura, el
reposo, el movimiento y el número. Pues las cualidades que son objetos propios
de los sentidos son formas que se dan en el ser continuo; y, por ello, es
necesario que lo conti nuo, en cuanto que es sujeto de sernejantes cualidades,
mueva el sentido, no accidentalmente, sino como algo que esencialmente es
sujeto y es comt’in a todas las cualidades sensibles.
Todos los objetos que se denominan sensibles
comunes pertenecen de algún modo a lo continuo, sea según su medida como el
tamaño, sea según su división como el número, sea según su terminación como la
figura, sea según la lejanfa o la proximidad como el movimiento.
30. Pero el oldo
nos anuncia las solas diferencias de los sonidos las cuales no se encuentran en
todos los cuerpos, ni son expresivas de las múltiples diversidades que hay en
las cosas; mas a pocos animales muestra el oído las diferencias de la voz. Pues
la voz es un sonido que, acompafiado de cierta imaginación, es proferido por la
boca del ser viviente, como se dice en el libro II Del alma por eso, la
voz animal, en cuanto tal, significa naturalmente una pasión interior del
animal, como el ladrido de los perros significa su ira; así también, los
animales más perfectos, por sus voces, conocen recíprocamente las pasiones
interiores: pero este conocimiento está ausente en los animales imperfectos. En
consecuencia, el oído sólo conoce esencialmente o bien la diferencia de sonidos
como el grave o el agudo, o algo semejante, o bien las diferencias de voz,
según sean indicativas de diversas pasiones; de este modo, el conocimiento del
oído no se extiende, como la vista, a conocer esencialmente tantas diferencias
de las cosas.
31. Después aclara
que el oído es accidentalmente mejor para la inteligencia. Se expresa así: el
oído es muy útil para la prudencia (aquí, la prudencia es tomada como un cierto
conocimiento intelectivo, y no sólo en cuanto que es la recta razón del hacer
humano como se dice en el libro VI de la Ética ahora bien, esto ocurre
accidentalmente, porque el discurso que es escuchado causa el aprendizaje, pero
no esencialmente, esto es, según las diferencias mismas de los sonidos, sino
accidentalmente, en cuanto que las palabras que componen el discurso o la
locución son simbolos, esto es, signos de conceptos y, consecuentemente, de las
cosas. De esta manera, el sabio enseña a su discípulo en cuanto que, mediante
su discurso, le significa el concepto de su inteligencia. Y el hombre puede
conocer más aprendiendo— para lo cual es tltil el oído, aunque accidentalmente—
que indagando por mismo, para lo cual es ante todo útil la vista.
De ahí que, entre los privados desde su
nacimiento de uno de los sentidos, a saber, de la vista y el oído, ocurre que
los ciegos, que carecen de vista, son más sabios que los mudos y los sordos que
carecen de oído.
32. Y añade la
palabra «mudos», porque todo sordo de nacimiento es mudo por necesidad. El
sordo no puede aprender a formar locuciones significativas que tengan un
significado convencional. Por lo tanto, se comporta con el habla detodo el
género humano como el que nunca ha oído una lengua se comporta conesa lengua Y,
al revés, no es necesario que todo mudo sea sordo; pues por alguna causa puede
acaecer que alguien sea mudo, por ejemplo, debido a algún impedimento de la
lengua.
Finalmente, epilogando, concluye que se ha
hablado sobre la virtud que posee cada sentido.
[CAPÍTULO II]: [Complexión elemental de los sentidos
externos] 437a9 438a5
33. Una vez que
Aristóteies retomó estas cosas que son necesarias a la presente consideración
sobre las mismas potencias sensitivas, ahora se acerca al propósito principal
de este libro, aplicando la consideración del sentido a las cosas corporales.
Primero, en cuanto al drgano del sentido. Segundo, en cuanto a los objetos
sensibles.
En torno al primer punto piantea dos cuestiones:
primera, atribuye el órgano de los sentidos a los elementos, rechazando las
tesis de los otros.
Segunda, determina lo que puede ser más
verdadero.
A la vez, respecto al primer apartado, pone dos
subapartados. Primeramente toca, en general, cémo los antiguos atribufan los
órganos de los sentidos a los elementos. En segundo lugar, desciende de martera
especial al órgano de la vista, en torno al cual muchos se equivocaban.
Expone, pues, en primer lugar, que los primeros
fildsofos, ateniéndose a los elementos de los cuerpos, buscaban cu5ies serían
los instrumentos corpé reos, en los cuales y por los cuales se ejercerían las
operaciones de los sentidos. Y esto era así porque, como se ha dicho en el
libro I, 4 Del alma establecían que lo semejante era conocido por lo
semejante En consecuencia, también establecfan que la propia alma tenfa la
naturaleza de los principios elementales, para que, mediante esto, pudiera
conocer todas las cosas, corno si tuviera conformidad contodas ellas (pues
todas las cosas tienen algo comi’in en los principios elementales); por igual
razón, puesto que mediante los órganos de los sentidos se conocen todas las
cosas corporales, ellos los atri bufan a los ebementos de los cuerpos.
34. Pero
inmediatamente les surgfa una dificultad: son cinco los sentidos y cuatro los
elementos; por eso intentaban averiguar a qué elemento podrían aplicar el
drgano del quinto sentido.
Hay entre el aire y el agua un elemento
intermedio, más denso que el aire, pero más sutil que el agua: es el humo o
vapor; algunos opinaron que también era un primer principio; a este le
atribufan el órgano del olfato: porque el obor se percibe mediante una cierta
evaporación humosa y atri bufan los otros cuatro sentidos a los cuatro
ebementos: el tacto a la tierra, el gusto al agua (porque el sabor se siente
por lo húmedo), el oído al aire, y la vista al fuego
35. A continuación,
trata especialmente el órgano de la vista, que atribuían al fuego. Y primero
reprueba la causa de su posición. Segundo, rechaza la posición misma.
En torno a la primera parte, establece tres
puntos. Primero, pone el motivo por el que ciertamente se inclinaban a atribuir
el órgano de la vista al fuego. Segundo, provoca una duda. Tercero, determina
la verdad acerca de ambas cosas.
Por lo tanto, primeramente dice que todos los
que atribuyen el órgano de la vista al fuego, lo hacen porque desconocen la
causa de una afección que acaece en el ojo: en efecto, si el ojo es comprimido
y fuertemente agitado, se ve que luce un fuego: esto sucede solamente cuando el
aire exterior es tene broso silos pilrpados están abiertos, o también cuando el
aire es claro si antes se cierran los párpados porque por esto se produce la oscuridad
una vez cerrados los ojos. Y pensaban que aquello era una señal manifiesta de
el órgano de la vista pertenece al fuego.
36. Después, indica
una duda acerca de lo expuesto. Pues es evidente que el sentido conoce el
objeto sensible presente: por lo tanto, también la vista conoce el objeto
visible presente; pero el fuego, debido a su luz, es algo visible; luego si el
fuego está siempre presente en la vista como en su órgano, parece que la vista
siempre debería ver el fuego. Pero esto no se sigue según los principios que
Aristóteles establece. En efecto, Aristóteles da por supuesto que el sentido
está en potencia respecto al objeto sensible; y es preciso que sea modificado
por el objeto sensible a través de algún medio. Pero, según él mismo dice, el
objeto sensible superpuesto al sentido no se siente, como se dice en el libro II,
15 Del alma Por lo tanto, si el órgano de la vista estuviera constituido
por el fuego, entonces la vista no vería el fuego. Pero, según los otros
filósofos, la vista y los demàs sentidos perciben los objetos sensibles en
cuanto que son tales en acto, esto es, son semejantes a los objetos sensibles
en cuanto que tienen la naturaleza de los principios elementales, como se ha
dicho. Y, por esto, según los filósofos para los que el órgano de la vista era ígneo,
se segufa que viera el fuego del modo expuesto. Pero entonces permanece la duda
que Aristóteles plantea aquí: ¿por qué razón el ojo en reposo no ve el fuego,
como lo ve el ojo en movimiento?
37. Luego señala la
causa de la aparición citada: con la que también se resuelve la duda suscitada;
y se demuestra cu vanamente consideraron la vista como fuego.
Para esto ha de aceptarse que los cuerpos
suaves, esto es pulidos y tersos, por la propiedad de su misma naturaleza
poseen cierto fulgor (lo que no sucede en los cuerpos speros y rugosos, porque
en ellos unas partes sobresalen de las otras y las sombrean); y, aunque, en
cierto modo, de suyo brillen esos cuerpos, sin embargo, no tienen tanto fulgor
que puedan constituir un medio lúcido en acto, como lo hace el sol y cuerpos
semejantes. Así, pues, es evidente que aquello que está en medio del ojo, que
se llama lo negro del ojo, es como suave y pulido. Por lo que tiene un cierto
fulgor en razón de su suavidad, pero no por la naturaleza del fuego, como
aquellos pensaban. Por consiguiente, apartada está ya la necesidad de atribuir
el órgano de la vista al fuego, a saber, porque la causa de la claridad que
aparece puede ser asignada no al fuego, sino a otra cosa distinta. Pero, sea
por esto, sea por el fuego, sea por la suavidad de la pupila, persiste la duda
general de por qué ve semejante fulgor el ojo en movimiento, pero no lo ve en
reposo.
38. Y señala la
causa de esto, diciendo que tal fulgor aparece si el ojo está en movimiento, ya
que el fulgor se produce, con la moción del ojo, como si de una cosa se hacen
dos. En efecto, la pupila que resplandece y la pupila que ve son un único e
idéntico sujeto. La pupila, en cuanto que es resplandeciente proyecta su fulgor
al exterior; pero, en cuanto que es vidente, conoce el fulgor, como
recibiéndolo del exterior; ahora bien, cuando está en reposo y se produce la
emisión del fulgor hacia el exterior, la vista no recibe entonces ese fulgor
para poder ver. Pero, cuando el ojo se mueve con rapidez, el negro del ojo se
traslada hacia el lugar exterior sobre el que la pupila emitfa su resplandor,
antés que el resplandor desaparezca; y, por esto, la pupila, trasladada
velozmente a otro lugar, recibe su resplandor como del exterior, para que así
parezca que una cosa es el vidente y otra cosa lo visto, aunque scan lo mismo
en el sujeto; y, por esto, la aparición del fulgor sólo se produce si el ojo se
mueve conrapidez; porque si se moviera lentamente, la impresión del fulgor
procedente del lugar exterior —hacia el que el fulgor llegaba— desaparecería
antes de que la pupila llegara allí.
***
39. Pero parece que
ninguna rapidez del movimiento es suficiente para esto. En efecto, por muy
veloz que sea el movimiento local, siempre es preciso que se produzca en el tiempo;
mas la emisión del fulgor por la presencia del cuerpo refulgente y su cesación
por su ausencia, ambos, se producen en el instante; luego no parece posible
que, por muy rápidamente que se mueva el ojo, ilegue la pupila al lugar
exterior antes de que cese alu el fulgor que proviene de la pupila existente en
otro lugar. Pero a esto ha de replicarse, según Alejandro en su Comentario, lo
siguiente: la pupila es un cuerpo y es divisible en partes; de ahí que, movido
rápidamente el ojo, cuando una parte de la pupila comienza a llegar a otro
lugar, el fulgor al llega alu de la parte restante de la pupila que atln no
percibe aquel lugar; y de ello sucede que la pupila comienza a ver el fulgor
como si resplandeciese en otra parte. La señal de eso es que este fulgor no
parece faltar, pero cuando cesa desaparece de repente la visión.
***
40. También señala
la causa por la que esa operación sobreviene en me dio de la oscuridad y no en
mcdio de la luz; porque el fulgor de los cuerpos suaves, debido a su languidez,
se oscurece por una claridad mayor; sin embargo es visto en medio de la
oscuridad; así también sucede en algunos otros seres que posecn una luz escasa,
y son vistos, por ello, en la oscuridad, pero no en la luz, coino ocurre conlas
cabezas de algunos peces y con el humor turbio del pez que se llama sepia.
Añade que si el ojo se mueve lentamente, o sea quedamente, no sobreviene la
aparición citada, porque vidente y objeto visto aparecen siinultóneamente como
uno y dos, según se ha dicho; pero de aquel otro modo, a saber, cuando el ojo
se mueve rápidamente, entonces se ve a sí mismo como si fuera modificado por si
mismo en una posición diversa, como sucede en la refracción o en la reflexién:
por ejemplo, cuando el ojo se ve en el espejo, desdc el cual, a saber, desdc el
exterior, vuelve la especie del ojo al propio ojo, a modo de una cierta
reflcxión; de esa misina manera, también en la citada aparición, el fulgor del
ojo vuelve al propio ojo, como se ha dicho.
41. Luego se
encamina a desaprobar esa tesis. Primero desaprueba el que atribuyan la vista
al fuego. En segundo lugar, desaprueba que la vista vea emitiendo algo al
exterior.
Respecto al primer punto, pone tres apartados.
Primero propone la opinión de Platón; segundo, la de Empédodes; en tercer lugar
expone la opinión de Demócrito.
A su vez el primer apartado lo subdivide en dos
partes. Primero, se opone a Platón. Segunda, rechaza su respuesta.
En torno a la primera parte, ha de saberse que
Empédocles y PIatón en su Tin1eo convenfan en dos cosas: que el órgano de la
vista pertenece al fuego y que la visión se produce porque la luz sale del ojo
como de una lámpara. De estos dos supuestos, Aristóteles saca la conclusión de
que la vista debería ver en la oscuridad lo mismo que en la luz. Pues es
posible también que, en la oscuridad, la luz sea emitida por una lámpara
iluminando el medio; y así, si el ojo ve por la emisión de la luz, se sigue que
el ojo también puede ver en medio de la oscuridad.
42. A continuación
excluye la tesis de Platón expuesta en el Timeo. Este dice que cuando la
luz sale del ojo, si encuentra en el medio luz, se salva por éste, porque lo
semejante se salva por lo que le es semejante; y por esto se produce la visión.
Pero si la luz del ojo no encuentra luz al salir, sino la oscuridad, la luz que
sale del ojo se extingue, por la desemejanza de la oscuridad con la luz y, por
eso, el ojo no ve.
43. Pero
Aristóteles afirma que esta causa no es verdadera; y lo prueba.
En efecto, no puede indicarse una razón por la
cual se extinga la luz del ojo en la oscuridad. Los Platónicos decían que había
tres especies de fuego: la luz, la liama y el carbón. El fuego, al ser por
naturaleza caliente y seco, se extingue sea con el frío, sea con lo húmedo:
esto aparece manifiestamente en los carbones y en la llama. Pero ninguna de las
dos cosas conciernen a la luz, que no se extingue ni con el frío ni con la
humedad. Luego no se dice rectamente que la luz se extingue como un fuego.
Mas Alejandro en su Comentario Alexander, In de sensu, 46, 3-6 dice que se encuentra
otra interpretación, como la siguiente: «Tal cual aparece que hay fuego en los
carbones y ilama en la luz; pero ninguna de las dos cosas parece conveniente a
la oscuridad; tampoco la humedad y el frío por los que se produce la
extinción». Y, según esta interpretación, el argumento de Aristóteles parece
ser más dtil al fin propuesto. En efecto, ocurre que la luz ígnea que aparece
en los carbones y en la llama se extingue con el frío y la humedad; en cambio,
la oscuridad no es algo frío o húmedo; luego la luz ígnea que sale del ojo no
puede ser apagada mediante la oscuridad.
44. Podría alguien
decir que la luz ígnea que sale del ojo no es apagada en la oscuridad, sino que
se apaga porque es débil cuando no es robustecida por la luz exterior; y por
ello se nos oculta y así no hay visión.
45. Pero
Aristóteles desaprueba eso. En cuanto a esta cuestién ha de saberse que la luz ígnea
se apaga u oscurece de dos modos. De un modo: por las propiedades de la luz, en
cuanto que una luz pequeña se extingue ante la presencia de una luz mayor. De
otro modo, por la propiedad del fuego que se extingue en el agua. En
consecuencia, si esa débil luz que sale del ojo fuera ignea, seria necesario
que se extinguiera en el dia por la claridad más excelente, y en el agua por su
contrariedad con el fuego; y, consecuentemente, la citada luz visual se
oscurecería más entre el hielo. En efecto, vemos que esto ocurre en la llama y
en los cuerpos encendidos, pero que no acontece en la vista. Por lo tanto es
evidente que la respuesta dada es ineficaz.
46. A continuación
cuenta la opinión de Empédocles de cuya desaprobación ya se ha hablado. Y dice
que parece que Empédocles piensa, como ya se ha dicho, que la visión se produce
por la luz que sale del ojo’ Aristóteles transcribe las palabras que Empédocles
expresé en verso: decía que en la vista ocurría lo mismo que, cuando alguien,
pensando salir por un camino en una noche de invierno, soplando los vientos,
prepara su candil; enciende la luz de ardiente fuego; y aunque el fmpetu
detodos los vientos se oponga tenazmente, poniendo una protección a su lámpara,
consigue impe dir que el soplo de los vientos pueda llegar a la luz del fuego.
Mas la luz contenida en el candil sale fuera de él; y cuanto más esté extendida
fuera, tanto más ilumina el aire; pero al salir fuera, esos rayos quedan
mitigados, esto es, atenuados por el velo del candil, por ejemplo, por una piel
o algo semejante (evidentemente, el aire no queda iluminado por el candil
contanta claridad como se iluminaría por un fuego no velado). Y dice que de
manera semejante acontece en el ojo, en el que una luz antigua, esto es,
existente desde la misma formación del ojo, está protegida en el sentido, esto
es, se conserva conseguridad en las meringas, o sea, en las ténicas del ojo, a
través de las cuales, como a través de sutiles lienzos, la luz se difunde por
todas partes mediante la pupila; sin duda, esas ténicas revelan con los rayos
emitidos por chas lo profundo del agua que fluye cerca del fuego que, encen
dido en la pupila, sirve de nutrición, o más bien descubren la rnezcla bien
dosificada del fuego colocado en lo profundo. Así la luz, procediendo del
interior, sale Jitera, en el momento en que está más extendida. También, lo que
dice del círculo ha de referirse a la redondez de la pupila.
47. Ha de
observarse que, de una manera expresiva, dijo: «con los rayos mitigados por un
velo», para significar la causa por la que no se ve en la oscuridad, a saber,
porque la luz que sale se debilita porque atraviesa los velos dichos, de modo
que los rayos no pueden iluminar perfectamente el aire.
Después de haber expuesto las palabras de
Empédocles, aibade que algunas veces decia que la visión se producía por la
emisión de la luz, como se ha indicado, pero otras veces decía que la visión se
producía por ciertos cuerpos que emanaban de los objetos visibles y que llegaban
a la vista; quiz su opinión era que se unían ambas cosas para producir la
visión.
CAPÍTULO III: [La sensación no es una emisión corporal]
438a6 438b2
48. Después de
haber expuesto la opinión de Platón y de Empédocles, aquí en tercer lugar,
Aristóteles expone la opinión de Demócrito.
Distingue tres partes en dicha exposición.
Primero, muestra en qué estuvo atinado Demécrito y en qué no. En segundo lugar,
continda la exposición de la parte en que Demócrito no acertó. En tercer lugar,
vuelve a tratar el punto en el que Demócrito estuvo acertado.
Aristóteles dice, en primer lugar, que Demócrito
estuvo acertado al atribuir el sentido de la vista al agua; pero que no estuvo
acertado al pensar que la visión era solamente la aparición de la realidad
vista en la pupila; semejante aparición ocurre en la pupila debido a una
disposición corporal del ojo, a saber, porque el ojo es «suave», esto es, como
si fuerh pulido y terso.
Y así se muestra que el ver mismo no consiste en
que tal forma aparezca en el ojo; sino que consiste en el vidente, esto es, en
el que tiene la virtud vi siva pues el ojo no es vidente porque sea suave, sino
porque posee la virtud visiva: y aquella pasión, a saber, que la forma de la
realidad vista aparezca en el ojo, es fruto de la refracción o reverberación,
esto es, causada por la refracción o reverberación de la forma en el cuerpo
pulido.
***
Así vemos que acontece en el espejo: en efecto,
cuando la mutación de lo diáfano —roducida por un cuerpo visible— ha llagado a
un cuerpo no diáfano, la mutación no puede atravesar más sino que, en cierto
modo, se refleja a semejanza de un dardo que rebota, después de haber sido
lanzado contra la pared; y al rebotar, la forma de la realidad vista vuelve a
la parte opuesta. De ahí que acontezca que uno se vea a sí mismo en el espejo,
o incluso vea otra cosa que no está directamente en frente de su vista.
49. Pero esto sólo
tiene lugar si concurren dos condiciones: una de las cuales es que el cuerpo
sea de superficie suave y, por esto, que sea en cierto modo espiendente —como
se ha dicho antes—; a través de ese fulgor mode rado se manifiesta la especie
ahí reflejada.
Otra condición es que dicho cuerpo esté
interiormente terminado por algo, de modo que la citada mutación no traspase
más allá. Por eso, observamos que si en el cristal no se pone plomo u otro
material parecido que impida la penetración, con el fin de que la mutación no
avance más no se produce tal aparición
Ambas cosas concurren en el ojo. En efecto, es
moderadamente espiendente por su suavidad —como se ha mantenido antes—, y posee
algo en el fondo que pone término a su penetrabilidad. Por lo tanto, es
evidente que este hecho a saber, que la forma de la realidad vista aparezca en
el ojo, sucede puramente por refracción, la cual es una pasión corpdral causada
por una determinada disposición del cuerpo.
***
50. Pero Demócrito
no tenfa aún claro el asunto de las refracciones, ni de las formas que aparecen
en los cuerpos que hacen de espejo debido a la refracción. La propia visión, de
acuerdo con la verdad real, no es una pasión corporal: pues su causa principal
es la potencia del alma. Pero Demócrito decía que el alma era algo corporal; y,
por esto, no es extraño que dijese que la operación del alma no era otra cosa
que una pasión corporal.
***
51. Ha de saberse,
sin embargo, que dicha aparición, en cuanto a la primera recepción de la forma,
es una causa de la visién; en efecto, la visión sólo es un acto del alma
mediante un órgano corpéreo. Por esto, no es de extrafiar que tenga alguna
causa por parte de la pasión corpórea; mas no hasta tal punto que la pasión
corpórea se identifique con la visión. Pero la pasión corpórea es, en parte,
causa de la visión, en cuanto —por así decir— a la primera percusión de la
forma visible en el ojo. Pues la reflexién subsi guiente en nada contribuye a
que el ojo vea la realidad vista mediante la especie que aparece en él, aunque
contribuya a que pueda aparecer a otro. Por lo tanto, el ojo que ve la realidad
por la especie, no ve la misma especie que aparece en él.
***
52. Después
continda Aristóteles con la teoría en la que Demécrito no estuvo acertado.
Afirma que parece muy incongruente que a Demócrito, que decía que la visión era
solamente una aparición, no se le hubiera ocurrido la siguiente duda: ¿por qué
razón, otros cuerpos, en los que las formas de las realidades visibles —formas
que llamaba ídolos— aparecen de una manera especular, no yen, y el ojo sí? Esto
manifiesta que no hay que cifrar totalmente la visión en la aparición sino que
en el ojo hay alguna otra cosa más que produce la visión: la potencia visiva.
53. Luego prosigue
Aristóteles con el tema en el que Demócrito estuvo atinado. Primero, propone la
verdad En segundo lugar, lo aclara mediante signos.
Afirma en primer término que es acertado asignar
el órgano de la vista al agua, como lo hizo Demócrito. Sin embargo, ha de
aclararse que la visión se atribuye al agua no en cuanto es agua, sino en razón
de la diafanidad que se encuentra comtmnmente en el agua y en el aire. Pues lo
visible mueve à lo diáfano como se dice en el libro Del alma’°. La
visión se atribuye más al agua que al aire por dos razones. Primera, porque el
agua puede mantenerse conservada más que el aire (pues el aire se disipa fácilmente)
y, por esto, en lo que atañe a la conservación de la vista, el agua fue más
conveniente que el aire: la naturaleza hace siempre lo que es mejor”. Segunda,
porque el agua es más espesa que el aire y, en razón de su espesor, posee la
virtud de que en ella, por una cierta reverberación, aparezca la forma de la
realidad vista; esto compete al instrumento de la vista; en cambio, el ser
diáfano, que es comùn al aire y al agua, compete al medio de la visión. De ahí
concluye que el ojo y la pupila se atribuyen más al agua que al aire. También
es diáfano el cuerpo celeste; pero, dado que no entra en la composición del
cuerpo humano, se pasa por alto aquí.
54. Después
manifiesta que el órgano dc la vista es de agua por tres signos que comparecen
en los propios hechos. El primero es que, si se destruyen los ojos, en este
órgano aparece agua que fluye. El segundo se da en los embriones, cuyos ojos
formados por primera vez está como si recibiesen más virtud de su principio y,
por eso, sobresalen en frialdad y claridad: estas dos cualidades son
connaturales al agua. El tercer signo es que en los animales que tienen sangre,
en los que pueda haber materia grasa .—como generada por la sangre—, se coboca
cerca de la pupila el blanco del ojo que tiene materia grasa y espesor, para
que por su calidez permanezca lo hémedo acuoso de la pupila sin congelarse,
pues ello disminuiría la diafanidad del agua y así impediría la visión. En
razón de la materia grasa, y debido a su calidez, el ojo no se enfría: nunca es
paciente del frío en todo lo que está contenido dentro de los párpados. Pero en
los animales que no tienen sangre, en los que no se encuentra materia grasa, la
naturaleza cubre los ojos con un duro tegumento para proteger lo hérnedo acuoso
que se balla dentro de la pupila.
55. Después
desaprueba el hecho de que algunos hayan establecido que la visión se produzca
mediante una emisión producida por el sentido hacia el exterior: este era el
motivo de atribuir la vista al fuego; por lo tanto, descar tado esto, se
descarta también aquella opinión. Respecto a este asunto, expone dos cosas.
Primero, expone las dos opiniones defendidas por los que afirman que la visión
consiste en una emisión del sentido al exterior. En segundo lugar, desaprueba
una de esas dos opiniones.
Afirma, primeramente, que parece irracional que
la vista vea mediante algo que sale del propio sentido. Esta tesis es expuesta
de dos modos por algunos.
Unos dicen que lo que sale del ojo se extiende
hasta la realidad vista; y de esto se sigue que, incluso cuando vemos los
astros, lo que sale de la vista se extiende hasta los astros.
***
Esto entrafia una imposibilidad clara. En
efecto, al ser la acción de salir solamente propia de los cuerpos, se seguiría
que un cuerpo sale del ojo y llega hasta los astros: esto parece que es falso
por muchas razones. Primera: porque se seguiría que muchos cuerpos estarían en
el mismo lugar: pues lo que saliera del ojo estaría simultáneamente en el aire;
y porque sería necesa rio que esos cuerpos que salen de los ojos se multiplicasen
en el mismo me dio de acuerdo con la multitud de seres que yen por el mismo
medio. Segunda: porque cualquier tipo de emisión de un cuerpo es ciertamente ma
yor al principio, pero al final se debilita; pues ocurre que la llama proce.
dente de un cuerpo encendido tiende a hacerse un vértice; y aquí [en el ca so
del ojo] ocurre lo contrario. Afirman los matemáticos, de los que es esta
opinión, que el vértice del cuerpo que sale del ojo está dentro del ojo, pero
la base está en la realidad vista. Tercera: porque la magnitud del ojo no
podría ser suficiente para que saliera de él un cuerpo tal que llegara hasta
los astros, por mucho que se sutilizase: pues hay un término de la sutilidad de
los cuerpos naturales; además, cuanto mets sutil fuese un cuerpo, tanto más
fiucilmente se destruiría. Asimismo, convendria que el cuerpo, emitido por el
ojo, fuese o el aire o el fuego; no es necesario que el aire sea emitido por el
ojo, ya que abunda en el exterior; y si el cuerpo emitido fuese el fuego, ve ríamos
también de noche o no podríamos ver por medio del agua; tampoco podríamos ver,
a no ser hacia arriba, a donde tiende el movimiento del fuego. Ni puede decirse
que el cuerpo que sale del ojo sea luz, ya que la luz no es un cuerpo’ como se
probó en el libro Del alma.
***
56. La otra opinión
es de Platón, quien dijo que la luz que sale del ojo no avanza hasta la cosa
vista, sino hasta un determinado espacio, donde se uniría con la luz exterior;
en razón de esta unión, se produce la visión, como se ha dicho antes.
57. Luego, pasada
por alto la primera opinión, examinada como muy inconveniente, desaprueba en
consecuencia la segunda por dos razones.
Primera, porque inútil y vanamente se pone un
elemento más. Lo que dice Aristóteles es esto: sería mejor decir que la luz interior
se une con la exterior en la misma extremidad interior del ojo, y no que ambas
se unieran fuera y a cierta distancia. Y esto, porque en el espacio intermedio,
si no hay luz exterior, se extinguiría la luz interior por la oscuridad, según
la tesis del propio Platón, tal y como se ha mantenido antes. Pero si la luz
exterior llega al ojo, es mejor que se una inmediatamente; de modo que lo que
puede ha cerse sin un medio es mejor que lo que se hace por un más.edio: pues
que algo se haga conpocos medios es mejor que hacerbo con muchos.
58. Segunda,
desaprueba la conjunción de la luz interior con la exterior, aunque se realice
en el principio del ojo. Esta desaprobación la hace contres razones. Primera,
porque el unirse y el separarse es propio de los cuerpos que tienen de manera
esencial la subsistencia, pero no es propio de las cualidades, que sólo se
hallan en un sujeto. Por lo tanto, dado que la luz no es un cuerpo, sino un
accidente no se ha dicho que la luz se una a la luz, a no ser que quiz un cuerpo
luminoso se una a otro cuerpo luminoso (puede ocurrir que la luz se
intensifique en el aire por la multiplicación de las luminarias, como también
el calor se intensifica con el aumento de lo que produce calor; pero esto no
sucede por adición, como queda claro en el libro IV, 14 de la Física. Segunda,
desaprueba dicha unién, porque, dado que ambas luces fuesen cuerpo, no sería
posible que ambas se unieran, puesto que no tienen la misma razón de ser; en
efecto, no a cualquier cuerpo le es natural estar unido a cualquier cuerpo,
sino solamente a los que le son, en cierto modo, homogéneos. Tercera, al haber
en el medio de la luz interior y exterior un cuerpo intermedio, a saber, la
meringa o ttinica del ojo, no puede llevarse a cabo la conjunción de ambas luces.
CAPÍTULO IV: [El dispositivo org de la sensación] 438b2
439a4
59. Una vez que
Aristóteles desaprobé la opinión de los que decfan que la visión se producía
por una emisión del sentido al exterior, aquí, en este apartado, señala la
verdad.
Expone esto en tres apartados. Primero,
manifiesta cómo se produce la visión, según su opinión. Segundo, partiendo de
esa exposición, asigna la causa de lo que se ha dicho anteriormente sobre el órgano
de la vista. Tercero, manifiesta la causa mediante un signo.
Resume, en primer término, lo que se ha dicho en
el libro II, 14 Del alma que es imposible ver sin luz. En virtud de que la
visión se produce por un medio que es ditlfano, la luz se requiere para la
visién; la luz hace que un cuerpo sea diáfano en acto, como se dice en el libro
II, 14 Del alma. Y así, bien que el rnedio que hay entre la realidad
vista y el ojo sea el aire iluminado en acto, bien sea la luz —sin duda la luz
no es esencialmente subsistente al no ser cuerpo, sino que se balla en
cualquier otro cuerpo, por ejemplo, en el agua o en el cristal—, el movimiento
que se produce por semejante medio es el causante de la visión.
***
60. Ese movimiento
no ha de entenderse como un movimiento local, como si algunos cuerpos fluyeran
desde la realidad vista al ojo, segtiin dijeron Demécrito y Empédocles: porque
se seguiría que, conesa fluxión, los cuerpos vistos disminuirían hasta
consumirse totalmente; se seguiría también que el ojo se destruiría en el
continuo encuentro contales cuerpos; tampoco sería posible que el cuerpo entero
fuera visto por el ojo, sino solamente la cantidad que pudiera ser captada por
la pupila.
61. Se ha de
entender que ese movimiento es de alteración. La alteración es un movimiento hábito
la forma que es cualidad de la cosa vista, respecto a la cual el medio está en
potencia en cuanto es lúcido en acto, o sea, diáfano sin término (el color es,
en cambio, cualidad de lo diáfano contérmino, como se dira más adelante). Lo
que no tiene término se encuentra en relación con lo que posee término, como la
potencia respecto al acto. En efecto, la forma es un cierto término de la
materia.
62. Pero, debido a
otro aspecto de la diafanidad en un medio diáfano, se sigue que el medio recibe
la especie del color de un modo distinto al que se da en un cuerpo çoloreado,
en el cual lo diáfano está delimitado, como se dir después. Pues los actos se
encuentran en las cosas que los reciben conforme al modo de ser de éstas: por
eso, en un cuerpo coloreado el color es, sin duda, como una cualidad completa
en su ser natural; sin embargo, en el medio, es una cualidad incompleta,
teniendo un cierto ser intencional si fuera de otro modo, lo blanco y lo negro
no podrían verse en el mismo me dio; pues la blancura y la negrura, en cuanto
que son formas completas en su ser natural, no pueden estar simultáneneamente
en el mismo medio: pero, de acuerdo con el citado ser incompleto, esumn en el
mismo medio, ya que este modo de ser, debido a su imperfección, se aproxima al
modo por el que algo está en otro en potencia. Está en potencia los opuestos
que se dan simultáneneamente en el mismo medio.
***
63. A continuación,
señala —conforme a lo que ya ha dicho De sensu et
sensato I 3— la causa por la que es
necesario que la vista se atribuya al agua; cosa que antes lo ha bfa mostrado por
signos. Y dice que, dado que la modificación que el medio iluminado sufre por
el cuerpo visto causa la visión, razonablemente lo que se balla dentro de la
pupila, que es el órgano de la vista, es acuoso’°. Pues el agua se encuentra
dentro del número de las cosas diáfanas. Por otra parte, es necesario que, de
la misma manera que el medio exterior es algo diáfano iluminado, sin lo cual
nada puede verse, así también, es necesario que dentro del ojo exista alguna
luz. Y, al existir solamente la luz en lo diáfano es necesario que lo que está
dentro del ojo sea también algo diáfano no puede ser un cuerpo celeste, puesto
que no entra en composición con el cuerpo hu mano; y, por esto, es necesario
que sea el agua, la cual se conserva más y es más espesa que el aire, como se
ha dicho De sensu et sensato I 3.
64. Aristóteles
nanifiesta la razón por la que la luz interior es requerida para ver. En
efecto, si la virtud visiva estuviera en la superficie exterior del ojo,
bastaría la sola luz del exterior de lo diáfano para ver; mediante la cu la
modificación del color llega a la superficie exterior de la pupila. Pero el
alma o lo sensitivo del alma no está en la superficie exterior del ojo, sino
dentro. Y ha de prestarse atención a que al de una manera muy expresiva: «o el
sensitivo del alma»; pues el alma, al ser forma detodo el cuerpo y de cada una
de sus partes, es necesario que esté en todo el cuerpo y en cual quier parte de
él: puesto que es preciso que la forma esté en aquello de lo que es forma;
ahora bien, lo sensitivo del alma se ilama potencia sensitiva, la cual es
principio de la operación sensible; mas el principio de la operación del alma
que se ejerce mediante el cuerpo, es necesario que esté en alguna determinada
parte del cuerpo; de esta manera, el principio de la visión està en el
interior, junto al cerebro, donde se unen los dos nervios que proceden de los
ojos. Por esto, es preciso que dentro del ojo haya algo diáfano que reciba la
luz, para que la inmutación sea uniforme desde la cosa vista hasta el principi
visivo.
65. Después, para
manifestar lo que había dicho, se sirve de un signo que se manifiesta en
algunas personas que luchando son heridas en las sienes; en efecto, desgarradas
las vias que son la continuación de la pupila hasta el principio visivo, de
repente se produce la oscuridad por pérdida de la vista, como si se extinguiera
la lámpara. Pues la pupila es como una lámpara iluminada por una luz exterior;
y, por esto, cuando se destrozan las vfas que son continuación de la pupila
hasta el principio visivo, la luz de esa lémpara no pueda llegar al principio
visivo, y, por eso, la vista se nubla.
66. Luego,
excluidas las opiniones falsas de los otros, se dirige al principal objetivo.
Primero trata de los órganos de los sentidos no necesarios. En segundo lugar,
de los órganos de los sentidos necesarios. Acerca del primer punto, pone dos
apartados. Primero, aplica los órganos de los sentidos a los elementos. En
segundo término, aclara lo que había dicho anteriormente.
En torno al primer punto, ha de considerarse que
no fue doctrina de Aristóteles el atribuir los órganos de los sentidos a los
elementos, como está patente en el libro II, 25 Del alma; pero, ya que
los otros filósofos atribufan los órganos de los sentidos a los cuatro
elementos, muestra cierta condescen dencia en esto, y dice que, dados los
presupuestos que se han expuesto sobre la vista, sifuese preciso, según lo que
algunos dicen, atribuir cada uno de los sensitivos, esto es, cada uno de los
órganos del sentido a alguno de los ele mentos, como los demás hacen, entonces
ha de estimarse que lo visivo del ojo debe atribuirse al agua; lo sensitivo de
los sonidos al aire; y lo sensitivo del olfato al fuego.
67. Pero esto
parece contradecir lo que se ha dicho en el libro II, 25 Del alma «La
pupila es de agua, el oído es de aire, y el olfato es de otra cosa; ahora bien,
de estos elementos, el fuego o no pertenece a ningún sentido o es comdn a
todos».
Mas ha de aclararse que el olfato, en su
esencia, puede considerarse de dos modos. De un modo: según la potencia, y así
el órgano del olfato o es de aire o de agua, como se dice en el libro II, 25 Del
alma”. De otro modo: según el acto, y así es verdadero lo que se dice aquí,
como el propio Aristóteles probará. Por esto, no dijo claramente que el «olfato»
era de fuego, como había dicho que el órgano sensitivo de los sonidos era de
aire, y que el ór gano visivo del ojo era de agua: sólo dice que la olfación es
de fuego. Pues se dice olfato según la potencia; y olfación, según el acto.
68. Después prueba
lo que había dicho del órgano del olfato. Desarrolla tres puntos. Primero,
muestra que la olfación en acto es de fuego. Segundo, concluye cu debe ser, y
dónde, el órgano del olfato, que es el olfato en potencia. Tercero, muestra la
semejanza del órgano del olfato con el órgano de la vista.
Dice en primer lugar que el olfato, esto es, el
órgano que tiene la virtud de percibir los olores, es preciso que sea en
potencia aquello que la olfación actual es en acto; y aclara esto: porque el
objeto sensible hace que el sentido actúe, esto es, que esté en acto e incluso
que opere. En efecto, es necesario que el órgano sensitivo sea en potencia lo
sensible; si fuera de otra manera, el órgano sensitivo no sería paciente del
objeto sensible. De ahí que se dé por sentado que el órgano sensitivo sea en
potencia lo que es el sentido en acto. Es manifiesto que el olor es una
evaporación humosa (pero no hasta tal punto que la evaporación humosa
constituya la esencia del obor; esta opinión se ha desaprobado en el libro I,
11 Del alma el olor tiene un radio de acción más amplio que la
evaporación humosa; pero esto se dice porque la evapo ración humosa es la causa
por la que el olor se siente). La evaporación bu mosa es causada por el fuego o
por cualquier objeto cálido: luego la olfación en acto se produce por el calor
que, sobre todo, se encuentra en el fuego; por esto, las flores tienen un olor
más intenso en tiempos y lugares cálidos.
69. Luego, de las
premisas deduce que el órgano del olfato está en un lu gar préximo al cerebro.
En efecto, el órgano del olfato es en potencia
el olor en acto; olor que se produce por el calor o el fuego; y en este sentido
conviene que sea cálido en potencia; ahora bien, lo cálido en potencia es
materia de lo frío, porque es una misma la materia de los contrarios, y no
puede estar en potencia respecto a uno de ellos, si no está en acto respecto a
otro, bien sea perfectamente, bien sea imperfectamente como cuando está bajo la
forma del medio; y, por esto, es preciso que la sustancia del órgano del olfato
sea aquello que es frío y hémedo en acto, lo cual le sitéa en un lugar cabe el
cerebro. De ahí que el órgano del olfato esté cabe el cerebro.
70. A continuación
muestra la concordancia que hay entre el órgano del olfato y el de la vista;
dice que el ojo segenera del mismo modo que el cerebro en cuanto a los
elementos de que consta; porque el cerebro es el más húmedo y el más frío
detodas las partes del cuerpo, y tiene la naturaleza del agua, que es por
esencia fría y hcimeda; y así concuerda con el órgano del olfato, que debe ser
caliente en potencia, y con el órgano de la vista, que debe ser acuosa.
***
71. Pero entonces,
parece conveniente que Platón haya atribuido la vista al fuego, como aquí
Aristóteles hace con el olfato. Ha de decirse, no obs tante, que el órgano del
olfato es acuoso en cuanto el agua es en potencia lo cálido que es el fuego; en
cambio, el órgano de la vista es agua en cuanto que es diáfana y,
consecuentemente, lúcida en potencia.
72. Pero, dado que
el fuego es también hicido en acto, como también es cálido, alguien podría
decir atmn que convenientemente se atribuye la vista al fuego.
Así, pues, ha de afirmarse que, del mismo modo
por el que Aristóteles atribuye la olfación al fuego, no hay obst para atribuir
la vista al fuego, pero no según sus propias cualidades —que son lo caliente y
lo seco—, sino en cuanto que la vista es lúcida en acto. Y parece que también
prestaron atención a esto a1 filésofos, basándose en el fulgor que aparece con
el movimiento del ojo. Pero Aristóteles desaprobó esa opinión: no porque ellos
dijeran que la vista en acto era el fuego —lo que algunas veces es verdad, a
saber, en cuanto que la vista en acto no se produce sin luz, como tampoco el
olfato en acto sin calor—, sino porque daban por supuesto que el órgano de la
vista era ldcido en acto, al establecer que la visión se producía no
recibiendo, sino emitiendo hacia el exterior.
***
73. Luego habla
concretamente de los órganos de los sentidos necesarios.
Y, primero, muestra qué elementos han de
atribuirse a cada sentido. En segundo lugar, dénde está situados.
Dice, pues, primeramente que el órgano del tacto
es atribuido a la tierra y, de manera semejante, el órgano del gusto, puesto
que es un cierto tacto, como se ha dicho en II, 19 Del alma
***
Pero esto no ha de entenderse de manera que el
órgano del tacto y del gusto sean simplemente detierra (pues no sentimos en los
cabellos ni en los pelos que son en gran manera detierra); sino, porque, como
se expone en el libro II, 25 Del alma la tierra se mezcla en mayor
cantidad en el órgano de esos sentidos.
Y esta es la razón que se debe aplicar al órgano
del tacto: porque, como se dice en el libro II, 23 Del alma el órgano
del tacto, en cuanto que está en potencia respecto a contrarias cualidades
táctiles, debe estar moderadamente constituido y, por esto, es conveniente que
se encuentre en él mils tierra en cuanto a la cantidad, dado que entre los
otros elementos la tierra posee menos virtud activa. Por su parte, en el órgano
del gusto la razón es manifiesta. En efecto, de la misma manera que el órgano
del olfato debe ser acuoso, para que lo cálido esté en potencia, pues sin lo
cálido no se produce la ol facción en acto, así también el órgano del gusto
debe ser térreo, para que esté en potencia lo hémedo, sin lo cual no hay gusto
en acto.
***
74. Después muestra
dónde está establecido el órgano del tacto y el del gusto; afirma que lo está
cerca del corazón; y señala la razón: porque el corazón es la opuesto al
cerebro en cuanto a emplazamiento y cualidad. Así como el cerebro es, detodas
las partes del cuerpo, la más fria, así también el corazón es, detodas las
partes que hay en el cuerpo, la más caliente; precisamente por esto, se oponen
recíprocamente en cuanto a su emplazamiento; para que el calor del corazón se
atempere con la frialdad del cerebro.
***
Por ello sucede que son impetuosos los que
tienen una cabeza pequeña en proporción a los otros miembros, como si el calor
del corazón no hubiera sido suficientemente atemperado por el cerebro.
Y, a la inversa, los que destacan
desmesuradamente por el tamaño grande de su cabeza, son excesivamente morosos y
tranquilos debido a que el gran tamaño de su cerebro obstaculiza el calor del
corazón.
Ahora bien, conviene que el órgano del tacto,
que es térreo, esté situado en una parte sobremanera caliente del cuerpo, para
que la frialdad de la tierra se atempere con el calor del corazón.
75. Y no es un
obstáculo que el ser viviente sienta con el sentido del tacto en todo su
cuerpo: porque, de la misma manera que los otros sentidos se realizan por un
medio extrfnseco, así también el tacto y el gusto se activan por un medio
interno: la carne. Y, como el principio visivo no está en la su perficie del
ojo, sino que está dentro, así también el principio del tacto está en el
interior, cerca del corazón. Y la señal de esto es que, si una lesión se
produce en una zona cercana al corazón, es sobremanera dolorosa.
76. Pero, tampoco
es necesario afirmar que hay dos principios sensitivos en el animal: uno, cabe
el cerebro, donde estén establecidos el principio visivo, el olfativo y el
auditivo y, otro, cabe el corazón, donde estén esta blecidos el principio
táctil y el gustativo. El principio sensitivo, sin duda, está primeramente en
el corazón, donde esuí la fuente del calor en el cuerpo del animal (no hay
sensitivo sin calor, como se dice en el libro II, 25 Del alma Pero la
virtud sensitiva se encamina desde el corazón al cerebro; desde el cerebro se
dirige a los órganos de los tres sentidos: la vista, el oído y el olfato; por
su lado, el tacto y el gusto son llevados hasta el mismo corazón, unido a ellos
por su medio, como se ha dicho.
Por último, pone el epílogo diciendo que, de las
partes sensitivas del cuerpo se ha hablado concretamente como se ha hecho en lo
expuesto.
SECCIÓN
SECUNDA: LOS OBJETOS SENSIBLES
CAPÍTULO V: [El color y su relación con la luz y lo diáfano]
439a6 439b12
77. Después que
Aristóteles aplicó la consideración de los sentidos de los animales a los órganos
de los sentidos, en este lugar la aplica a los objetos sensibles. Y
prirneramente expone cuál es su intención. En segundo lugar, contimia con el
asunto propuesto. Sobre el primer punto hace dos cosas: primero expone su
intención; en segundo lugar aclara lo que había expuesto.
Afirma, en primer lugar, que sobre los objetos
sensibles propios, que son captados por cada uno de los sentidos, esto es, por
cada uno de los órganos de los sentidos (se llaman objetos sensibles propios
para diferenciarlos de los objetos sensibles comunes), a saber, el color, el
son ido y el olor, que se sien ten por la vista, el oido y el olfato, así como
el gusto y el tacto, esto es, los objetos sensibles de estos sentidos, se ha
hecho ya la exposición en el libro II, 14-23 Del alma se ha hablado en
general cómo esos sensibles actdan sobre el sentido y cu es la operación del
sentido de acuerdo concada órgano mo dificado por su objeto sensible (en
efecto, se ha dicho en el libro II, 10-12 Del alma que el sentido es el
objeto sensible en potencia y que los objetos sensibles hacen que el sentido esté
en acto). Pero, ahora, se va a considerar qué es cada uno de los objetos
sensibles en si mismo, a saber, qué es el color, qué es el sonido, qué es el
olor, qué es el sabor, y semejantemente se tratará sobre el tacto, esto es,
cuáles son y qué son los objetos sensibles del tacto. Primeramente se hablará
sobre el color, que es el objeto de la vista, pues la vista es el más
espiritual detodos los sentidos.
***
78. Sin embargo, ha
de comprenderse que no va a intentar dar explicación, en este libro, detodos estos
objetos sensibles; sino que se haret detodos ellos la consideración que sea
necesaria para el plan propuesto. Y, puesto que los objetos sensibles del tacto
son o propiedades de los elementos, esto es, el calor, el frío, la humedad o la
sequedad —de las que ya se habló en el libro De la generación o son propiedades
de los distintos cuerpos, como la dureza, la blandura y otras similares —de las
que se habló en el libro IV, 4 De los Meteoros queda, por consiguiente,
tratar ahora detres objetos sensibles, a saber, del color, del olor y del
sabor. Sobre el sonido, se hizo la exposición en el libro II, 16-18 Del alma
puesto que la razón de la génesis del sonido y de la modificación del drgano
del oído por el sonido es la misma Pertenece al libro II, 24 Del alma
considerar de qué manera los órganos de los sentidos son modificados por los
objetos sensibles.
***
79. A continuación
expone lo que ya se ha dicho, a saber, que ha de considerarse qué es el color,
el sabor etc. Cada uno de estos objetos sensibles puede ser considerado de dos
modos. De un modo, en cuanto es sentido en acto. Pero de otro modo, en cuanto
el objeto sensible está en potencia.
Se ha dicho en el libro II, 26 Del alma
qué es cada uno de los objetos sensibles en acto, esto es, qué es el color en
acto percibido por el sentido, o el sa bor o cualquier otro sensible; o lo que
es lo mismo: cómo cada objeto sensible se identifica o no con el sentido en
acto, es decir, con la visión o la au dición. Esto quiere decir que el objeto
visible en acto se identifica con la visión en acto, pero el objeto visible en
potencia no se identifica con la vista en potencia. Qué es cada uno de los
objetos sensibles en acto, se ha explicado en el libro II, 14-23 Del alma
en el cual se ha hecho la exposición concreta de los sentidos en acto. Pero
ahora, en este libro, se va a exponer qué es cada Uno de los objetos sensibles
en si mismo, pues el objeto sensible tiene el cometido natural de hacer que el
sentido esté en acto.
80. Luego expone en
concreto los objetos sensibles según el plan trazado. Trata, primero, del
color. Después, del sabor. Tercero del olor.
La primera parte, se subdivide en dos apartados.
En el primero, muestra qué es el color en general. En el segundo señala
concretamente las diferencias de los colores. Sobre el primer punto considera
dos aspectos. Primero propone los principios del color. En segundo lugar,
investiga la definición del color partiendo de sus principios.
Existen dos principios del color; uno formai: la
luz otro material: lo diáfano. Primero, expone el principio formal, la luz;
segundo, expone el principio material, lo diáfano
Por lo tanto, en primer lugar, como se ha dicho
en el libro Del alma, la luz es el color de lo diáfano pero esto se
afirma según una cierta proporción: puesto que, como el color es forma y acto
del cuerpo coloreado, así también la luz es forma y acto de lo diáfano.
81. Se diferencian
en que el cuerpo coloreado posee en sí mismo la causa de su color; sin embargo
el cuerpo diáfano no tiene luz, sino que le viene de otro. Por eso dice que la
luz es accidentalmente el color de lo diáfano esto es, por otra cosa, no porque
la luz en cuanto tal sea acto de lo diáfano Pero que sea acto de lo diáfano por
otra cosa, lo manifiesta por el hecho de que cuando un fuego encendido, a saber,
ldcido en acto, se hace presente a lo diáfano por su presencia se hace la luz
en lo diáfano en cambio, por su ausencia se produce la oscuridad.
No ocurre así con el color: el color permanece
en cualquier cuerpo coloreado presente o ausente, aunque sin luz no sea visible
en acto.
82. A continuación,
describe concretamente lo diáfano dice que lo diáfano no es propio ni del aire,
ni del agua, ni de algún cuerpo de esa clase, como el cristal y otros cuerpos
diàfanos; sino que es cierta naturaleza común que se encuentra en muchos
cuerpos; a saber, una cierta propiedad natural encontrada en muchos cuerpos, a
la que también llama virtud, en cuanto que es un cierto principio de visión.
Y, puesto que Platón establecía que había
naturalezas comunes, y al igual que está separadas por la razón está separadas
según el ser, de ahí que para excluir eso añade que la naturaleza de la
diafanidad no es una naturaleza separada, sino que se halla en cuerpos
sensibles tales como el aire y el agua; y también en otros, en unos más y en
otros menos.
***
83. Para la
aclaración de esto, ha de saberse que Aristóteles en el libro II, 14 Del
alma dice que lo visible no sólo es el color, sino también alguna otra cosa
que se conoce por la razón, aunque carece de nombre. Se encuentra coménmente
aceptado que en el género de lo visible hay algo en acto y algo en potencia.
Pero en este género no está como acto una cualidad propia de alguno de los
elementos; sino que la luz misma que se halla ciertamente en primer lugar en el
cuerpo celeste, deriva a los cuerpos inferiores. Mas en este género de lo
visible está como potencia lo que propiamente es receptor de la luz; y esto se
encuentra en un triple orden de grados.
84. El primer grado
se da cuando el receptor de luz está totalmente repleto de ella, como si
estuviera perfectamente reducido al acto de la propia luz, de manera que no
puede recibir ya alguna cualidad o forma de este género. Entre todos los
cuerpos, esto compete al sol (de ahí que el cuerpo solar no pueda ser medio en
la visión, para llegar a ser receptor y plasmador de una forma visible); mas la
propiedad de lucir según un cierto orden descen dente continda hasta el fuego;
después avanza hasta algunos cuerpos que, por la escasez de su propia luz, sólo
pueden lucir durante la noche, como anteriormente se ha dicho.
85. El segundo
grado es el de los cuerpos que no tienen de por sí luz en acto, sino que son
totalmente receptivos de luz: estos cuerpos se denominan contoda propiedad
claros o transparentes o diáfanos (pues phaenomenon en griego es lo mismo que
visible Esta propiedad detransparentarse se en cuentra ante todo en los cuerpos
celestes (a excepción de los cuerpos de los astros, que ocultan lo que hay detr
de ellos) en segundo lugar, se en cuentra en el fuego (según que se habla en la
propia esfera celeste debido a su poca densidad y gran expansividad en tercer
lugar, en el aire; en cuarto, en el agua; en quinto lugar, se encuentra incluso
en algunos cuerpos formados detierra debido a la abundancia de aire o agua que
hay en ellos.
86. El tercer grado
y el más bajo es el de la tierra —que dista máximamente del cuerpo celeste—; la
tierra tiene naturalmente una capacidad mfnima para recibir la luz, a saber,
solamente en su superficie: en efecto, las partes exteriores de la tierra,
debido a su espesor, dan sombra a las interiores de manera que la luz no llega
a ellas.
Pero, aunque lo transparente o lo diáfano
hablando propiamente, exista en los solos cuerpos del grado segundo o medio,
sin embargo, hablando en gene ral puede liamarse transparente todo lo que de algún
modo es capaz de recibir luz. Parece que Aristóteles habla aquí de este tipo de
diafanidad.
***
87. Después
investiga la definición del color. Primero investiga su género. Segundo, la
diferencia. Tercero, da la definición.
Ha de considerarse, por otra parte, que es
siempre necesario poner eh sujeto en la definición de accidente —como se dice
en el libro VII, 4 de la Metafísica pero de modo diverso según los
casos: pues si el accidente se define en abstracto, el sujeto se pone en el
lugar de la diferencia; y lo que pertenece a la esencia del accidente se pone
en el lugar del género; como cuando se dice: «la chatura es la curvatura de la
nariz». Pero cuando el accidente se define en concreto, es a la inversa: el
sujeto se pone en lugar del género, como cuando se dice: <do chato es la
nariz curva». Por consiguiente, puesto que el color ha de ser definido aquí en
abstracto, primeramente comienza a investigar, en el lugar del género, lo que
es esencialmente el color mismo.
***
Y, detodo lo expuesto, saca la conclusión de
que, al no ser lo diáfano una naturaleza separada, sino que existe en los
cuerpos, es necesario que, de la misma manera que hay algo último de los
cuerpos —en los que se encuentra esta naturaleza—, si son limitados, así
también es necesario que haya algo último de lo diáfano mismo, que significa
una cualidad detales cuerpos (la misma razón vale para todas las cualidades de
los cuerpos, las cuales accidentalmente se hacen cuantitativas conforme a la
cantidad de los cuerpos; por lo tanto, la cualidad se limita accidentalmente de
acuerdo con el limite de los cuerpos).
88. Por
consiguiente, ha de pensarse que, de la misma manera que de al gunos cuerpos
decimos que son limitados, porque quedan confinados por sus propios limites,
como los cuerpos terrestres, y en cambio, otros son no-limitados, porque no
está confinados por sus propios límites, sino por limites ajenos, así ocurre
también con lo diáfano; una cosa es no-limitada por si mis ma, porque no tiene
en si nada determinado que permita verla; en cambio, algo es limitado, porque
de manera determinada posee algo en si mismo que permite verla en su propia
limitación.
89. Así pues, lo
diáfano no-limitado es receptor de la luz, y su naturaleza no permute recibir
sólo en un extremo, sino en todo el ser Por otro lado, es evidente que lo
di4fano mismo, que significa una cualidad existente en los cuerpos, como se ha
dicho, tiene algo éltimo, lo cual es el color, como queda de manifiesto por lo
que sucede: en efecto, el cuerpo coloreado sólo es visto en sus confines Y por
esto, es evidente que el color, o es el conímn del cuerpo o està en el confin
del cuerpo. Y de ahí que los Pitagóricos llamasen al color epifanfa, que
significa sobreaparición, porque lo que aparece en la superficie de los cuerpos
es el color. Pero no es verdad que el color sea el confin del cuerpo, como
dijeron los Pitagéricos, puesto que así el color sería o la superficie, o la
linea o el punto; pero el color existe en el confin del cuerpo, de la misma
manera que la naturaleza de lo diáfano existe en los cuerpos.
90. Después
investiga lo que se pone como diferencia en la definición del color, a saber,
su sujeto que es lo didíano. Y afirma que es preciso pensar que una misma
naturaleza es la receptora del color en los cuerpos colorea dos exteriormente
—esto es, no por su propio color, sino por algún agente externo—, y en los
cuerpos que son coloreados internamente por su propio color. Los cuerpos que se
colorean por agentes exteriores son diáfanos, como el aire y el agua; aclara
esto por el color que aparece en la aurora procedente del resplandor de los
rayos del sol sobre algunos cuerpos.
91. Sin embargo,
señala la diferencia que hay entre los cuerpos que son coloreados por un agente
exterior y los que son coloreados por sí mismos.
En los cuerpos que son coloreados por un agente
exterior —porque ellos no tienen un color determinado de por si—, no aparece el
mismo color de lejos y de cerca; así aparece en el aire y en el agua del mar,
los cuales de le jos aparecen de un color y de cerca, de otro (en efecto, dado
que su color se manifiesta según una cierta reverberación, es necesario que,
según la varie dad de la posición del que observe, varie la aparición debido a
la diversa fi gura de la reverberación); pero, en los cuerpos que de por si
tienen un color determinado, existe una determinada fantas esto es, una
aparición concreta del color, y no varia por la diversa posición de los que
miran, a no ser accidentalmente: por ejemplo, cuando un recipiente efectda algún
cambio en su apariencia; o cuando se ve un color a través de otro —así, lo
contenido en un vaso de vidrio rojo, aparece rojo—; incluso también mediante
alguna reverberación del resplandor, como aparece en el cuello de las palomas.
92. Así pues, dado
que el color que aparece en los dos cuerpos no difjere según el propio sujeto
del color, sino según la causa de su aparición, que es o bien interior o bien
exterior, también es manifiesto que el receptor del color es el mismo en los
dos casos. Y porque lo diáfano de los cuerpos que se colorean desde el exterior
es receptor del color, también es evidente que lo diáfano de los cuerpos que se
colorean interiormente es lo que hace que esos cuerpos participen del color
(sin duda, en los cuerpos se encuentra lo diáfano según un màs o un menos, tal
y como se ha dicho; en efecto, los cuerpos que poseen más aire o agua tienen
más diafanidad; en cambio tic nen menos los que tienen exceso detierra). Por lo
tanto, si unimos los dos aspectos señalados, a saber, que el color está en el confin
o extremidad del cuerpo y que los cuerpos participan del color según la
diafanidad, se sigue que el color es confin o extremidad de lo diáfano.
93. Luego concluye
la definición del color. Primero, la concluye res pecto a los cuerpos que se
colorean interiormente. Segundo, en los que se colorean desde el exterior.
Por consiguiente, concluye que el color es
confín o extremidad de lo diófano en un cuerpo limitado; sin duda añade esto último
porque esos cuerpos son los que esencialmente se colorean. En la definición
debe p0nerse «los que esencialmente».
***
Decir que el color es confín o extremidad de lo
diáfano no es incompa tible con lo que había dicho antes, esto es, que el color
no es confin o extremidad. Pues dijo esto tiltimo de la extremidad del cuerpo;
aquí, sin embargo, habla de la extremidad de lo diáfano a lo que llama cualidad
del cuerpo, como lo caliente y lo blanco.
Por esto, el color no se halla dentro del género
de la cantidad, como la superficie que es el extremo del cuerpo; sino que se encuentra
en el género de la cualidad, como también la diafanidad; porque el extremo y
aquello a lo que el extremo pertenece son del mismo género Pero así como los
cuerpos tienen intrfnsecamente la superficie en potencia, pero no en acto,
igualmente tampoco se colorean intrfnsecamente en acto, sino en potencia: ésta
pasa al acto después de hacerse la división del cuerpo: pues la parte in terior
no posee la virtud de mover la vista, cosa que conviene esencialmente al color.
***
94. Después
manifiesta la razón de ser del color en cuanto a las cosas diáfanas
indeterminadas como es el agua, o cualquier otro cuerpo de esta clase que posea
algún color; puesto que, en todos estos cuerpos, no existe el color a no ser en
su confín.
CAPÍTULOS VI: [Las especies del color] 439b14 440a14
95. Una vez que
Aristóteles mostró qué es el color, aquí procede a distin guir las especies de
los colores. Primero, habla de los colores extremos. Segundo, de los colores
intermedios.
Dado que las diferencias que distinguen a las
especies deben dividir esen cialmente y no accidentalmente al género, como se
evidencia en el libro VII, 12 de la Metafísica , por ello, de la misma
naturaleza del color, que había expli cado con la definición dada
anteriormente, saca la conclusión de la diversidad de las especies del color.
En efecto, de lo expuesto se ha concluido que el sujeto del color es lo diáfano
según su confín o extremidad en los cuerpos limitados.
Ahora bien, el acto propio de lo diáfano en
cuanto diáfano es kf luz ori ginal cuya presencia en lo dkfíano no determinado
—como es el aire— produce luz ambiente pero su ausencia origina la oscuridad.
Por lo tanto, en la extremidad o confín de lo dit que hay en los cuerpos
limitados se en cuentra lo que provoca en el aire luz ambiente: eso producirá
en ellos el color blanco; y por su ausencia se producir el color negro Pero,
sin duda, esto no ha de entenderse como si en el color negro no existiera nada
de luz ambiente; pues, de esta forma, la negrura no sería contraria a la
blancura —en cuanto que no participa de una misma naturaleza—, sino que sería
pura privación, como la oscuridad del aire. Se dice, entonces, que la negrura
es causada por la ausencia de luz ambiente porque, entre todos los colores,
tiene el mfnimo de esa luz, mientras la blancura posee muchísima. Son
contrarios los que en el mismo género distan en gran manera, como se dice en el
libro X, 5 de la Metafisica.
96. A continuación,
procede a hacer la distinción entre los colores intermedios.
Eso lo divide en dos partes. En la primera,
establece ciertos modos de ge neración de la distinción de los colores
intermedios, no según su existencia, sino según su aparición En la segunda,
señala la verdadera generación de los colores intermedios según su naturaleza.
En torno a lo primero, Aristóteles hace dos apartados. Primero, establece dos
modos de generación y de distinción de los colores intermedios según su
aparición. En segundo lugar, compara recíprocamente esos modos. La primera
parte se divide a su vez en otras dos, según los dos modos que establece. En
torno al’primer punto hace una doble división. Primero, pone la generación de
los colores intermedios. Segundo, señala la distinción de estos.
97. Dice en primer
término que si se hablé de los colores extremos, también ha de hablarse de los
otros colores, a saber, los intermedios, distinguiendo de cu modos acaece que
son generados.
Se da por supuesto que algo es invisible por su
pequeñez. Pues sucede que, colocados juntos dos cuerpos pequeños no visibles
por su menudencia, de los cuales uno es negro y el otro blanco, el compuesto
que se origina de ambos se hace visible debido a su mayor tamaño. Ahora bien,
todo lo que se ve en tales cuerpos, se ve de algún color; aquel todo no se ve
como blanco, ni como negro: porque tanto lo que en él mismo es blanco, como lo
que es negro, se estableció que era invisible por su pequeriez. Por lo tanto,
es necesario que se vea como un cierto color mezclado de ambos; así se produce
otra especie de color además del blanco y del negro. De lo que se evidencia que
se perciben más colores que el blanco y el negro.
98. Después señala
la distinción de los colores intermedios. Primeramente, señala la causa de la
distinción de los colores intermedios conforme a la diyersa proporción de lo
blanco y lo negro. En segundo lugar, señala la causa por la que unos colores
intermedios son agradables, y otros no.
***
Acerca del primer punto, ha de considerarse que,
como Aristóteles dice en el libro X, 5 de la Metafísica la razón de la
medida se encuentra, en primer lugar, en los números; en segundo lugar, en las
cantidades continuas y, finalmente, se transfiere también a las cualidades, en
cuanto que en ellas puede encontrarse exceso de una cualidad sobre otra, sea a
modo de intensificación —en cuanto se dice que algo es más blanco que otro—,
sea a modo de extensión —por cuanto se dice que una blancura mayor es la que
está en una superficie mayor—. Dado que la proporción es una relación recíproca
de cantidades, donde quiera que de algún modo se diga ‘cuánto’, ahí puede
hablarse también de proporción.
Primero, se encuentra en los mimeros, porque
todos son recíprocamente conmensurables, ya que todos comparten la primera
medida, que es la unidad. (Hay diversas proporciones de mimeros, por cuanto los
diversos números se comparan entre sí; en efecto, una es la proporción detres a
dos, que se blama sexqualtera, y otra es la proporción de cuatro a tres que se
blama sexquitercia)’
99. Pero, dado que
las cantidades continuas no se resuelven en algo indivisible, como los números
en la unidad, no es necesario que todas las cantidades continuas sean recíprocamente
conmensurables; pero hay que encontrar algunas en las que una sobrepase a otra,
sin que tengan una medida común. Cualesquiera cantidades continuas tienen recíprocamente
proporción, con la proporción de un rnúmero a otro número; de ellas hay una
medida común por ejemplo, si una es detres codos y otra es de cuatro, ambas se
miden por el codo.
100. Y de este modo
sucede también que en las cualidades existe el exceso y el defecto, ya sea según
una proporción numeral, ya sea según un exceso inconmensurable.
***
Esto es lo que dice que sucede en los colores:
hay muchos colores intermedios de acuerdo condiversas proporciones. En efecto,
ocurre que el color blanco está situado junto al negro en proporción de dos a
tres, o detres a cuatro, o de cualesquiera otros números; es posible incluso
que no haya una proporción numeral, sino solamente exceso y defecto
inconmensurables.
101. Luego muestra
por qué unos colores son agradables y otros, no; señala dos razones.
Afirma, en primer lugar, que, partiendo del
hecho de que los colores intermedios se distinguen conforme a las diversas
proporciones de blanco y negro, es necesario que en dichos colores se mantenga
la proporción que hay también en los acordes causados conforme a la proporción
existente entre las voces graves y agudas. En efecto, de la misma manera que
entre esos acordes son muy proporcionados y agradabilisimos los que consisten
en nu’meros —como el diapasón en una proporción de dos a uno y el diapasón en
una proporción detres a dos—, así también, los colores que consisten en una
proporción numeral son muy proporcionados e incluso parece que son más
agradables, como el escarlata y el púrpura, o sea, el rojo y el granate. Y, así
como hay pocas músicas agradables, igualmente pocos son los colores agradables.
Pero los otros colores que no son agradables, no consisten en una proporción
numérica.
102. A continuación,
señala la otra razón por la que algunos colores son agradables, y otros, no. Y
afirma que puede decirse que todas las especies de los colores está ordenados
segt los mimeros. Es posible llegar a esto, porque si hay exageración solamente
en el exceso o en el defecto, no habrá otra especie de color, sino sólo cuando
el exceso y el defecto se realicen de acuerdo conuna proporción numérica.
Supuesto esto, aén se seguiría que esos mismos colores está desordenados cuando
no son puros; por ejemplo: cuando en una parte hay exceso de blanco sobre
negro, según una proporción, y en otra parte lo hay según alguna otra
proporción numeral, y todo esto se realiza confusamente y sin orden. Por esto,
cuando no haya por el todo idéntica proporción numeral, se seguir que
semejantes colores estaràn desordenados y senán desagradables. Por éltimo
concluye que este es un modo de generación de colores intermedios.
103. Después, pone
el segundo modo de generación de colores intermedios. Primero, señala la
generación de colores intermedios. Segundo, su distinción.
Afirma, en primer lugar, que, además del modo
citado, existe otro modo de generación de colores intermedios según su
aparición: porque un color aparece por más de otro, de manera que de dos
colores resulta la aparición de un color intermedio. Pone dos ejemplos. El
primero, de cosas artificiales: como cuando los pintores ejecutan su obra,
poniendo un color sobre otro, pero de manera que el color más manifiesto, esto
es, el color mils intenso y vivaz, se coloca debajo (de no ser así, si el color
más débil se pusiera debajo, de ningtin modo aparecería). Hacen principalmente
esto, cuando quieren hacer que en su cuadro aparezca algo como si estuviera en
el aire o en el agua; por ejemplo, cuando pintan peces como si estuvieran
nadando en el mar, entonces, al color más intenso de los peces le superponen un
color débil como si fuera el del agua. El segundo ejemplo estd toínado de las
realidades naturales: en efecto, el sol se ve directamente blanco debido a la
claridad de su luz; pero, cuando es visto por nosotros a través de la niebla o
del humo derivado de los cuerpos secos, ese color se vuelve entonces rojizo,
esto es, bermejo. Queda claro así que, cuando lo que directainente es de un
color se ve a través de otro color, se produce la aparición de un tercer color;
en efecto, el humo de por sí no es rojizo, sino más bien negro.
104. Luego indica
también la razón de la distinción de los colores, de acuerdo coneste modo.
Afirma que los colores intermedios se
multiplican de la misma manera, tanto según este modo de su generación, como
según el modo antes citado, a saber, según las diversas proporciones. En
efecto, es posible captar una cierta proporción del color puesto debajo —el que
dice que está en el fondo—, respecto al color puesto encima —el que afirma que
está en la superficie—. Y, sin embargo, algunos colores, puestos debajo o
encima, no está en una proporción numeral, y por ello se producen los colores
desagradables, como se ha dicho antes.
CAPÍTULO VIII: [La mezcla de colores] 440a15 440b28
105. Después de
haber establecido los dos modos de generar los colores intermedios, aquí
compara esos modos entre si.
Respecto a esto, expone tres puntos. Primero,
excluye una posición, de la que procedía uno de los modos citados. Segundo,
compara los predichos modos entre si. Tercero, señala en cuanto a qué pueden
mantenerse los dos modos citados.
Dice, en primer lugar, que los antiguos
afirmaron que el color solamente era un efluvio que emanaba de los cuerpos
vistos; como antes se ha dicho, Demócrito y también Empédocles afirmaron que la
visión se realiza por esa causa, a saber, debido a la emisión de ídolos hecha
por los cuerpos vistos. Y puesto que cada cosa es vista por su propio color, de
ahí creyeron que el color sólo era semejante emisión. Pero decir esto, es por
completo incongruente.
106. En efecto, no
podian sostener que esos cuerpos emanados de los cuerpos vistos penetraban
dentro del ojo, porque así se alteraría la sustancia de éste; por lo tanto, era
completamente preciso que afirmaran que la visión se produce por el contacto de
los cuerpos esparcidos con el mismo ojo, el cual quedaba modificado condicho
contacto para ver.
En consecuencia, si la mutación es suficiente
para causar la visión, es mejor decir que la visión se produce porque el medio
ya desde el principio se mueve por el objeto sensible, en vez de afirmar que la
visión se produce por el contacto y el efluvio. Pues la naturaleza, en la
medida de lo posible, resuelve las cosas conpoco.
***
107. Existen también
otros argumentos, por los que la posición expuesta se ve que es falsa. Primero,
porque si la visión se produjera mediante contacto, el sentido de la vista no
se distinguiría del tacto, lo que a todas luces es falso: en efecto, la vista
no puede conocer las oposiciones contrarias del tacto. Segundo, porque los
cuerpos vistos por un efluvio continuo disminuirían, hasta llegar a consumirse
totalmente, a no ser que la cantidad de ellos se conservara mediante otros
efluvios sobrevenidos. Tercero, porque, al ser muy sutiles los cuerpos que
fluyen de los objetos vistos, serían desviados por los vientos, y en consecuencia
la visión no sería correcta. Cuarto, porque la vista no necesitaria de luz para
ver, porque la visión se produciria por contacto de un objeto visible. Otros
muchos inconvenientes se seguirían; Aristóteles los pasó por alto, por
evidentes.
***
108. Luego pasa a
comparar entre sí los dos modos expuestos. En este punto, ha de pensarse que el
primer modo de producción de colores intermedios era fijado por los que decian
que el color era un efluvio. Por esto, después que Aristóteles demuestra la
falsedad de esta posición de manera directa, saca como conclusión el
inconveniente que se sigue en estas cosas contal asignación de la generación de
los colores intermedios. Y Aristóteles afirma que a quienes dicen que los
colores intermedios segeneran porque los colores extremos se colocan
reciprocamente de maneras diversas, es necesa rio decirles no sólo que el tamaño
debiera ser invisible, sino también que algún tiempo debiera ser imperceptible
para que ellos consiguieran su propósito; pues decian que la visión se producia
con el movimiento local de los cuerpos que fluyen. Pero, todo lo que se mueve
recorric una determina da distancia conmovimiento local, lo hace en el tiempo.
Es, pues, preciso asignar un tiempo en el que el efluvio se produzca desde la
realidad vista al ojo; y es preciso poner tanto más tiempo, cuanto mayor sea la
distancia.
109. Es evidente que
la distancia al ojo no es la misma en los cuerpos más diminutos colocados de
distinto modo entre sí. Así, es necesario que sean diversos los momentos en que
los movimientos lieguen de los cuerpos al ojo. Consiguientemente, no se ver
como una unidad la totalidad com puesta de aquellos cuerpos —como se dijo
antes—, a no ser que se encubra el tiempo en el que un movimiento precede a
otro. De esta mancra es preciso poner un tiempo imperceptible en este modo de
generar los colores. Pero, aquí, en el segundo modo de generación de los
colores, no hay necesidad de poner un tiempo imperceptible, porque no se afirma
que la visión se produz ca debido a un efluvio conmovimiento local; más bien,
se afirma que ese color que estó en la superficie, permaneciendo inmóvil en el
lugar, es modi ficado mediante un modo de altcración producida por el color que
tiene de bajo; de manera que no mueva a la vista igual que la movería
esencialmente o el color puesto encima o el color puesto debajo; de ahí que
aparecer otro color intermedio, distinto del blanco y del negro.
***
110. Por otro lado,
ha de pensarse en lo siguiente: los que sostienen que la visión se produce por
cfluvio y contacto —incluso una vez suprimida la generación que establecian de
colores intermedios—, han de concluir que el tiempo es imperceptible. Pues es
preciso que ellos digan que ningtmn cuerpo entero es visto simultáneneamente
sino mediante alguna sucesión detiempo, al establecer que la visidri se produce
por contacto. No es posible que un gran cuerpo entero, o su efluvio, sea
captado simultáneneamente por la pupila, debido a que espequeña; se sigue que
el tiempo es imperceptible, dado que a propósito de algún cuerpo nos parece que
lo vemos todo entero simultáneneamente.
Sin embargo, debemos pensar que un cuerpo que se
oírece a la vista puede ser considerado de dos modos. De un modo, según que es
un todo en acto, y cada una de sus partes, existentes en él, están en cierta
manera en po tencia: de esta suerte, la visión recae simultáneneamente sobre el
todo como una unidad pero no sobre alguna parte suya determinadamente. De otro
modo puede considerarse el cuerpo que se oírece a la vista, según que una parte
del mismo sea tomada como determinada en sí misma y como distinta de las otras
partes: de esta manera, la visión no recae simultáneamente sobre el todo, sino
sobre una parte después de otra. Sin duda este tiempo, en el que se mide la
visión del todo, no es imperceptible absolutamente, puesto que el alma, al
sentir el antes y el después en el movimiento, siente el tiempo, como se
patentiza en el libro IV, 23 de la Física. Pero, este tiempo es tanto
más sensible, cuanto más perspicaz sea el sentido y mayor diligencia se haya
puesto.
112. A continuación
muestra cómo pueden sostenerse los dos modos el tados de generar los colores, y
hasta dónde se extienden, a saber, basta su aparición: concluyendo de lo
expuesto que, si no sucede que un tamaño es invisible, sino que cualquier
tamaño es visible a una distancia, ciertamente se seguirá que habrá una
concreta mezcla de colores, a saber, mediante colores alternos. Y también de
aquel otro modo, esto es, por posición de los colores colocados entre si de
distinto modo, nada impide que aparezca un color común desde una distancia, a
saber, a partir de aquella distancia desde la cual no pueden ser vistos uno y
otro de los colores simples, debido a la pequeñez del cuerpo.
113. Después expone
el modo de generación de los colores intermedios, modo que implica no sólo su
aparición, sino también su existencia.
Primero señala la generación de los colores
intermedios. Segundo, señala la razón de distinción entre los mismos según ese
modo de generación. Pero, dado que ese modo de generar los colores intermedios
se toma conforme a la mixtión de los cuerpos, por esto, expone antes la mixtión
de los cuerpos entre sí; y añade después la mixtión de los colores.
Por lo tanto, en primer lugar, afirma que la
conmixtión de los cuerpos entre sí, no sólo sucede de conformidad con el modo
que algunos pensaron, a saber: que unos cuerpos muy pequeños se ponfan junto a
otros, los cuales, debido a su pequeñez, no serían manifiestos a nuestros
sentidos; mas sucede que algunos cuerpos se mezclan totalmente, de manera que
un todo se mez cla con un todo, como se ha dicho en el libro I 10 De
generatione donde se trató en general de la mixtión de los cuerpos. Bien es
verdad que algunos cuerpos se mezclan de siguiente modo: por yuxtaposición
mutua de los cuerpos mfnimos, pues cualquiera puede ser dividido en elementos
minimos, de la misma manera que la multitud de hombres se divide hasta llegar a
una unidad, esto es, a un solo hombre, la multitud de caballos hasta llegar a
un solo caballo y la multitud de semillas hasta llegar a una sola semilla —como
un solo grano detrigo, o alguna otra semilla semejante— por lo tanto, bien
puede decirse que la multitud detales cuerpos está mezclada, porque los ele
mentos mfnimos son puestos de manera recíproca y de modo distinto; como silos
hombres se mezclasen confusamente con los caballos, o las semillas detrigo
conlas de cebada; pero, sin embargo, no habrá totalmente una mezcla detales
cuerpos. En efecto, cada una de las partes de la multitud permane cerá no
mezclada: un hombre no se mezclará con un caballo, ni alguna otra cosa se
mezclar conotra que sea diferente.
114. Pero de los
cuerpos que no son divisibles hasta un mfnimo, a saber, de los cuerpos
continuos y de partes semejantes, como el vino y el agua, no puede hacerse una
mixtión del modo predicho, a saber, por una yuxtaposición de los elementos
mfnimos entre sí, porque no existe en ellos la posibili dad de adoptar un
mfnimo; sino porque el todo se mezcla con el todo de manera que ninguna parte
queda sin mezclarse. Estos cuerpos, ciertamente, son los que en gran manera y
verdaderamente está naturalmente dispuestos para ser mezclados. Ahora bien, en
el libro I 10 De generatione se ha señalado cémo puede hacerse esto.
115. Luego se ocupa
de la conmixtión de los colores. Dice que es evidente, en conformidad con lo ya
expuesto, cu es la necesidad de que, mez clados los cuerpos, se mezclen los
colores. En efecto, se ha dicho antes que lo diáfano en cuanto existe en los
cuerpos, hace que los colores aparezcan Por otro lado, lo diáfano se encuentra
en los cuerpos de diverso modo, según un más o un menos; y lo mismo ocurre con
lo lúcido; y, por esto, mezclados los cuerpos en los que existe lo lúcido y lo
diáfano necesariamente se produce la mixtura de los colores; y esta es la causa
principal por la que hay muchos colores, además del blanco y el negro. La causa
principal no es la superposición, esto es, que un color se ponga sobreotro, ni
la posición entre sí de modo distinto, a saber, que los cuerpos mfnimos
coloreados se yuxtapongan entre sí, puesto que, además del blanco y el negro,
el color intermedio es visto desde cualquier distancia, no de lejos ni de
cerca. De esta manera es evidente que este es el modo de generación de los
colores intermedios según su misma existencia; los otros dos modos pertenecen a
la sola aparición.
116. A continuación
señala la causa de la distinción de los colores intermedios según el citado
modo de generación. Afirma que segeneran muchos colores intermedios, porque
ocurre que los cuerpos se mezclan en diversas proporciones entre si, y,
consecuentemente, también los colores: unos, conforme a nilimeros determinados;
pero otros, conforme a un exceso que no tiene medida Y acerca de la mixtión,
han de decirse aquí todas las otras cosas que han sido referidas en los otros
dos modos, a saber, en la yuxtaposición de los colores entre si y en la
superposición de un color sobre otro. Una sola cosa es la que queda por tratar
después: por qué son finitas, y no infinitas, las especies de los colores, de
los sabores y de los sonidos.
117. Por tiltimo,
epilogando, concluye que ya se ha dicho qué es el color y por qué causa hay
muchos colores. Se disculpa, después, de no señalar los limites del sonido y de
la voz: porque de estos ya se ha tratado en el libro II 16-18 Del alma,
dado que es la misma la razón de su generación y la del movi miento por el que
modifican el sentido, asunto que pertenece a la consideración del libro Del
alma.
CAPÍTULO VIII: [El sabor: tesis erróneas] 440b28 441a29
118. Después que
Aristóteles habla sobre el color, aquí, siguiendo su dis curso, habla sobtie el
sabor. Primero indica su intención. Después desarrolla su propésito.
Afirma en primer lugar que, después de la
exposición sobre el color, ha de hablarse sobre el olor y el sabor. En torno a
esto, señala la causa de estos dos objetos sensibles.
La primera causa por la que han detratarse
conjuntamente es la conveniencia de ambos: pues en los dos se muestra casi la
misma pasión’. Designa la pasión del uno y del otro, porque ambos está en la
tercera especie de cualidad, que es la pasión o cualidad pasible. Dice, pues,
que viene a ser la misma la pasión del sabor y del olor, porque los dos son
causados por a mixtión de lo húmedo y de lo seco, teniendo una cierta
modificación por parte de lo cálido Pero no está el uno y el otro completamente
en las mismas condiciones: porque el olor sigue más bien a lo seco, y por esto
es lo más principal en la evaporación humosa; en cambio, el sabor sigue más
bien a lo húmedo.
119. Después señala
la causa por la que ha de hablarse antes del sabor que del olor. En efecto,
parecería que debiera hablarse del olor inmediatamente después de haberlo hecho
del color, porque el olor espercibido, como el color, por un medio exterior; en
cambio el sabor, no. Pero el orden de la disciplina exige que se proceda de lo
más claro a lo menos claro; el género de los sabores nos es más evidente que el
de los olores. De ahí que haya detratarse antes de los sabores
El sabor nos es más manifiesto porque lo
percibimos con un sentido más seguro. En efecto, tenemos un sentido del olfato
que espeor tanto en com paración con el resto de los animales, como en
comparación con los demás sentidos que hay en nosotros. La razón es ésta: como
se ha dicho antes, el olfato en acto se perfecciona por lo cálido ígneo. El
órgano del olfato está cabe el cerebro, que es la más fría y la más húmeda
detodas las partes del cuerpo, como se ha dicho antes. Por otra parte, el
hombre, entre todos los demás animales, tiene el cerebro mayor en relación al
volumen de su cuerpo, como se dice en el libro De partibus animaliuin Por esto
es preciso que el hombre falle en el sentido del olfato.
120. Pero el hombre
posee el tacto más seguro entre todos los animales. Al ser los objetos
tangibles aquellos de los que está constituido el cuerpo del animal —a saber,
lo caliente y lo frío, lo húmedo y lo seco, y otros semejantes que son
consecuencia de aquellos—, no pudo suceder que el órgano del tacto estuviera
despojado detoda cualidad tangible, como la pupila carece detodo color; sino
que fue preciso que el órgano del tacto estuviera en potencia respecto a las
cualidades tangibles, como el medio está en potencia respecto a los extremos,
según se dice en el libro II Del alma Y, por esto, es necesario que el
sentido del tacto sea tanto más seguro cuanto más temperada sea la complexién
del cuerpo, como moderada al medio. Esto conviene sobrema nera que se halle en
el hombre, para que su cuerpo sea proporcionado a su nobilisima forma; y por
esto, el hombre tiene, entre todos los animales, el más seguro tacto y,
consecuentemente, el gusto, que es un cierto tacto. La señal de esto es que el
hombre puede aguantar menos la intensidad del frío y del calor que los demás
animales: también, entre los hombres, uno es tanto más apto de mente, cuanto es
de mejor tacto; lo cual aparece en los que tienen las carnes blandas, como se
ha dicho en el libro II 11 Del alma.
121. Después
continda consu propósito. Primero, habla sobre el sabor, según la verdad.
Segundo, excluye las falsas tesis de algunos sobre la naturaleza del sabor. La
primera parte la subdivide en dos. En la primera determina cuál es la
naturaleza del sabor. En la segunda habla sobre las especies de los sabores.
Acerca de la primera parte, pone dos apartados. Primero, excluye ciertas opiniones
sobre la generación de los sabores. Segundo, determina la verdad. En torno al
primer punto hace dos consideraciones. Primero, expone tres opiniones sobre la
generación de los sabores. Segundo, las desaprueba.
122. Comienza a
determinar la naturaleza o generación de los sabores, partiendo del agua que
parece ser el sujeto de los sabores. Y dice que la na turaleza del agua quiere
de suyo, esto es, tiene la aptitud natural para ser insípida: y si el agua
tiene sabor alguno, es por la mixtión de algún elemento térreo. Pero, aunque el
agua sea insfpida por naturaleza, sin embargo, es raíz y principio detodos los
sabores. Cómo puede ser esto, algunos lo señalaron detres modos.
123. Primera,
Empédocles dijo que todos los sabores está en acto en el agua misma, pero que
no se sienten debido a la pequef de las partes en las que radican. La segunda
opinión fue la de Demócrito y Anax —como dijo Alejandro en su Comentario—;
decian que los sabores no estaban en acto en el agua, sino que en ella había
una cierta materia de sabores, a modo de panspermia’ esto es, un semen
universal, a saber, que todos los sabores se producen realmente partiendo del
agua, pero unos sabores vienen de unas partes del agua y otros de otras. En
efecto, decfan que las partes indivisibles eran los principios de los cuerpos;
pero ninguna cosa indivisible es sápida en acto, sino que es necesario que el
cuerpo sápido sea compacto. Por ello, no decfan que no había sabores en acto,
sino semillas de los sabores, de manera que los diversos cuerpos indivisibles
son semillas de los diversos sabores, como también de las diversas naturalezas.
La tercera opinión es la de los que afirman que la diferencia de los sabores no
procede del agua sino del agente que modifica el agua de diverso modo, como el
sol, o cualquier otro agente cálido.
124. Después
desaprueba por orden las tres opiniones expuestas.
Y, primero, desaprueba la opinión de Empédocles,
diciendo que lo dicho por Empédocles constituye una clara falsedad’ En efecto,
si la diversidad de sabores existiese en acto en las pequeñas partfculas del
agua, sería necesario que la modificación de los sabores se produjera solamente
porque las diversas partes del agua fuesen atraídas al cuerpo cuyos sabores son
modifica dos. Pero esto no siempre sucede. En efecto, si los frutos arrancados
del rápidamente bol son expuestos al sol, o también si se cuecen al fuego,
evidentemente su sabor se modifica por la acción del calor y no por una
atracción producida por el agua; esto podría decirse de los frutos, que,
mientras penden en el ár bol, van modificando su sabor al atraer diversos
humores de la tierra; pero, en los frutos separados del rbol, vemos que la
modificación de los sabores ocurre por el hecho de que los mismos frutos son
modificados, una vez que se ha realizado la separación del humor interior
mediante una especie de exudación’ así también, cuando yacen al sol durante algún
tiempo, son modificados del dulce al amargo, o viceversa, o a cualesquiera
otros sabores, según la diversa cantidad de cocción.
125. En segundo
lugar, desaprueba la opinión de Demócrito y de Anax Afirma que es imposible que
el agua sea la materia de los sabo res, como si contuviera todas las semillas
de estos, hasta tal punto que sus diversas partes fueran las semillas de los
diversos sabores; puesto que todos observamos que uno e idéntico cuerpo cambia
a diversos sabores. Pues, como el mismo alimento, que es consumido por el
animal o la planta, se convierte en las diversas partes del animal o de la
planta, así también se convierte en los diversos sabores convenientes a las
diversas partes: de la misma manera que en una misma planta, uno es el sabor de
la raíz, y otro el de la semilla o del fruto, así también son diversos los
sabores de las diversas plantas sustentadas con el mismo nutriente. Esto es un
indicio manifiesto de que los diversos sabores no son causados por las diversas
partes del agua. Por lo tanto, se da por sentado que los sabores son causados
porque el agua se modifica en diversos sabores, conforme a que, en cierto modo,
es paciente de algún(in agente modificador
126. En tercer
lugar, desaprueba la tercera opinión de los que dicen que los sabores son causados
por lo sólo cálido que produce la modificación del agua Aristóteles afirma que
obviamente el agua no recibe la cualidad de sabor con la sola virtud de lo
cálido modificante; pues el agua es el más sutil detodos los humores y detodos
los cuerpos que humedecen sensiblemente. Pero no dice entre todos los húmedos,
porque el aire, que es hémedo, es rn sutil que el agua.
127. Podría haber
duda sobre el aceite, porque flota en el agua y se extiende más que el agua.
Para superar esta dificultad añade que el agua es incluso más sutil que el
mismo aceite; el hecho de que el aceite flote en el agua es debido a su
constitución aérea, al igual que flotan en el agua las maderas. Mas el hecho de
que el aceite se difunda más que el agua, ocurre por su lubricidad y
viscosidad; pues el agua es muy divisible y, así, una parte suya no sigue a la
otra, como acontece en el aceite. Y porque el agua es más sutil que èl aceite y
más divisible, es más difícil conservar en la mano el agua que el aceite: en
efecto, el agua se desliza más fácilmente en la mano.
128. Así pues, el
agua, por su sutileza, si es pura y no contiene algo mezclado, no cobra
espesura por un agente cálido, como otros cuerpos en los que hay partes
terrestres que permanecen en lo que, siendo sutil y húmedo, produce
exahalaciones; por ese hecho se sigue evidentemente que es preciso poner alguna
otra causa de la generación de los sabores, que no sea la modificación del agua
por el calor: pues todos los sabores se encuentran en algún cuerpo que posee
espesura. Pero, no se descarta que el calor sea causa modificadora del agua
respecto al sabor; aunque no es la tinica causa: en efecto, se requiere alguna
otra cosa: por lo tanto, el cabor es más bien concausa que causa.
CAPÍTULO IX: [Causa y esencia del sabor] 441a30 442a1 1
129. Después que
Aristóteles excluyó las opiniones de los demás sobre la causa de la generación
de los sabores, aquí señala la verdadera causa, según su propia opinión. Y esto
lo divide en tres apartados. Primero, señala la causa de la generación de los
sabores. Segundo, define el sabor. En tercer lugar, aclara lo ya expuesto. El
primer apartado lo subdivide a su vez en otros tres. Primero, muestra que el
sabor es detierra y no sólo de agua, como decfan los antiguos. Segundo, muestra
que el agua es modificada por la sequedad terrestre respecto a los sabores.
Tercero concluye la causa de la generación de los sabores. Acerca del primer
punto hace dos cosas. Primero, propone su intención. Segundo, aclara su
propósito.
Por lo tanto, afirma primeramente que cualquier
sabor que aparece en los frutos de las plantas, en las que evidentemente se
diversifican los sabores, está también en la tierra: sin duda, no de manera que
la tierra pura tenga sabor, dado que no tiene humor; pero la tierra adquiere
sabor conuna módica mezcla de humedad y concierta alteración del cabor.
130. A continuación
aclara mediante dos signos lo que había expuesto.
El primer signo está tomado de un proverbio en
el que muchos de los antiguos fisicos convienen: «El agua es detal sabor, cual
sea la tierra por la que pasa»; y esto es evidente, sobre todo en las aguas
saladas, no las del mar, porque estas tienen otras causas, como se mostr6 en el
libro II 2-6 De los meteoros; sino las de las fuentes que tienen el agua
salada porque pasan por tierra salada. Ni esto debe maravillar; porque la sal
es una especie detierra, como lo es el alumbre o el azufre. De ahí que se encuentren
algunos montes de sal; también aparece esto en las aguas filtradas por la
ceniza, las cuales tienen un sabor amargo, como la ceniza por la que se
filtran. También se encuentran fuentes de diversos sabores debido a las
diversas tierras por las que pasan.
131. Pero ha de
pensarse que Aristóteles no aduce esta experiencia para demostrar
universalmente la causa de la generación de los sabores; dado que conesto sólo
se pone en evidencia la causa de los sabores en el agua; pero todo esto induce,
como un cierto signo, a mostrar que los sabores convienen con la tierra y no con
la sola agua.
132. Pone el segundo
signo. Y dice que, en virtud de que los sabores convienen con la tierra,
razonablemente el género de los sabores se manifiesta ante todo y se diversifica
en los productos que nacen directamente de la tierra, debido a su afinidad con
la propia tierra.
133. A continuación
prueba que la humedad del agua es modificada por la tierra respecto a los
sabores. Primero, prueba su propósito. Segundo, excluye una objeción.
Por consiguiente, afirma en primer lugar que por
naturaleza la humedad es paciente de su contrario, como también todos los demás
cuerpos son pacientes de su contrarios, como se probé en el libro I, 7 De la
generación Ahora bien, lo contrario a lo hémedo es lo seco: luego lo hémedo
por naturaleza es paciente de lo seco. Y, dado que no sólo la tierra es seca,
sino también el fuego, luego también es paciente del fuego.
Pero de las cuatro cualidades elementales, dos
convienen a cada uno de los elementos: en efecto, el fuego es cálido y seco; el
aire es cálido y húmedo; el agua es fría y hémeda; la tierra es fría y seca.
Pero, cada una de estas cualidades se encuentra principalmente como propia en
cada uno de los elementos.
134. En efecto, el
fuego es propiamente ctblido; pues dado que el fuego es el más noble de los elementos
y el más cercano al cuerpo celeste, por eso es propia y esencialmente cálido lo
cual es más activo; y le compete lo seco, por su exceso de cabor, como si la
humedad hubiera sido consumida. Por otra parte, al aire le compete lo cálido de
modo secundario por su afinidad con el fuego; pero, por su esencia le compete
lo húmedo, que es la más noble de las cualidades pasivas, como si el calor
disipase la humedad y no la consumiese, por su mayor distancia a la primera
causa del calor que es el cuerpo celeste. Al agua le compete propiamente y por
esencia el frio, que es la segunda cualidad activa, la cual se mantiene
privativamente respecto a lo cálido y le compete lo húmido de modo secundario
según su proximidad al aire. En cambio, a la tierra le compete el frío de modo
se cundario, como si fuera por su proximidad al agua; le compete lo seco propia
y esencialmente, debido a la enorme distancia de la fuente del cabor y sin
disolverse la tierra en humedad, sino permaneciendo en su último espesor. Estas
afirmaciones han sido expuestas en el libro De elementis, esto es, en el libro II,
3 De la generación por lo tanto, la humedad está naturabmente dis puesta
para ser paciente de lo seco terrestre.
135. Luego rebate
una objeción. Pues no se sigue que lo húmedo sea más paciente de lo más seco,
sino que es paciente de lo seco en cuanto que es seco. Pero alguien, negando
esto, podría decir que lo hémedo es paciente extremadamente del fuego en cuanto
que es fuego. Para exclu esta afirmación, Aristóteles dice que el fuego en
cuanto que es fuego no tiene naturalmente una disposición para hacer o padecer,
ni tampoco algún otro cuerpo. Lo prueba, porque según esa teoría algunos
cuerpos tienen naturalmente una disposición para hacer y padecer recíprocamente,
pues poseen contrariedad, como se demostró en el libro I, 7 De la generación.
Pero nada es contrario al fuego, en cuanto que es fuego, ni a la tierra en
duanto que es tierra, como nada hay contrario a alguna otra sustancia. Por lo
tanto, se da por sentado que semejantes cuerpos ni obran ni son pacientes en la
medida en que son fuego, tierra, o algo semejante; sino, en cuanto son cálido o
fríos, húmedos o secos. Pero contra esto parece que surgen dudas.
[DUDAS]
I
136. En efecto, si
al fuego le compete esencialmente ser cálido y seco, si actúa en cuanto que es
cálido, parece seguirse que obra en cuanto que es fuego. Respecto a esto, ha de
saberse que algunos opinaron que el calor era forma sustancial del fuego; y
según eso, el fuego tendrá por su forma sus tancial algo contrario y
consiguientemente sera activo; pero, dado que el fuego no sólo significa la
forma, sino el compuesto de materia y forma, por eso se dice aquí que el fuego
ni es activo, ni tiene contrario. Así lo solucionó Alejandro en su Comentario.
Pero esta opinión no puede mantenerse en pie:
dado que una misma cosa no puede hallarse en el género de la sustancia y del
accidente, conforme a que Aristóteles dice en el libro I, 6 de la Física:
lo que es propiamente ser no sobreviene accidentalmente a ninguna otra cosa.
Pero la forma sustancial del fuego se reduce al género de la sustancia; luego
no puede suceder que el calor sea forma sustancial del fuego, al ser accidente
de otros duerpos. Asimismo, la forma sustancial no se percibe por el sentido,
sino por la inteligencia (en efecto, la esencia es el objeto propio de la
inteligencia, según se dice en el libro III, 5 Del alma). De ahí que, al
ser lo cálido un objeto sensible de suyo no pueda ser forma sustancial de algún
cuerpo.
137. Por
consiguiente, hay que decir que el cabor está esencialmente en el fuego, no
como forma sustancial suya, sino como un accidente propio suyo; y dado que la
acción natural viene de un contrario alterante, por eso el fuego obra según su
calor, al cual hay algo contrario, pero no según su forma sus tancial, la cual
carece de contrariedad (a no ser que la contrariedad sea to mada en sentido
lato, según la diferencia de lo perfecto y lo imperfecto en el mismo género; de
este modo, también se encuentra la contrariedad en los números, conforme a que
el número menor se comporta como lo imperfecto y como parte respecto al mayor.
Mas las formas sustanciales de las cosas son como los números, como se dice en
el libro VIII, 3 de la Metafísica: De este modo, también hay
contrariedad entre las diferencias de cualquier género, como se dice en el
libro X, 10 de la Metafísica: de esta manera, lo animado e inanimado, lo
sensible y lo insensible son contrarios).
[II]
138. Pero, aiin es
posible que subsista la duda. En çfecto, si en los ele mentos no es un
principio de acción la forma sustancial, sino la accidental, la cual no hace
nada que sobrepase la especie, no parece que, mediante la acción natural de los
elementos, la materia se cambie a la forma sustancial, sino sólo a la forma
accidental.
For esto, algunos dijeron que todas las formas
sustanciales proceden de una causa supranatural, y que el agente natural,
mediante el movimiento de alteración, sólo dispone a la forma. Esta afirmación
se reduce a la opinión de los Platónicos, quienes dijeron que las especies
separadas son las causas de la generación y que toda acción procede de una
fuerza incorpórea. Por su parte, los Estoicos, como afirma Alejandro, dijeron
que los cuerpos obran por sí mismos, a saber, en la medida en que son cuerpos.
En cambio, Ans tételes está aquí en una posición intermedia: los cuerpos obran
según sus cualidades.
139. Por esto ha de
decirse que cada uno obra según está en acto, como se evidencia en el libro I De
la generación. Pero es necesario que así como el ser de las cualidades
esenciales se deriva de sus principios esenciales, también de la misma manera
la virtud de obrar compete a esas cualidades por la vin tud de las formas
sustanciabes. Ahora bien, todo el que obra en virtud de otro, obra lo semejante
a éste, en virtud del cual obra; como la sierra hace la casa en virtud de la
casa que hay en el alma; también el cabor natural genera la carne animada en
virtud del alma; y, de este modo también, la materia se cambia a las formas
sustanciaies por la acción de las cualidades ele mentales.
***
140. A continuación
concluye de las premisas la generación de los sabo res. Y dice que, de la misma
manera que los que sumergen en lo hémedo acuoso los colores y los sabores, esto
es, los cuerpos coloreados y sápodos, consiguen que el agua obtenga tal color y
sabor: así también, viceversa, el humor acuoso se califica por una cualidad
sápida cuando lo hémedo acuoso es filtrado por lo seco térreo y, conesto, se
produce una modificación debida a lo cálido el cual interviene y, en cierto
modo, mezcla lo húmedo con lo seco.
141. Después
presenta, de las premisas establecidas, la definición de los sabores. Y dice
que el sabor no es nada más que una pasión hecha en lo húmedo acuoso por lo
seco ya explicado, o sea, lo térreo conuna adición de lo cálido la cual altera
el gusto en su potencialidad y lo reduce al acto.
Esto ciertamente se añade para establecer la
diferencia del olor y de algunas otras pasiones que son causadas por lo húmedo
y lo seco mediante la acción de lo cálido las cuales no son modificadoras del
gusto, sino de otros sentidos.
142. Luego aclara la
definición del sabor, en cuanto a su ditima parte, pues la primera ha quedado
aclarada conlas explicaciones anteriores. Había dicho que el sabor altera el
gusto en su potencialidad: para aclarar esto, añade que el sabor, como
cualquier otro objeto sensible, reduce al acto el órgano sensitivo que antes
estaba en potencia respecto al objeto sensible; porque el sentir que sigue a la
acción del objeto sensible sobre el sentido, no ocurre como un acto de
aprender, sino como un acto de especular; esto es, no tiene semejanza con lo
que es aprender, pues el que aprende genera el hábito de la ciencia de nuevo;
pero, en el que siente, el sentido no segenera de nuevo mediante la acción del
objeto sensible, sino que el sentido se hace operante en acto, como acontece en
el que especula en acto.
143. A continuación,
aclara lo que antes había dicho, a saber, que el sabor no consiste sólo en lo
húmedo o en lo seco. Divide este punto en tres aparta dos: Primero, demuestra
que el sabor se funda simultáneneamente en lo húmedo y en lo seco. Segundo,
prueba algo que ya había supuesto. Tercero, aclara la prueba.
Afirma, en primer lugar, que los sabores son
pasiones en cuanto a lo dulce o privaciones en cuanto a lo amargo; lo amargo se
comporta como al go imperfecto y como una privación respecto a lo dulce: como
lo negro respecto a lo blanco. Pero no se orientan a cualquier clase de seco,
sino al relativo a la nutrición; a saber, del que pueden nutrirse los animales
y las plantas. Por esto podemos aceptar que ni lo seco sin lo hábito ni lo hij
medo sin lo seco pertenecen a los sabores; porque el abimento del que se nutren
los animales no es sólo húmedo o sólo seco, sino que es mezcla de ambos. Nos
nutrimos de las mismas materias de las que somos, como se ha dicho en el libro II
De la generación; el mismo argumento se aplica a las plantas.
144. Luego prueba lo
que había supuesto: que el sabor es una pasión o una privación del alimento.
En este aspecto, hay que considerar que los
alimentos que se oírecen a los animales, sirven a estos para dos fines: al
aumento, por el que son llevados a un tamaño perfecto; y al nutrimento, por el
que se conserva la sustancia. También sirven los alimentos para la generación,
pero esto ya no perte nece al individuo, sino a la especie.
Por consiguiente, Aristóteles afirma que los
alimentos oírecidos a los ani males, al pertenecer al número de los objetos
sensibles, en cuanto que son tangibles, causan aumento y disminución; porque lo
cálido y lo frío producen aumento y disminución: de manera que lo cálido
propiamente produce el aumento: pues tiene la propiedad de dilatar y extender,
como si estuviera moviendo hacia la circunferencia; en cambio, el frío causa
disminución, ya que tiene la propiedad de restringir, como si estuviera
moviendo hacia el centro; de ahí que los animales tengan aumento en su
juventud, y tengan disminución en su vejez (ni es contrario a esto lo que se
dice en el libro II, 9 Del alma acerca de que el alimento hace aumentar
por su fndole cuantita tiva; porque la cantidad no sería suficiente para el
aumento, si no hubiera calor que transforma y digiere).
145. Pero el
alimento oírecido nutre en cuanto que es degustable. Y lo prueba porque todos
los seres vivientes se nutren de lo dulce, que esperci bido por el gusto; puede
ser por lo dulce simple o mezclado conotros sabores. (Tampoco se opone a lo
expuesto lo que Aristóteles dice en el libro II, 5 Del alma acerca de que
el tacto es el sentido del alimento de los animales; porque, en ese pasaje
pone, entre los tangibles, al humor, esto es, al sabor; también dice en ese
mismo pasaje que el sabor es la delectación del nutrimento, a saber, en cuanto
que indica su conveniencia).
146. Después
confirma la prueba expuesta antes. Primero, en cuanto a lo que dijo: que todos
los seres vivientes se nutren de lo dulce. Segundo, en cuanto a lo que había
dicho de la mezcla de otros sabores.
Afirma, en primer lugar, que en las cosas que
pertenecen a la generación es necesario tratar de las cosas que pertenecen al
aumento y al nutrimento; pero de éstas habló en el libro De la generación
universal y atin se ha de hablar más de ellas en el libro De la generación
de los animales al que pertenece la consideración sobre el alimento de los
animales; en cambio, ahora, respeto a lo que pertenece a nuestro plan, ha
detratarse el punto siguiente: que el calor natural causa activamente el
aumento mediante una cierta extensión y elabora el nutrimento en la digestién,
a saber, en cuanto que absorbe lo suave y dulce y elimina lo que es salado y
amargo debido a su pesadez (de ahí que todas las heces de los animale sean muy
amargas y saladas); y aclara Aristóteles esto por la semejanza que aparece en
todo el universo. Pues en los animales y en las plantas el cabor natural hace
lo que el calor solar en los cuerpos exteriores: pues atrae lo húmedo sutil y
abandona lo que es térreo y espeso (de ahí que las aguas de la lluvia sean
dulces, aun que el mar, del que se produce la mayor suspensión, sea salado); y
de aquí concluye que todos los animales se nutren de lo dulce, que es el sabor
atraído por el calor natural.
147. Después señala
la causa de la mezcla de otros sabores respecto al nutrimento. Y dice que hay otros
sabores que, como condimentos, se mezclan en el alimento dulce, que es el ti
que nutre; como claramente aparece en el sabor salado y picante; de modo que
por estos sabores se reprime el sabor dulce, para evitar la excesiva nutrición.
En efecto, el sabor dulce mucho llena y harto se difunde, pues fácilmente es
atraído por el calor a causa de su ligereza.
CAPÍTULO X: [Especies de sabores] 442a12-442b23
148. Una vez que
Aristóteles señaló la generación de los sabores, aquí distingue sus especies.
Sobre este tema, hace tres apartados. Primero, muestra en general la generación
de los sabores intermedios. En segundo lugar, expone cómo se diversifican los
sabores intermedios. En tercer lugar, muestra cémo el blanco y el negro se
relacionan entre sí.
En primer término afirma que, de la misma manera
que los colores in termedios segeneran por la mezcla del blanco y del negro,
así también los sabores intermedios segeneran por la mezcla de lo dulce y
amargo, bien sea mezclándose ellos en si mismos, bien sea mezc1 las causas de
lo dulce y lo amargo.
En efecto, cuando lo cálido digiere
perfectamente lo húmedo, causa el sabor dulce; en cambio, la privación de lo
húmedo perfectamente digerido es causa de lo amargo. Por otro lado, otros
sabores son causados de acuerdo conque lo húmedo se mantenga en un punto
intermedio ni está totalmente consumido ni totalmente está mal digerido. Pues
ya que el sabor sigue más de cerca al humor que al calor, no hay necesidad de
considerar un medio y unos extremos según lo cálido, sino según lo húmedo que
es paciente de alguna manera de lo seco y de lo cálido, ya que en esto consiste
fundamentalmente la naturaleza del sabor. De otra manera, si en los sabores se
tomaran el medio y sus extremos según lo cálido, no existirían lo dulce y lo amargo
como extremos, sino que lo dulce seria el medio. Pues lo cálido intenso que
consume lo frio, pero sin digerirlo, causa lo amargo; pero lo cálido que es
totalmente deficiente para digerir, debido a la victoria del frio, causa el
sabor péntico o acetoso; en cambio, un calor moderado y suficiente para
digerir, causa el dulzor.
149. A continuación
trata de la distinción de los sabores intermedios. Primero en lo tocante a la
diferencia entre lo deleitable y lo desagradable. Segundo, en cuanto a sus
nombres. Tercero, en cuanto a su número, por la semejanza con los colores.
Afirma, en primer término, que los sabores
intermedios se diversifican según la proporción de la mixtión, a saber, en la
medida que cada uno se acerca más o menos al dulce o al amargo. Esto acontece
de dos modos, como se ha dicho de los colores. De un modo, según una proporción
numérica observada en la mixtión dicha y según la modificación de lo húmedo
produ cida por lo cálido De otro modo, según un exceso indeterminado, sin
proporción numérica. Solamente deleitan al gusto los sabores que está mez
clados según una proporción numérica.
150. Después hace la
distinción e los sabores intermedios por su nombre. Afirma que el sabor graso
(pin gue) casi se identifica con el dulce; pues ambos sabores designan la
asimilación de lo húmedo por lo cálido sin embargo, muestra que en el sabor
dulce domina más lo cálido sobre lo hd medo; por lo tanto, el sabor graso está
más próximo al sabor acuoso o insi pido debido a la abundancia de humedad. De
manera semejante, también el sabor amargo y el sabado casi se identifican; en
efecto, ambos muestran el exceso de calor que consume lo húmedo; sin embargo,
parece que en lo amargo la consumición de humedad es mayor que en lo salado,
porque en lo salado parece que está consumido lo húmedo embebido en el cuerpo;
sin embargo, en lo amargo parece que eso húmedo que aglutina la sustancia del
cuerpo se disuelve o se consume posteriormente, bien sea totalmente, bien sea
parcialmente. De ahí que las heces de los cuerpos disueltos e incinerados sean
amargas.
151. Por otro lado,
en el medio está los sabores siguientes: el sabor póntico o spero el austero o
acetoso, el estíptico, y el picante; pero, de manera que el póntico y el acedo
consisten en el humor aún no digerido debido a un defecto de cabor; (por eso,
los frutos indigestos son o de sabor acedo, como la ciruela acerba, o de sabor
póntico, como la pera acerba).
Sin embargo, parece que el sabor póntico tiene
más del componente térreo. De ahí que la tierra casi tenga ese sabor; el acedo
parece tener más del componente frío. El sabor estíptico parece también abundar
en lo térreo, pues está más cerca del póntico pero abunda más en el elemento
cálido, pues se acerca más a lo digerible (por eso también algunos cuerpos dige
ribles poseen el sabor estiptico, como el fruto del mirto). El picante
significa exceso de calor, sin duda no consumiendo lo húmido sino devorándolo.
152. Después hace la
distinción en los sabores intermedios por su número, a semejanza con los èolores.
Afirma que las especies de los humores, esto es, de los sabores, son casi
iguales, en cuanto al número, a las especies de los colores. Han de enumerarse
siete especies de sabores, de modo que el sabor graso no se distinga del dulce,
pero el salado se distinga del amargo: de manera que, si a estos tres sabores
se afiaden los otros cuatro enumerados, serán siete los sabores.
Semejantemente, y conrazón, se dice de los colores que el violáceo se relaciona
con el negro, de la misma manera que en los sabores el salado se relaciona con
el amargo por otro lado el amarillo se relaciona con el blanco, como el graso con
el dulce En medio estar estos colores: el purpúreo o rojo y el alurgón, esto
es, el alimonado, el verde y el cié esto es, el celeste de manera que el verde
y el celeste se aproximan al negro; mientras que el púrpura y el alimonado se
aproximan más al blanco. Pero existen otras muchas especies de colores y de
sabores que se producen con la mezcla recíproca de las especies citadas.
153. Después
establece la comparación entre el amargo y el dulce. Afirma que, de la misma manera
que el negro es la privación del blanco en lo diáfano así también el amargo o
el salado son la privación de lo dulce en lo húmedo nutricional (pues siempre,
uno de los contrarios es como una privación, según aparece claro en el libro X,
6 de Metafísica). Y, dado que el amargo es la privación del dulce, por eso
sucede que detodas las materias quemadas la ceniza es amarga, debido a la
exhalación de lo húmedo nutrimental, al que ilama potable.
154. A continuación,
excluye las falsas opiniones de los otros autores sobre la naturaleza de los
sabores. Primero, habla detodos los objetos sensibles en general. Segundo,
habla de los sabores en particular. En torno al primer punto hace una
subdivisión. Primero, desaprueba la opinión de los antiguos, en cuanto que
reducfan todos los objetos sensibles a cualidades tangibles; segundo, en cuanto
que reducfan los objetos sensibles propios a los objetos sensibles comunes.
En primer lugar, afirma que Demócrito y muchos
filósofos naturales que se ponen a hablar de los objetos sensibles, caen en una
enorme incongruen cia, porque afirman que todos los objetos sensibles son
tangibles. Si esto fue raverdad, se seguiría que cualquier sentido sería tacto,
ya que las potencias se distinguen según sus objetos. Pero, es fácil de ver que
esto es falso; porque los otros sentidos sienten por un medio externo, pero el
tacto no.
155. Luego ataca a
los antiguos porque utilizaban los objetos sensibles comunes como si fueran
objetos sensibles propios. En efecto, reducfan los colores y los sabores y
también los demás objetos sensibles al tamaño y a la figura. En efecto, el
tamaño y la figura, así como lo spero y lo suave, en cuanto que pertenecen a la
figura, y de manera semejante, lo agudo y lo ob tuso, que también pertenecen a
las disposiciones de las figuras que tienen ngu1os, son comunes a los sentidos;
aunque no todos estos sean percibidos por todos los sentidos, sin embargo, al
menos son percibidos por el tacto y por la vista; y, así, no son objetos
sensibles propios, porque si realmente lo fueran, serían percibidos por un solo
sentido (Aristóteles dice: «lo agudo y lo obtuso que se halban en las melodías»
o, según otra lectura, en las «magnitudes», o sea, en los cuerpos, a diferencia
de lo agudo que está en las voces y en los sabores). Y que las cosas nombradas
son objetos sensibles comunes lo aclara por un cierto signo: las cosas citadas
engañan a los sentidos, los cuabes, sin embargo, no son engafiados por los
objetos sensibles propios; en efecto, la vista no es engafiada por el color, ni
el oído por los sonidos.
156. Después,
rechaza las opiniones expuestas en especial. Primero las expone. Después, las
desaprueba.
Afirma, en primer término, que algunos reducen
los objetos sensibles propios a estos comunes; como Demócrito, quien dijo que
la oscuridad del negro era lo spero, pensando que la oscuridad del color negro
era causada porque las partes que sobresalen en una superficie spera ocultan
las otras partes. Afirmó, por otro lado, que lo bbanco era lo suave, pensando
que la cbaridad de lo bbanco provenfa deb hecho de que lo suave era totabmente
iluminado porque sus partes yacen iguabadas. Engafiado por el equívoco, también
redujo los sabores a figuras, porque halló que lo agudo y lo obtuso eran
iguales en los sabores y en las figuras.
157. En segundo
lugar, desaprueba la opinión expuesta sobre los sabores, por tres razones. La
primera, porque ningi sentido reconoce las figuras como objetos sensibles
propios; y, si fuesen propios de algún sentido, lo serían especialmente de la
vista. Pero, silos sabores fuesen figuras, se seguiría que el gusto las
conocería mejor. Por lo tanto, si esto fuese verdad, y dado que cuanto más
seguro es un sentido tanto mejor puede discernir incluso las cualidades mfnimas
en cada género, se seguiría que el gusto, como el sentido más seguro, conocería
los objetos sensibles comunes y, especialmente, las figuras: lo que es a todas
luces falso, dado que la vista es más poderosa.
158. La segunda
razón la expone así: todos los objetos sensibles tienen sus contrarios (porque,
la alteración se produce por los contrarios, como se ha probado en el libro VII,
4 de la Física) y al igual que en el color son contrarios el blanco y el
negro, en los sabores lo son el dulce y el amargo; y es evidente lo mismo en lo
demás (Pero, parece que este hecho sucede en la luz; esta no tiene de por sí
contrariedad, en cuanto cualidad existente propia del primer cuerpo, el cual
carece de contrariedad: se opone a la luz la oscuridad, mas no como algo
contrario, sino como privación. A pesar detodo, la luz posee contrariedad en
cuanto que es participada en los colores).
159. Pero la figura
no parece ser contraria a la figura; pues no es preciso señalar que, de los polígonos,
esto es, de las figuras que tienen muchos ángulos, lo contrario es la
circunferencia, o sea, el cfrculo que no tiene ángubos (en efecto, los
contrarios distan máximamente; sin embargo, no es posible encontrarse conuna
figura por la que no sea posible encontrar otra que tenga muchos ángulos):
luego los sabores no son figuras.
160. Expone la
tercera razón, que es la siguiente. Las figuras son infinitas, como también los
números: en efecto, se multiplican según el ni de ángulos y de líneas, como
aparece en el tritbngulo y en el cuadrado. Por consiguiente, si los sabores
fueran figuras, se seguiría que las especies de sabores serf an infinitas: lo
que evidentemente es falso, porque no hay ninguna razón por la que se sintiera
un sabor y no otro. Es así que el sentido no discierne sabores infinitos; luego
los sabores no son figuras.
161. Finalmente,
poniendo el epilogo, concluye lo que se ha dicho sobre el sabor y el gusto;
algunas otras propiedades de los sabores tienen su propia consideración en el
libro Sobre las plantas, que Aristóteles no escribié, pero sí Teoírasto, como
Alejandro dice a este propésito en su Comentario.
CAPÍTULO XI: [Génesis y naturaleza del olor] 442b27 443b14
162. Una vez que
Aristóteles habló concretamente de los sabores, aquí comienza a hablar de los olores.
Divide el tema en dos partes. En la primera,
habla de los olores. En la segunda establece la comparación entre el sentido
del olfato y los demás sentidos. Acerca de la primera parte hace dos apartados.
Primero, razona sobre la generación y naturaleza del olor. Segundo, razona
sobre las especies del mismo. En torno al primer apartado hace una subdivisión.
Primero, aclara qué es lo pasivo en la generación del olor. Segundo, qué es ahí
lo activo. En la primera, a su vez, desglosa tres puntos. Primero, propone lo
que intenta. En el segundo, expone lo que había afirmado. En el tercero, expone
los argumentos.
Afirma, en primer lugar, que es necesario
comprender la generación de los olores del mismo modo que la generación de los
sabores: a saber, que en esa generación hay algo pasivo y algo activo. En
efecto, se ha dicho en torno a los sabores que lo hémedo acuoso es paciente de
lo seco térreo, y así se convierte en sápido por la acción del calor; por su
parte, en la generación del olor se da lo húmedo activo «jugoso» (palabra que
corresponde a «enchymum», compuesto del «en» griego, que es el «in» latino, y
«chymos», que significa «humor»: el humor embebido e incorporado a algo seco).
Así pues, este es el ebemento activo en el obor; el elemento pasivo es otro
género distinto que comprende bajo sí el aire y el agua.
163. A continuación
expone cuál es este género común de aire y agua, que es receptivo del obor Y
dice que lo común a ambos es lo diáfano; pero no lo diáfano en cuanto es
receptivo del color, como se ha mantenido anteriormente; pues lo diáfano es
receptivo del olor, en cuanto que es lavable o purificable en la sequedad
jugosa esto es, en cuanto que es receptivo de lo seco jugoso, y a esta
recepción la llama lavado o purificación, en cuanto que algo que ha sido recibido
por lo hábito es naturalmente capaz de ser lavado y purificado.
164. Luego prueba lo
que había presupuesto, a saber, que lo receptivo del olor no sólo es el aire,
sino también el agua. Y, primero, presenta el razonamiento de esa afirmación.
En segundo lugar, concluye cu es el elemento receptivo propio del olor.
Afirma en primer término que el olor no sólo es
recibido en el aire, sino también en el agua esto se demuestra claramente por
el hecho de que algu nos peces, como los crust esto es, los animales de
cubierta dura, que viyen en el agua, parece que huelen, pues desde lejos son
atraídos hacia el ali mento por el olor, aunque no pueden verlo. Por esto, es
evidente que el agua es receptiva del olor; por dos razones. Primera, porque
estos animales nó viyen en el aire, sino en el agua; y prueba que bajo el agua,
en la que viven, no hay aire sino agua, porque el aire flota sobre el agua,
aunque se ponga bajo el agua; como se evidencia en un odre inflado que, si
violentamente es su mergido, flota en el agua. Segunda razón: porque, si
ocurriese que el aire existiera dentro del agua, al no respirar estos animales
aire, no percibirían el olor, si solo el aire fuera receptivo del olor.
165. Luego saca la
conclusión de cu es el elemento receptivo propio del olor: y dice que como el
aire y el agua, que son receptivos del olor, son húmedos, se sigue de ahí que
el olor es solamente una cierta naturaleza, a saber, una forma inscrita en lo húmedo
por lo seco jugoso tal húmedo es el aire y el agua; y es oloroso lo que es así,
esto es, lo húmedo que tiene en sí la naturaleza inscrita por lo seco jugoso.
166. Después prueba
que el enchirnum o jugo es lo efectivo del olor. Lo prueba detres modos.
Primero, bas en las cosas que tienen y no tienen olor. Segundo por diversas
opiniones de algunos autores sobre el olor. Tercero, por la afinidad del olor con
el sabor.
Por consiguiente, afirma en primer lugar que es
evidente, tanto por las cosas que tienen olor como por las que no lo tienen,
que esta pasión que es el olor es impresa por el enchimum o jugo, esto es, por
el humor absorbido y recogido por lo seco, como se ha dicho antes. En efecto,
primordialmente, todos los elementos, a saber, el fuego, el aire, el agua y la
tierra, carecen de olor; porque ya sean húmedos, ya sean secos, son sin jugo
esto es, sin hu mor absorbido por lo seco; pues los que de ellos son húmedos
poseen la humedad sin lo seco; y los que de ellos son secos, poseen la sequedad
sin lo húmedo; a no ser que se haga alguna mezcla de los elementos. De ahí que
el mar tenga algún olor, porque en él se halla lo seco térreo mezclado a lo
húmedos medo acuoso, como se manifiesta por su sabor salado. También la sal
tiene rn olor que el nitrato. Y se manifiesta que estos dos cuerpos, la sal y
el ni trato, tienen algo de enchimum o jugo, porque de ellos sale éleo mediante
algún artificio; y por esto es evidente que en eblos hay un humor pingúe ah
sorbido por lo seco; pero el nitrato tiene menos humor que la sal; por eso,
huele menos.
167. En segundo
lugar, aclara el mismo concepto en las piedras y en la madera; afirma que la
piedra sélida y dura carece de olor, porque no tiene ese humor que es causa del
olor, debido a su gran cantidad térrea; la madera, sin embargo, tiene olor,
porque posee algo de dicho humor; esto es evidente porque la madera es
inflamable debido a la serosidad que hay en dia. De ahí que las maderas que
tienen un humor más acuoso y menos seroso, como no absorbido por lo seco, son
menos olorosas, como es claro en la madera de chopo en cambio, la del abeto y
la del pino son muy olorosas debido a la serosidad de su humor.
168. En tercer
lugar, aclara esto mismo en los metales, entre los que el oro es el menos
oloroso, puesto que carece de dicho humor: y esto acontece porque su
composición es lo térrea; esta afirmación queda significada por su enorme peso.
En efecto, es más pesado que los restantes metales. Pero el bronce y el hierro
son olorosos, porque lo húmedo està digerido y absorbido por lo seco, y no está
completamente superados por él, como lo está el oro. Por lo tanto, también sus
escorias, debido a la combustión de lo húmedo que hay en ellos, son menos
olorosas. Por su parte, la plata y el es taño son más olorosos que el oro, y
menos que el bronce y el hierro: pues, tienen el humor más acuoso y menos
asimilado por lo seco que el bronce y el hierro. Sin embargo, debido a que su
humedad es de algún modo asímilada por lo seco, no se encuentran completamente
sin olor, como lo está el oro.
169. Luego muestra
que el enchimum o jugo es lo activo del olor, en opinión de otros autores. Y
acerca de esto hace tres cosas. Primero expone las opiniones de los otros. En
segundo lugar, rechaza esas opiniones. En tercer lugar, concluye su plan.
Primeramente dice que a ciertos autores les
parece que el olor es una evaporación fumosa, que es comdn al aire y a la
tierra, como algo intermedio entre los dos, ya que es algo liberado de lo seco
térreo, pero sin llegar a la sutilidad del
aire. Todos los antiguos que hablaron sobre el olor han es tado préximos a esta
opinión. De ahí que Heráclito diga que, si todos los entes se convirtieran en
humo, las narices que percibieran el olor distingui rían todos los entes; como
si dijese: todos los entes son obores. Pensaba, pues, Heráclito que el vapor
era el principio detodas las cosas.
170. Dado que no
todos los filósofos dijeron que el olor era humo, sino que algunos dijeron que
era algo semejante, por esto Aristóteles, para aclarar esa diversidad, añade
que unos asignaban al olor la exhalación, otros la eva poración, finalmente,
otros las dos: y muestra la diferencia que hay entre la exhalación y la
evaporación: la evaporación es una biberación de humedad cuosa; en cambio la
exhalación o el humo es algo comdn al aire y a la tierra, puesto que es una
liberación de lo seco térreo, como se ha dicho. Y el signo detal diferencia es
que, de la evaporación, cuando se condensa, sege nera agua; en cambio, de la
evaporación del humo segenera algo térreo.
171. En segundo
lugar, rechaza las opiniones mediante dos razones.
La primera es que el vapor concierne al agua,
que no huele si no tiene mezcla de lo seco, como antes se ha dicho; en cambio,
el humo no puede producirse en el agua, a pesar de que en ella se produce el
olor, como se ha mantenido anteriormente, puesto que algunos animales olfatean
en el agua: luego el olor no es ni humo ni vapor.
172. Oírece la
segunda razón diciendo: hay una razón semejante, y es que la evaporación se
llamara obor, y que los colores se liamaran efluvios; es así que esto no se
dice correctamente de los colores, como se ha dicho anteriormente; luego
tampoco aquello se aplica correctamente a los obores. En efecto, por ambas
partes se sigue que tanto la sensación de los olores, como la de los colores,
se produce por el tacto; y también se sigue que tanto los cuerpos visibles como
los olorosos se amenguarían y, finalmente, desapare cerían por el efluvio o
emanación. Y esto sería incongruente, principalmente al constatarse por
experiencia que algo se ve y se huele desde muy lejos, por lo que de ningén
modo es posible que la disolución emanativa del cuerpo pueda llegar hasta ese
punto. Pero ocurre que a mucha distancia se percibe tanto el color como el olor
mediante una modzficación espiritual del medio.
173. A continuación
concluye su plan, a saber: que partiendo del hecho de que el olor no es ni
vapor, ni humo, es evidente que lo húmedo, que está en el espiritu, esto es, en
el aire y en el agua, es paciente de la sequedad jugosa; de esta forma, se
produce el obor y se percibe. Pues lo húmedo no sóbo se encuentra en el agua,
sino también en el aire.
174. A continuación,
aclara que el enchimum o jugo es el elemento activo del obor, por afinidad con
el sabor. En lo tocante a esta afirmación, desarrolla tres aspectos.
En primer lugar, muestra su propósito, diciendo
que si el enchimum o jugo produce el obor en lo hómedo acuoso y en el aire de
modo similar a como lo seco térreo lavado por lo hómedo acuoso produce los
sabores, evi dentemente es preciso que los olores sean proporcionados a los
sabores.
175. En segundo
lugar, aclara su objetivo o plan, adaptando los olores a los sabores. Afirma
que esto acontece, en algunos casos, cbarfsimamente. En efecto, los olores son
acetosos, dubces, .speros —o sea estípticos—, pénticos y crasos, igual que los
sabores; pero, nosotros no decimbs obores amargos, sino que los olores pótridos
se corresponden proporcionalmente con los sabores amargos, puesto que los
sabores amargos difícilmente se ingieren, y las cosas pdtridas son
dysanapneusta, o sea, de difícil respiración. Por lo tanto es evidente, por la
afinidad del olor respecto al sabor, que, como el sabor se produce en el agua,
así el olor se produce en el aire y en el agua.
176. En tercer
lugar, afirma la afinidad antes dicha por los impedimentos del sabor y del
olor; porque, tanto por el frío como por la congelación, los sabores se
debilitan y los olores se exterminan, en cuanto que, por esos impedimentos, se
quita el calor que es el que genera y provoca los olores y los sabores, como es
evidente por lo expuesto.
CAPÍTULO XIII: [Especies de olores] 443b17 444b7
177. Una vez que
Aristóteles habló concretamente sobre la generación y la naturaleza del olor,
ahora señala las especies de los olores.
En torno a este tema estudia dos aspectos.
Primero, determina las diversas especies de olor. Segundo, expone el modo de
cómo se huele.
El primer punto lo desarrolla en tres apartados.
Primero, propone que hay algunas especies de olores. Segundo, habla en concreto
sobre las especies de olor según la conveniencia a las especies de sabores. En
tercer lugar, señala las especies que son propias del olor en sí mismo
considerado.
Afirma, en primer lugar, que las especies del
objeto oloroso son dos. Una, ciertamente, por conveniencia con los sabores; y
otra según su propia naturaleza. Pues es falso lo que algunos dicen: que el
objeto oloroso no tiene especies; pero es preciso determinar cómo las tiene y
cómo no las tiene. Hay, pues, que determinar las especies de los olores según
el acuerdo conlas especies de los sabores como se ha dicho antes; pero las
especies del olor según su propia naturaleza solamente han sido determinadas
considerando los diversos objetos olorosos; como si dijéramos que una cosa es
el olor de las rosas y el de las violetas y de otros objetos similares. Sin
embargo, en estos olores se discierne lo agradable y lo repugnante.
178. A continuación
habla en concreto sobre las especies de los olores que acompañan a las especies
de los sabores. Afirma que, entre los objetos olorosos, algunos está ordenados
en consonancia conlas especies del sabor, como ya se ha dicho; y, precisamente
por esto, lo agradable y lo desagradable está accidentaimente en ellos, esto
es, no en cuanto tienen olor, sino en cuanto que su olor significa nutrimento
(pues el olor es una pasión del nu trimento, lo mismo que lo es el sabor: en
efecto, un animal discierne el nutrimento conveniente desde lejos por el olor,
como vinculado mediante el sabor; y, por esto, semejantes olores no son
deleitables a los animales saciados y que no necesitan alimento, como tampoco
les es agradabie el alimento que contiene estos olores; pero, a los animales
necesitados, esto es, a los que tienen hambre y sed, esos olores les son
apetecibles, como también les son apetecibles la comida y la bebida). Por lo
tanto, es evidente que lo oloroso de esta clase entrafia accidentalmente
deleite y pena, a saber, en razón del nutrimento, como se ha dicho.
179. Ahora bien,
dado que el nutrimento es común a todos los animales, precisamente por ello,
todos los animales perciben estos olores. Pero ha de entenderse esto detodos
los animales que poseen movimiento de desp1azmiento, los cuales tienen que
buscar el alimento desdc lejos por el olor; en cambio, a los animales inmóviles
les es suficiente el gusto y el tacto para dis cernir la conveniencia del alimento.
180. Luego determina
las especies del obor por sí mismo. Primero señala las especies de este olor.
Segundo muestra qué animales los perciben.
En torno al primer punto considera tres
apartados. Primero, propone qué es lo que intenta. Segundo, prueba su
propósito. Tercero, rechaza una objeción contraria.
Afirma, en primer lugar, que algunos olores son
agradables por sí mismos, esto es, sin relacionarse con el alimento, como
sucede en los olores de las flores.
181. A continuación
prueba que estos olores son esencialmente agradables; a saber, porque no está
en relación con el alimento, por ejemplo, para que los que apetecen alimento
sean más complacidos conestos olores, y los saciados sean menos complacidos.
Tampoco estos olores aportan algo al deseo de alimento, como lo aportan los
olores de los que hemos hablado antes, que provocan el deseo de corner; sino
que, más bien, acaece lo contrario: porque, mediante la mezcla de estos objetos
olorosos, el alimento se vuelve desagradable, ya que confrecuencia los objetos
que exhalan estos olores tienen mal sabor.
182. Y, para esto,
aduce las palabras de un poeta cémico, que se ilamaba Tracio o Estratides, el
cual, refiriéndose a otro poeta, a saber, Eurípides —que exigfa los alirnentos
refinadamente preparados—, lo criticaba diciendo: cuando cuezas las lentejas,
no viertas perfume, esto es, unguento que exhale aro ma delicado; porque no
conviene que pongas en tus viandas algo que desprenda fragancias exquisitas.
183. A continuación,
excluye la objeción que podria ponerse debido a la costumbre que algunos tienen
de rnezclar tales olores a los aiimentos. Aristóteles responde diciendo que
aquellos que mezclan estas «cualidades» esto es, las cosas olorosas, a los
alimentos y a las bebidas, violentan habitualmente el placer natural, a saber,
intentando conseguir que una sola e idéntica cosa sea agradable a dos sentidos:
al gusto y al tacto; cuando lo natural es que un objeto sensible determinado
sea deleitable también para un sentido determinado.
184. Después muestra
quiénes son los que perciben estos objetos olorosos. Y para esto establece tres
apartados. Prirnero expone qué es lo que intenta. Segundo, señala la causa de
lo expuesto. En tercer lugar, rechaza una hábito objeción.
Afirma, en primer lugar, que el objeto oloroso
que por sí mismo agrada o desagrada es propio del hombre: porque sólo el hombre
discierne esta clase de objetos olorosos; en ellos se deleita o se disgusta
(por eso, en relación a este sensible, el sentido del olfato es más perfecto en
el hombre que en los demés animales). Sin embargo, el olor que está coordinado
al sabor compete también al resto de los animales, los cuabes, en el
discernimiento de estos olores, tienen el sentido del olfato más agudo que el
hombre (Aristétebes dijo ya antes, respecto a esto, que nosotros poseemos un
sentido del olfato peor que el de los otros animales) Y, dado que los olores
que están coordinados a los sabores poseen accidentalmente su agradabilidad, o
sea, por relación al ah mento, por eso distinguió las especies de los olores de
acuerdo conlas especies de los sabores: cosa que no sucede en los olores que
por su propia naturaleza entrafian placer o displacer; pero las especies de
este olor sólo pueden distinguirse según los objetos olorosos, como se ha
dicho.
185. A continuación
señala la causa de lo expuesto. Afirma que el olor que en si mismo es agradable
es propio del hombre, para atemperar la frialdad de su propio cerebro. Pues el
hombre, entre los demás animales, tiene mayor cerebro en proporción al tamaño
de su cuerpo: ahora bien, el cerebro es frío por naturaleza; y la sangre, que
se contiene en sutiles venas, es fácilmente enfriable (de esto sucede que los
humos desprendidos del alimento, subiendo hacia arriba, se enfri an debido al
enfriamiento de la zona y entonces se espesan, causando por esto enfermedades
reum en los hombres también por ello, en ayuda de la salud contra la superflua
frialdad del cerebro, la especie del olor ha sido otorgada así a los hombres (y
si algunas veces estos olores gravan al cerebro, esto sucede porque no se pre
sentan como deben, sino que, al calentarlo superfluamente, producen exce siva
resolución; pero, si esos olores se presentan como es debido, contribuyen a la
salud); esto aparece evidente por los efectos, puesto que, a pesar detodo, no
aparece ninguna otra utilidad de semejante olor (la percepción detales olores
presta poco servicio a la inteligencia para investigar la naturaleza de las
cosas; sí, en cambio, lo prestan la vista y el oído, como antes se ha
mostrado).
186. Después rechaza
una objeción. Alguien podría decir que, para el el tado remedio de la salud,
sería suficiente alguna especie olorosa que se coordinara al sabor. Pero el
propio Aristóteles responde que la especie del olor que, por causa del
alimento, es agradable grava más frecuentemente la cabe za, bien sea por
humedad superflua, o bien por superflua sequedad. Sin embargo, la especie del
olor que por sí misma es agradable, siempre es útil, por su propia naturaleza,
para la salud. Pero añade que hay que decir que no lo sería con un uso
indebido.
187. A continuación
concluye, partiendo de lo expuesto, el debido modo de oler.
Primero, en los hombres y en los demás animales
que respiran. Segundo en los animales que no respiran.
Acerca del primer punto, hace tres apartados. Primero,
propone lo que intenta. Segundo, señala la causa propuesta en relación a los
hombres. Tercero, en cuanto a los demás animales.
Por lo tanto, en primer término, afirma que el
olor es útil para templar la frialdad del cerebro; por esto, el acto de oler se
realiza mediante la respiración; esto no sucede, ciertamente, en todos los
animales, sino en los hombres y en los animales que tienen sangre, como los
cuadrépedos y las aves, los cuales también participan más de la naturaleza del
aire, como lo demuestra su movimiento.
188. Luego
manifiesta la causa por la que el olor se produce en los hombres al respirar, y
afirma que los olores suben al cerebro, porque el calor ígneo que resuelve los
olores, les da cierta levedad, para que se dirijan hacia arriba; de esto se
sigue una cierta salud cerca del cerebro. Pues el olor tiene la virtud de
calentar, debido a lo caliente ígneo por el que es causado y dispersado. Por lo
tanto, la naturaleza se sirve de la respiración condos fines. Uno, de manera
eficaz, esto es, de manera principal en ayuda del tórax, es decir, del pecho y
para refrigerio del calor cordial. Dos, de manera adventicia, esto es, de
manera secundaria, para percibir el olor. Pues el hombre agita el aire al
respirar, atrayéndolo a través de la nariz así, consigue que los olores pasen y
ileguen hasta el órgano del olfato.
189. Este género de
respiración es propio de la naturaleza humana, porque el hombre, entre todos
los animales, tiene, en proporción a su tamaño, el cerebro mayor y más hémedo
que el resto de ellos: por esto, solo el hombre, entre los restantes animales,
percibe y se deleita en los olores de las flores y otros olores semejantes, de
suerte que el movimiento hacia el cerebro reducira a su justa medida la
superabundancia, esto es, el exceso de frialdad y humedad del cerebro. Y añade
que «conviene decirlo», porque los otros anima les huyen de los malos olores si
estos corrompen.
190. Luego señala la
causa del acto de oler mediante la respiración, res pecto a los otros animales.
Afirma que, a los demás animales que tienen pulmón, los únicos que respiran, la
naturaleza les otorgé el sentido del otro género de olor, esto es, las cosas
que pertenecen al alimento por la respiración, para no crear dos órganos: uno
para respirar y el otro para oler, puesto que es suficiente el mismo órgano
para respirar y oler; así es como ocurre a los hombres respecto a los dos
géneros de objetos olorosos, como también a los otros animales respecto a un
solo género de olor.
CAPÍTULO XIII: [La odoración sin respiración] 444b7 445b1
191. Después de
haber mostrado Aristóteles que los hombres y algunos animales huelen al
respirar, aquí intenta averiguar cémo huelen los animales que no respiran.
Divide la cuestién en dos partes. Primero,
muestra qué es lo que está claro acerca de los animales de esta clase. Segundo,
qué dudas hay en torno a esto.
Afirma, en primer lugar, que evidentemente los
animales que no respiran sienten lo odorfíero, puesto que vemos que los peces y
toda clase de insectos como son las hormigas, las abejas y demás animales de
esta clase, perciben finamente y de lejos su nutrimento, cuando la distancia
que los separa de su alimento hace que no puedan percibirlo por la propia
vista. Por lo tanto, es evidente que lo perciben por el aspecto nutricional del
olor a saber, en cuanto sienten ese aspecto del olor que se corresponde con el
sabor e indica la cualidad del nutrimento.
192. Pone el ejemplo
de las abejas, que se desplazan lejos para buscar la miel, y de algunas
hormigas de seis patas, que también se desplazan lejos para buscar su alimento,
y de algunos otros animales que reciben el nombre de pu’rpuras debido a su
color; semejantemente, también se encuentran muchos animales que no respiran,
los cuales perciben de manera aguda y desde lejos su alimento, debido al olor.
193. Después,
muestra qué es lo dudoso acerca de estos animales. Plantea, en torno a esto,
tres cosas. Primero, provoca la duda. Segundo, la soluciona. Tercero, aclara la
solución mediante semejanzas.
Por lo tanto, primeramente afirma que, aunque
sea evidente que esos animales perciben el olor, no es evidente cómo lo
perciben. La razón de esta duda es que todos los animales que respiran perciben
el olor de un sólo modo, a saber, respirando (pues por experiencia se ve que
esto acontece a todos los animales que respiran). Sin embargo, acerca de esos
otros animales se ve que no respiran y, no obstante, perciben el olor.
194. Podría alguien
señalar una razón de esta diferencia, diciendo que esos animales perciben el
obor por algún otro sentido que existe además de los cinco sentidos nombrados
(y la respuesta podría parecer probable: porque sentir es un cierto padecer, de
ahí que el diverso modo de percibir sea como un diverso modo de padecer, el
cual indica la diversidad de la potencia pasiva: de la misma manera que el
diverso modo de obrar significa la diversidad de la facultad activa; pues
observamos que, cuanto más fuerte es el calor, tanto más intensa es la
calefacción; y de modo semejante acontecería por parte de los seres pasivos que
son pacientes de otro modo, pues parece que poseen otra potencia pasiva; así
también, los seres pasivos que sidnten de otro modo, parece que tienen otro
sentido). Ahora bien, es imposible que sientan el olor de otro modo, porque
donde existe idéntico objeto sensible, existe idéntico sentido (pues las
potencias se distinguen según sus objetos). Y es el mismo el objeto sensible
que perciben ambos tipos de animales: el olor; luego no puede existir un
sentido para un olor y otro para otro.
195. Después
resuelve la duda expuesta. Las dos clases de animales perci ben el mismo obor
conidéntico sentido, pero no del mismo modo. Hay que pensar que la manera de
sentir puede diversificarse de un doble modo.
De un modo, esencialmente, que ocurre conforme a
la diversa relación del objeto sensible con el sentido; esta diversidad en el
modo de sentir diversifica el sentido; por ejemplo: un sentido siente el objeto
sensible unido a él, como ocurre con el tacto, y otro sentido percibe su objeto
sensible ale jado, como ocurre con la vista. Hay otra diversidad en el modo de
sentir: accidentalmente; pero esta éltima diferencia no diversifica el sentido,
y surge por la remoción del obst esta diversidad en el modo de sentir es la de
nuestro propósito, porque en los animales que alientan por respiración se
remueve algo que a modo de opérculo yace bajo el órgano del olfato (y, por
esto, cuando no respiran son impedidos de oler debido a ese opérculo). Ahora
bien, los animales que no respiran carecen de ese opérculo; por ello, no
necesitan de la respiración para oler; como vemos en los ojos: algunos animales
tienen párpalos que, si no se abren, hacen que esos animales no puedan ver.
196. Por otro lado,
a los animales que tienen necesidad de una vista más aguda, la naturaleza les
doté de párpados, por la delicadeza de los ojos y para que estos se conserven.
De ahí que los animales que tienen los ojos duros, como si no necesitasen de
una vista aguda, no poseen párpados; por ello, no necesitan de un movimiento
que abra los párpados para ver, sino que los ojos tienen inmediatamente la
facultad de ver, sin quitar nada.
197. A continuación
aclara la solución expuesta mediante otra semejanza con el olfato, el cual expresa
otra diversidad que, entre los animales, no diversifica el sentido. En efecto,
ninguno de los otros animales, a no ser el hombre, soporta fatigosamente esos
cuerpos que poseen un olor fétido por mismos, esto es, no por comparación al
alimento. Ciertamente, esto ya lo habia afirmado más arriba.
198. Pero acerca de
esto podría haber una duda, por el hecho de que pa rece que algunos animales
huyen de los obores fétidos. Por esto Aristóteles insiste, para apartar esta
duda, y afirma que los demás animales no huyen sino accidentalmente de los
olores que son en si mismos fétidos, a saber, en la medida en que el olor
fétido puede corromper: en efecto, al ser causado el olor por lo cálido, lo
hémedo y lo seco —como se ha dicho antes—, algunas veces ocurre que el olor
fétido proviene de la gran inmoderación que hay en las cualidades citadas, y así,
juntamente con el olor se modifica el medio, el cual adopta una pésima
disposición pasiva que corrompe los cuerpos del hombre y de los dcm animales;
sin duda, los demás animales sienten esa modificación por el sentido del tacto;
y, por eso, huyen de lo fétido.
199. Pone el ejemplo
siguiente: que todos los hombres padecen la pesadez de cabeza procedente del
humo de los carbones, debido a la indisposición de estos, que algunas veces
blega hasta la corrupción. De modo semejante sucede con el azufre. Por lo tanto,
los animales huyen de los cuerpos que pueden corromper, debido a que sienten la
pasión del cuerpo; pero no se inquietan por la fetidez del olor, considerada en
sI misma; a pesar de que muchas cosas que nacen de la tierra tengan olores
fétidos: sébo se inquietan por la fetidez del olor cuando representa algo
relativo al gusto o a la conve niencia del propio alimento.
200. Después compara
el olfato con los otros sentidos. Primero, señala la verdad. Segundo, excluye
el error.
Respecto al primer punto, ha de pensarse que,
conforme a la costumbre de los Pitagéricos, aquí Aristóteles se sirve también
de la propiedad del número para establecer la comparación de los sentidos. El número
impar no puede ser dividido en dos mitades, como el par; pero en medio permanece
algo indiviso entre dos partes iguales, como en el número quinario perma nece
una unidad media entre dos y dos. Ahora bien, los sentidos están constituidos
por un número impar, o sea, por cinco: dos de ellos son táctines, a saber, el
tacto y el gusto, que sienten su objeto sensible unido a ellos, y no por un
medio externo; otros dos, a saber, la vista y el oído, perciben su objeto
sensible alejado y a través de otras cosas, esto es, por medios externos.
En cambio, el olfato está en medio de los otros
dos pares; de ahí que convenga con los unos y los otros: con el tacto y el
gusto, que son sentidos de nutrimento —como se dice en el libro II, 5 Del
alma en cuanto que el olor es una pasión de los elementos nutritivos, en la
medida en que el olor está proporcionado al sabor. De este modo, los objetos
del tacto y los del gusto se encuentran en el mismo género juntamente con los olores.
Y, el género del objeto visible, del audible y del odorfíero se identifican,
por cuanto que todos ellos son conocidos por un medio exterior. De ahí que los
animales olfateen por medio del aire y del agua, de la misma manera que yen y
oyen. Por ello, queda claro que el objeto oloroso es algo común a los otros dos
sensibles.
201. Pues el olor se
halla en el mbito del tacto, en cuanto que es pasión del nutrimento, y, así
concurre en este aspecto con la cualidad del tacto y con la del gusto;
semejantemente se encuentra dentro de lo diáfano y de lo audible, esto es,
espercibido por el medio diáfano mediante el cual se ve y también se oye, a
saber, mediante el aire y el agua; aunque no en cuanto estos son diáfano de la
misma clase, sino en cuanto que pueden recibir la se quedad jugosa como se ha
dicho. Algunos autores estiman razonablemente que estos dos objetos sensibles
se asemejan: de modo que el tener una sequedad jugosa odorfíera en lo húmedo
acuoso y esparcible, esto es, en el aire por su fácil difusión, viene a ser
como un entintado que llega a modificar el medio por el color, y como un
enjuague que llega a los sabores, ya que el olor concuerda perfectamente
conambos
Después de esto, concluye, a modo de epílogo,
que se ha dicho de qué manera es necesario distinguir las especies del olor, y
de qué manera no conviene hacerlo, a saber, en cuanto que los obores son
tomados en sí mismos.
202. A continuación
rechaza un error. Divide esto en tres partes. Primero, cuenta la opinión
errdnea. Segundo, la desaprueba. Tercero, responde tácidamente a una objeción.
Afirma, en primer término, que no es razonable
lo que algunos Pitagóricos dijeron: que ciertos animales se alimentaban con los
olores. Según estos Pitagóricos, el olfato no sería un sentido intermedio, como
se ha afirmado, sino que habría de ser contado en el número dc los sentidos del
nutrimento. Se inclinaban a decir esto, porque vefan que tanto los animales
como los hombres eran reconfortados por los olores.
203. A continuación,
desaprueba la opinión expuesta, condos argumentos.
El primer argumento dice que es necesario que el
alimento esté com puesto de muchos elementos. Pues los elementos simples no
nutren, ya que los animales que se nutren de ellos se componen de los cuatro
ebementos: cada ser viviente se nutre de aquello de lo que està constituido,
como se ha dicho en el libro II De la generación. Mediante esta señal,
concluye que de los alimentos segenera una superfluidad, sea en el interior
—como es evi dente en los animales dentro de cuyos cuerpos hay algunos lugares
destinados para el almacenamiento de las superfluidades—, sea en el exterior
—como en las plantas, cuyas superfluidades son inmediatamente arrojadas al
exterior, como es evidente en las secreciones de los rboles y de otras cosas
semejantes—. Pero, si algún animal o planta se nutriera de un elemento simple,
no se produciría ninguna superfluidad, al no haber en él deformidad de partes:
ya que ningi.in elemento es apto para la nutrición, debido a su simplicidad.
204. Aún más, el
agua posee un impedimento especial, por el que elba sola no puede nutrir sin la
mezcla de algo térreo; así los agricultores agregan estiércol, para que el agua
mezclada conél alimente a las plantas: puesto que el nutrimento constituye y
genera algo en la sustancia del alimentado; por eso, es necesario que sea algo
corporal y sélido, lo cual no compete al agua. De ahí que el agua sola no pueda
nutrir y menos el aire: por lo tanto, se da por sentado que el olor no puede
nutrir. Pues es evidente que el olor, al ser una cualidad, de por sí no puede
constituir una sustancia nutriendo, a no ser en virtud de la capacidad
receptiva que tiene el aire o el agua. Y si el olor fuese una evaporación o una
exhalación humosa, como dijeron los antiguos, el argumento aún se mantendría en
pie, porque ambas pertenecen a la naturaleza del aire, como antes se ha dicho.
205. Expone el
segundo argumento. Aristóteles afirma que en todos los animales hay un lugar,
en el que primero se recibe el alimento, a saber, el estómago, de donde deriva
a las diversas partes del cuerpo. Y, dado que mu chos animales huelen al
respirar, si consideramos el propio objeto oboroso, evidentemente espercibido
por el órgano que existe cerca del cerebro, como arriba se ha dicho. Por otro
lado, el aire respirado, con el que es atraído el obor, va al órgano
espirativo, esto es, al pulmón. Claro es que en los animales, ni el cerebro, ni
el pulmón son lugares receptores del alimento. Por lo tanto es evidente que el
olor no nutre (pero conforta debido a la modificación que se produce por lo
cálido húmedo y lo seco, y por el placer, como también el mal olor corrompe,
como se ha dicho anteriormente).
206. A continuación
responde tácitamente a una objeción. En efecto, alguien podría objetar: si el
olor no nutre, no es útil para nada. Responde que, aunque no nutra, sin
embargo, proporciona salud’ como es manifiesto experimentalmente y por lo que
se ha dicho antes. De ahí que concluya que, como el sabor se ordena a la
nutrición, así el obor se ordena a la salud.
207. Por ditimo, a
modo de epilogo, concluye que se ha hablado de los objetos sensibles conforme a
cada uno de los órganos del sentido.
SESSIÓN
TERCERA: UNITAD DE LA SENSACIÓN
CAPÍTUlO XIV: [Totalizacíon de las cualidades sensibles]
445b3 446a20
208. Después de
haber hablado en concreto de los órganos de los sentidos y de los objetos
sensibles, aquí Aristóteles diserta sobre ciertas cuestiones que surgen en
torno al sentido y a los objetos sensibles. Primero, plantea una cuestién
acerca de los objetos sensibles. Segundo, plantea otra en torno a la
modificación del sentido por el objeto sensible. Tercero, plantea una éltima
cuestién acerca del propio sentido.
Sobre el primer punto hace, a su vez, otras tres
cosas. Primero, plantea la cuestién. Segundo muestra los argumentos de la
cuestién. Tercero, da la solución.
Afirma, en primer término, que todo cuerpo se
divide hasta el infinito: sucede esto en razón de lo continuo, como está
aclarado en el libro de la Física.
Ahora bien, las cualidades sensibles, que se
llaman pasiones, como se dice en el libro de los Predicamentos está en un
cuerpo como en un su jeto. Por lo tanto, existe la cuestién de que alguien
pueda objetar si también las cualidades sensibles, a saber, el color, el sabor,
y otras de este género, pueden ser divididas hasta el infinito.
209. Después se
opone a la cuestién suscitada. Primero, para demostrar que las cualidades
sensibles no se dividen hasta el infinito. Segundo, hace una exposición contra
la teoria opu’esta. Tercero, excluye una solución.
Afirma, en primer lugar, que parece imposible
que las cualidades sensibles se dividan hasta el infinito, dado que cada una de
las cualidades sensibles expuestas obra naturalmente sobre el sentido (la
fndole propia de cada una de ellas consiste en mover el sentido; como el color,
que por su propia índole puede mover la vista). Por consiguiente, si las
cualidades dichas se dividieran hasta el infinito, la consecuencia sería que el
sentido, esto es, el propio sentir, se dividiría hasta el infinito; pero el
movimiento se divide hasta el infinito siguiendo la división de la cantidad
conforme a la cual algo se mueve: así se seguiría que, de la misma manera que
lo moviente pasa a lo largo de una cantidad, así también, el sentiente sentiría
toda la cantidad, por pequeña que fuera; de este modo, toda cantidad sería a
perceptible.
210. Pero añade la
razón por la que no es concluyente que los puntos sean perceptibles porque es
imposible ver algo blanco que no sea cuantitativo; el mismo argumento vale para
los otros sensibles (la razón de esto es que el sentido es una facultad
incardinada en la cantidad al ser el acto de un órgano corpóreo: por esto,
solamente puede ser paciente de lo que tenga cantidad; pues lo activo debe ser
proporcionado a lo pasivo). Es, pues, una clara incongruencia afirmar que toda
cantidad esperceptible (más adelante quedará probado cómo ha de entenderse
esto). En consecuencia, las cualidades sensibles no se dividen hasta el
infinito.
211. Luego sale al
frente de la opinión opuesta condos argumentos.
Primer argumento: si las cualidades sensibles no
se dividen, entonces existe algún cuerpo mfnimo que, al no tener una cualidad
perceptible, trasciende la división de las cualidades sensibles, pues no tiene
ni color, ni peso, ni alguna otra cosa parecida; y así, un cuerpo de esta
fndole no serti perceptible, dado que las solas cualidades citadas son
perceptibles. Y como estos pequefbos cuerpos son partes de un cuerpo entero que
es sensible, se sigue que el cuerpo sensible sería un compuesto de cuerpos no
sensibles. Ahora bien, es necesario que el cuerpo sensible se componga de
cuerpos sensibles. En efecto, no puede decirse que un cuerpo sensible se
componga de cuerpos matemáticos, a saber, de cuerpos en los que se considera la
cantidad sin las cualidades sensibles. Por lo tanto, se sigue la necesidad de
que las cualidades sensibles se dividan hasta el infinito.
212. El segundo
argumento saca su prueba del hecho de que el alma puede naturalmente conocerlo
todo: o bien segón el sentido, o bien segón la inteligencia, como se ha
sostenido en el libro III, 7 Del alma Por lo tanto, si esos cuerpos
mínimos que exceden la división de las cualidades sensibles no fueran
sensibles, en cuanto carentes de cualidades sensibles, solamente pueden ser
referidos a la inteligencia, para ser conocidos por ella. Ahora bien, no puede
decirse que son inteligibles; pues ninguna de las cosas que están fuera del
alma son conocidas por la inteligencia a no ser mediante el sentido
correspondiente a dichas cualidades, esto es, sintiéndolas a la vez. Luego si
esos mfnimos cuerpos no se sienten, tampoco podrá ser conocidos por la
inteligencia.
213. Afirma
Aristóteles esto, para rechazar la opinión de Platón, que estableció que los
conceptos estaban fuera del alma. Según Aristóteles las cosas comprendidas son
las mismas naturalezas reales que está en los singulares; y, sin duda, estas,
según que se hallan en los singulares, caen bajo la aprehensión del sentido;
por su parte, la inteligencia aprehende de modo absoluto estas naturalezas, y
les atribuye ciertas determinaciones intencionales intelectuales, a saber, la
de género y especie; pero esas determinaciones in tencionales está sólo en la
inteligencia, no en el exterior. Luego sólo las conoce la inteligencia.
214. Luego rechaza
una falsa respuesta. Es claro el hecho de que una vez establecida la división
de la cantidad hasta el infinito se sigue una incon gruencia, dígase lo que se
diga de las cualidades sensibles, se dividan o no basta el infinito; pues bien,
partiendo de ese hecho podría alguien decir que parece que esto atestigua la
opinión de los que afirman que algunas cantidades son indivisibles. La duda
planteada se solucionar de este modo: si el cuerpo no es divisible hasta el
infinito, no se seguir que algunos cuerpos son imperceptibles, en caso de que
la cualidad no se dividiera hasta el infinito. Pero esto es imposible, a saber,
que algunas cantidades sean indivisibles, como es evidente por lo que fue
expuesto sobre el movimiento, esto es, en el libro VI de la Física.
215. A continuación
resuelve la cuestión expuesta que había planteado sobre la división de las
cualidades sensibles. Y, en primer lugar, trata de su división formai, que es
la propia del género en especies. En segundo lugar, trata de la división
cuantitativa.
Afirma, en primer lugar que, con la solución de
las dudas expuestas, habrá de aclararse al mismo tiempo la razón por la que las
especies del color, del sabor y otras semejantes son finitas; y había prometido
antes aclarar esto. La razón es ésta: porque, como se probó en el libro I, 32
de los Analíticos Posteriores, si hay que llegar a lo illtimo en ambos
extremos, es necesario que los puntos intermedios sean limitados. Por otro
lado, es evidente que, en cualquier género de objetos sensibles, existe una
contrariedad, que es una más distancia. Por ello, conviene que los contrarios
sean lo ciltimo; como en el color, el blanco y el negro; en el sabor, el dulce
y el amargo; y, semejantemente, en los otros sensibles. Por lo tanto, se da por
sentado que las especies intermedias son finitas.
216. Luego da
primero solución a la cuestión planteadh sobre la división cuantitativa de las
cualidades sensibles. Primero, presupone algunas cosas. Segundo, procede a dar
la solución.
Acerca del primer punto, presupone dos cosas. La
primera es que lo continuo, en un aspecto, se divide infinitamente y, en otro
aspecto, se divide finitamente. Pues si la división se efectiia en partes iguales,
la división no podrá proceder hasta el infinito, si es que lo continuo es
finito. Porque, si de cada cuerpo finito se sustrae algo de la medida de un
palmo, ese cuerpo finito se extinguiría totalmente. En cambio, si la división
se realiza en partes desiguales, es procedente la división hasta el infinito
por ejemplo, si el todo se divide en la mitad y, de nuevo, la mitad en su
mitad, lo que es la cuarta parte del todo, es procedente la división hasta el
infinito. La segunda suposición es ésta: lo que no es continuo por su
naturaleza, sino que lo es accidentalmente, como el color y cosas semejantes,
se divide esencialmente y formalmente en especies finitas, como se ha dicho un
poco antes.
217. Después procede
a solucionar la cuestión principal que versaba sobre la división de las
cualidades sensibles. Y, dado que para esta cuestión había tomado argumento de
la apariencia del sentido por ello, primeramente indaga sobre la división hasta
el infinito respecto al mismo sentir; segundo, da conclusión a su propósito,
respecto a los propios objetos sensibles.
En torno a lo primero hace dos cosas. Primero,
averigua si el sentir procede hasta el infinito, consideradas las partes en
cuanto existentes en el todo. Segundo, si el sentir procede hasta el infinito,
consideradas las partes en cuanto separadas.
En primer término —y dado que las pasiones, esto
es, las cualidades sensibles, son como ciertas especies y formas, las cuales no
son consideradas infinitas por naturaleza, como se ha dicho y, sin embargo,
existen en el continuo como en su sujeto, de modo que conforme a la división de
éste se divi den accidentalmente—, afirma ldgicamente que, de la misma manera
que en el continuo una cosa está en acto, o sea, la parte separada, y otra cosa
está en potencia, o sea, la parte que existe en el continuo no separada, así
también sucede en estas cualidades que son accidentalmente divisibles: la parte
sepa rada es existente en acto, y por lo tanto puede sentirse en acto; pero la
parte no dividida está en potencia, y, por ello, no es sentida en acto.
218. De ahí que,
aunque tengamos la visión de un grano de mijo, sin embargo, una mfnima parte de
éste, por ejemplo, una diezmilésima, se oculta a la vista°; y de manera
semejante, aunque sea oída toda la mebodía continua, sin embargo, algo
mintiiscubo de la mebodía se oculta al oído, por ejemplo la diesis que es lo
mfnimo en una melodía, como la distancia entre el tono y el semitono: una
distancia media de esta clase se oculta entre los extremos. Así sucede en los
demás objetos sensibles: todas las cosas que son completamente pequeñas se
ocultan enteramente a los sentidos: en efecto, hay objetos sensibles en
potencia, pero no en acto, a no ser cuando se separan; así obser vamos en las
magnitudes: una línea de un pie está en potencia en la linea de dos pies; y se
pone en acto cuando se separa del todo.
219. Por otro lado,
de lo expuesto se sigue claramente la falsedad de lo que algunos matem afirman:
que nada se ve a la vez en totalidad, sino que la vista recorre las partes
visibles, como si viese el continuo de la misma manera que ve el movimiento.
Pero, se engañan en esto: porque las partes del continuo no son visibles en
acto, sino sólo en potencia. Por lo tanto, la vista utiliza todo el objeto
visible como si fuera un solo indivisible en su género a no ser que casualmente
utilice las partes no divididas como dividi das, como cuando por separado
examina cada una. Sin embargo, ni en esto procede la vista hasta cualesquiera
mfnimas partes, ya que el sentir se divjdi ría así hasta el infinito, lo que
antes se rechazd como incongruente.
220. Luego muestra
que tampoco las partes separadas son perceptibles hasta el infinito. Primero,
lo muestra considerando las propias partes. Segúndo, lo muestra considerando el
propio sentido.
Afirma, en primer lugar: si las partes que son
excesivamente pequeñas se separan del todo, razonablemente parece que no pueden
permanecer debido a la pequeñez de la virtud que las conserva, ya que la virtud
corporal se divide de acuerdo a la división de la cantidad, como se ha aclarado
en el libro VII de la Física y por ello, los cuerpos minimos separados
se convierten en el cuerpo que los contiene, por ejemplo, en aire o en agua,
como ocurre con el liquido sdpido que se denama en el mar.
Y, por esto, es evidente la razón por la que un
cuerpo matemótico es divi sible hasta el infinito; en éste se considera el solo
aspecto de la cantidad, en el que nada hay incompatible con la división
infinita. Pero, el cuerpo naturai, que es considerado bajo la forma mntegra, no
es posible dividirlo hasta el infinito, puesto que, cuando ya es llevado a lo
mfnimo posible, en seguida, por la debilidad de su virtud, se convierte en
otro. Porlo tanto, “hay que en contrar la minima carne como se dice en el libro
I, 9 de la Física sin embargo, tampoco el cuerpo natural está compuesto
por cuerpos matem como se objetaba.
221. A continuación,
muestra su propósito por parte del sentido mismo.
Para aclarar esto, ha de saberse que, cuanto más
excelente es la virtud sensitiva, tanto menor es la modificación del órgano
hecha por el objeto sensible. Y es evidente que cuanto menos sensible es el
objeto, tanto menor es la mutación del órgano producida; por ello, necesita de
la más excelente virtud del sentido para que sea percibido en acto. Ahora bien,
es evidente que la potencia sensitiva no crece hasta el infinito, como tam lo
hacen las otras virtudes naturales. Por lo tanto, aunque los cuerpos sensibles
se dividieran hasta el infinito, sin embargo, no siempre la sobreabundancia del
sentido en excelencia de virtud se correspondería con la sobreabundancia misma
del objeto sensible en pequeñez; tampoco esto se encontraría en la sobreabun
dante pequeñez del objeto sensible que permanece separada; puesto que la pequeñez
sobreabundante del objeto sensible está en potencia para que sea percibida por
un sentido más seguro y perfecto: y si este sentido no está pre sente, no podM
ser percibida en acto; pero, no obstante, existir el objeto sensible tal y como
es; en efecto, ya por el hecho de estar separado, tiene capacidad activa para
modificar el sentido; y, cuando el sentido llegue, será percibido en acto Así
pues, de este modo, es evidente la verdad de lo que se ha dicho arriba: que
ninguna magnitud era invisible, a saber, en cuanto a sí misma, aunque sea invisible
por defecto de vista.
222. Por
consiguiente, concluye con lo que ha dicho: que algunas magnitudes y cualidades
pasibles se ocultan al sentido; y por qué razón; y cómo son objetos sensibles y
cómo no lo son.
223. A continuación
concluye de lo expuesto que, al tener una cantidad algunas partes de los
cuerpos sensibles, de modo que sean objetos sensibles en acto, no sólo
existentes en el todo, sino también estando separados, es necesario que esas
partes sean finitas según un número, o en los colores, o en los sonidos. De
este modo, como sensibles en acto, no se dividen hasta el infinito.
CAPÍTULO XV: [Modificación del sentido y del medio por el
objeto sensible] 446a20 447a1 1
224. Aristóteles,
después de haber expuesto la cuestión primera pertinente a los objetos
sensibles, aquí se adentra en la cuestión segunda que pertenece a la
modificación del sentido por parte de los objetos sensibles.
Sobre esa cuestién hace tres apartados. Primero,
plantea la cuestién. Segundo, se exponen argumentos respecto a ella. Tercero,
da la solución.
Sobre el primer apartado, ha de considerarse
que, como se ha comentado antes, algunos establecieron que el sentido era
modificado por los objetos sensibles a modo de un cierto efluvio, de manera que
los mismos objetos sensibles, o sea, las emanaciones que fluyen de ellos, llegan
hasta el sentido. Y el mismo Aristóteles estableció que los objetos sensibles
modifican el medio a modo de una determinada alteración, de suerte que esas
modificacio nes llagan hasta el sentido.
225. De cualquier
manera que se produzca la sensación, se plantea la cuestión de si los objetos
sensibles mismos —según la opinión de los otros autores—, o las modificaciones
que proceden de los objetos sensibles —según su propia opinión— llagan antes al
medio que al sentido. Esta cuestién no oírece dudas en el oído y en el olfato.
Porque evidentemente el olor se percibe antes de cerca; e igualmente el sonido llega
al oído después de que se produzca el golpe de percusión que causa el sonido,
como puede percibir claramente quien observa de lejos la percusión. Es también
evidente que, en el gusto y en el tacto, esta cuestión no ha lugar, puesto que
esos sentidos no perciben mediante un medio externo. De ahí que la duda parece
que existe en la vista sola, a saber, si el objeto visible y la luz que hace
ver llega al medio antes que al sentido o a cualquier otro término.
226. A continuación
objeta a la cuestión planteada. En primer lugar, arguye a la parte falsa de la
cuestión. En segundo lugar, rechaza la falsa solución.
Discute la cuestión aportando primeramente la
autoridad de Empédocles, quien dijo que la luz que sale del sol llega al medio
antes que a la vista que ve la luz, o a la tierra que es vista por la luz; y
más all de ahí no avanza el rayo de sol. Aristóteles trató esta opinión en el
libro II Del alma; pero la re chazó por el hecho de que en un espacio
tan grande, como el que hay desde el oriente hasta nosotros, es imposible que
se nos oculte la sucesión del tiempo.
227. En segundo
lugar, aporta pruebas a lo mismo conargumentos racionales. Afirma que parece
razonable que ocurra esto, a saber: que el objeto visible o la luz llegue
primero al medio antes que a la vista. En efecto, parece que hay un cierto
movimiento del objeto visible o de la luz que llega a la vista. Por otra parte,
todo lo que se mueve, se mueve de un punto a otro, de suerte que primeramente
se encuentra en el punto desde el que se mueve, y después se encuentra en el
término hacia el que se mueve (de otra manera, si simultáneneamente estuviera
en ambos términos, no se movería de uno a otro). Ahora bien, en el movimiento,
el antes y el después se miden por el tiempo: luego es necesario un tiempo en
el que el objeto visible o la luz se muevan desde el cuerpo visible o
iluminante hasta la vista. Ahora bien, todo tiempo es divisible, como se ha
probado en el libro VI, 3 de la Fisica. Por lo tanto, en el caso de que
tomemos el medio de ese tiempo, el rayo de luz o del mismo objeto visible aén
no llega a la vista, sino que todavfa se movería por el me dio (ya que es
necesario que se divida la cantidad por la que algo se mueve, según la división
del tiempo, como se ha probado en el libro VI, 3 de la Fisica.
228. Luego rechaza
la respuesta insuficiente. Pues se podría pensar que los objetos sensibles no
llegan al medio antes que al sentido, ya que el sentido percibe
simultáneneamente sin sucesión el objeto sensible; de manera que en la
audición, el oír no es antes que el haber oído; aunque en las cosas consucesión
el moverse es antes que el haber sido movido. Ahora bien, mientras uno oye,
simultáneamente oyé ya porque toda audición se realiza en un instante; y
generalmente esto es verdad respecto detodos los sentidos, por que
simultáneneamente cada sentido siente y sintié algo; todo esto sucede porque no
existe generación en ellos, sino que son sin un hacerse
***
229. En efecto, se
dice que hay generación de aquellas cosas a cuyo ser se llega mediante algún(tn
movimiento sucesivo; bien sea que el término de aquel movimiento sucesivo sea
la misma forma de ellas (como si se dice que el blanco segenera, porque a
través de una alteración sucesiva se llega a la blancura); bien sea que la
propia disposición a la forma que chas tienen sea el término del movimiento
sucesivo (y así se dice que el fuego y el agua se generan porque las
disposiciones a la forma de cada uno, las cuales son cualidades elementales, se
adquieren por una alteración sucesiva).
230. Comienzan a ser
sin generación, o sin un hacerse, aquellas cosas que no son causadas mediante
un movimiento sucesivo debido a ellas mismas o a ciertas disposiciones
preexistentes en ellas (como la derecha es causada en uno no porque haya un
movimiento sucesivo que preexista en él, sino por que hay otra cosa que figura
como su izquierda; de manera semejante también, el aire comienza a ser
iluminado sin movimiento alguno sucesivo preexistente en él, pues le basta la
presencia del cuerpo iluminante). E igualmente el sentido comienza a percibir
sin que haya movimiento alguno preexistente en él, pues le basta la debida
oposición del objeto sensible.
231. Por lo tanto,
simultáneneamente uno siente y ya sintió.
Pero justo por esto, no es necesario que los
objetos sensibles o el movi miento de los objetos sensibles lleguen sin
sucesión a los sentidos; pues aparece claramente que simultáneneamente uno oye
y oyó, y, sin embargo, el soni do no llega al oído inmediatamente, tan pronto
como se produce el golpe que causa el sonido.
232. Esto se hace
manifiesto en la perturbación de vocales y consonantes cuando lo que uno habla
es oído de lejos, como si el sonido de la voz articulada fuera llevado
sucesivamente a través del medio Pues debido a eso, parece que los que oyen el
sonido no distinguen las vocales y consonantes proferidas, porque el aire
movido es transformado en el medio, como si perdie ran la impresión del primer
emisor.
233. Sin duda esto
acontece unas veces por alguna modificación del aire, como cuando hablan
muchos, que entonces no es posible discernir lo que dice uno de ellos, debido a
que los movimientos se impiden reciprocamente. Pero otras veces sucede eso a
causa de la distancia: pues de la misma manera que la acción de calentar se
debilita en las cosas que está más alejadas, así también se debilita la
modificación del aire procedente del primer emisor; por esto sucede que el
sonido de la locución llega perfectamente y con la debida expresión de vocales
y consonantes a los que están cerca del hablante; en cambio, a los que está
lejos les llega concierta confusión.
234. Así pues,
parece que el color y la luz se comportan de modo semejante; porque tampoco el
color y la luz son vistos de cualquier modo que estén dispuestos según su
posición, sino que se requiere una determinada distancia (de la misma manera
que las locuciones son oídas sin distinción de vocales y consonantes por las
personas alejadas, así también los cuerpos son vistos por los que está alej
ados sin discernir la disposición de cada una de las partes).
235. La relación de
la vista y del objeto visible no es una relación de igualdad: pues para que
algunas cosas sean iguales no se requiere una determinada posición, sino que,
de cualquier modo que varie su posición, las cosas iguales permanecen del mismo
modo siempre. Y no importa si está pr6ximas o alejadas. Por consiguiente,
parece que, de la misma manera que la perturbación de las vocales y consonantes
manifiesta que el sonido llega sucesivamente al oído, aunque, una vez que
llega, es simultáneneamente oído, así también la imperfecta visión de los
objetos visibles remotos parece signi ficar que el color y la luz llagan
sucesivamente a la vista, aunque se vean simultáneamente.
236. A continuación
expone la solución verdadera, mostrando la dife rencia del sentido de la vista
respecto a los otros dos sentidos, el oído y el olfato, que cumplen su misión
por medios exteriores. Divide el tema en dos partes. Pues primero señala la
diferencia de la vista respecto al oido y al olfato. Segundo, concluye su
propósito. La primera parte la subdivide en otras dos, según las dos
diferencias que expone. La segunda muestra la otra dife rencia.
Por consiguiente, en primer término, dice que es
razonable que ocurra que el sonido y el olor lieguen consucesión al sentido.
Señala la razón de esto partiendo del hecho de que el aire y el agua, que son
los medios en los que esos objetos sensibles son llevados hasta el sentido, son
ciertamente continuos según su sustancia, y sin embargo, pueden realizarse en
ellos movimientos separados entre sí (cosa que sucede debido a la fácilmente
división del aire y del agua, como es evidente en un movimiento de lanzamiento
—según Aristóteles muestra en el libro VII de la Física—, en el que hay
mu chos movimientos, muchas cosas que mueven, y muchas que son movidas; pues
una parte del aire es movida por otra, y así se producen diversos movimientos
que se suceden entre sí, puesto que la parte del aire movida sigue moviendo
incluso después de que deja de ser movida; de este modo, no todos los movimientos
de las partes del aire se hallan simultáneneamente sino que se suceden entre
si, como se muestra en el libro VIII, 22 de la Física.
237. Esto también se
muestra en el sonido, el cual es causado por una percusión del aire; pero no de
manera que todo el aire, que es el medio, sea movido por el percusor en un solo
movimiento; sino que hay muchos movimientos que se suceden, por el hecho de que
una parte primeramente movida mueve a otra; y de ahí resulta que, en un
aspecto, es lo mismo lo que oye el primero que está préximo a la percusión
causante del sonido, y lo que oye el éltimo que está alejado; aunque en otro
aspecto no.es lo mismo.
238. En opinión de
algunos parece que hay duda sobre esto: porque dicen cen que, al ser diversos
los sujetos que sienten mediante órganos diversos, es imposible que perciban lo
mismo; sin duda esto es verdad, si se refiere a lo que mueve pr6ximamente al
sentido, ya que los sentidos de los diversos re ceptores se modifican
inmediatamente por las diversas partes del medio que les son préximas, y así,
eso es interceptado, de suerte que lo que uno siente se distingue de lo que el
otro siente. Pero, si se toma lo que primerarnente mueve al medio, serti una
sola e idéntica cosa la que sienten todos, como to dos oyen el sonido de una
percusión, ya estén préximos, ya alejados; seme jantemente, todos huelen un
cuerpo odorifero, por ejemplo el membrillo’ o el incienso quemado en las
brasas; pero, lo que propiamente llega a cada uno es numéricamente distinto y
especificamente idéntico, ya que todas sus modificaciones son causadas por la
misma forma del principio activo. Por lo tanto, muchos yen, huelen y oyen el
mismo objeto sensible que blega a ellos a través de las diversas excitaciones.
239. Por otra parte,
las cosas que llegan de este modo a los sentidos de cada uno, no son cuerpos
que emanan del cuerpo sensible, como algunos afirmaron, sino que cada una de
ellas es un movirniento y una pasión del medio modificado por la acción del
objeto sensible (pues si fueran cuerpos diversos que llegaran
por flujo a los diversos sentidos, no acaecería que todos sintieran lo mismo,
sino que cada uno sentiría el solo cuerpo que le llegase). Y aunque no sean
cuerpos, sin embargo, no se hallan sin cuerpo o sin medio —como paciente y
movido— ni sin objeto sensible —como primer motor y agente—. Por consiguiente,
de lo expuesto queda claro que el sonido llega al oido por los mdltiples
movimientos de las partes que se suceden entre si. Algo semejante ocurre con el
olor; bien entendido que la mutación de olor se produce por la alteración del
medio; en cambio, la modificación del sonido se produce por movimiento local.
240. Pero sobre la
luz es distinta la explicación. En efecto, la luz no llega a la vista por
movimientos que se suceden en las diversas partes del medio; sino que eso
ocurre mediante un solo ser, esto es, por el hecho de que todo el medio, como
un solo móvil, es movido por el cuerpo iluminante con un solo movimiento; pero
no hay aquí un movimiento que suceda a otro movimiento, como se ha dicho acerca
del olor y del sonido.
***
241. La razón detal
diferencia es ésta: lo que es recibido en algo como en un sujeto propio y
natural, puede permanecer en él y ser principio de acción; en cambio, lo que es
recibido en algo solamente como una cualidad adventicia, no puede permanecer ni
ser principio de acción. Pero, dado que las formas sustanciales son principios
de las cualidades y detodos los accidentes, entonces aquella cualidad que
dispone al sujeto a una forma natural, de la que es receptivo, es recibida en
un sujeto según su ser propio y natural: como el agua, en razón de su materia,
es receptiva de la forma sustancial del fuego, la cual es principio del cabor.
Por eso, el calor es recibido en el agua, disponiéndola a la forma del fuego,
de modo que después de retirarse el fuego, el agua permanece aén caliente y es
capaz de calentar.
242. Semejantemente,
el obor es recibido en el aire y en el agua, y el so nido en el aire, tanto
según su ser propio y natural como según que el aire y el agua son modificados
por la sequedad jugosa y el aire por la percusión de algún cuerpo. Y por esto
ocurre que, al cesar la percusión, permanece el sonido en el aire y, al
alejarse el cuerpo odorfíero, aún se siente el olor en el aire; porque una
parte del aire modificada ante el sonido o ante el olor puede modificar a otra
de modo semejante, para que así se produzcan diversos movimientos que se
suceden entre si.
243. Pero lo diáfano
no es receptivo de la forma sustancial del cuerpo iluminante, por ejemplo, del
sol, que es la raiz primera de la luz; ni por la recepción de la luz se
dispondr a una forma sustancial. Por lo tanto, la luz es recibida en lo diáfano
como una cualidad adventicia que no permanece en ausencia del cuerpo
iluminante, ni puede ser principio de acción hacia otra cosa. De ahí que una
parte del aire no sea iluminada por otra; sino que todo el aire es iluminado
por el primer iluminante tanto cuanto pueda extenderse la virtud del
iluminante; por ello, uno solo es lo iluminado y una sola la iluminación detodo
el medio.
***
244. Luego muestra
la segunda diferencia. Afirma que si hablamos en general de alteración y
desplazamiento esto es, de cambio de lugar, no ocurre lo mismo en ambos casos:
pues los cambios de lugar razonablemente llagan antes al medio de la cantidad
—sobre la que existe el movimiento— que a lo tlltimo de ella; porque en el
cambio de lugar el movimiento se realiza de un extremo de la cantidad al otro
extremo suyo; de ahí que sea necesario que el móvil alcance en la mitad del
tiempo la mitad de la cantidad; y entonces, la razón aducida antes tiene lugar
en el cambio de luga (por su parte, el sonido sigue un cierto movimiento local,
a saber, en cuanto que el aire se va moviendo desde la percusión causante del
sonido hasta el oído; por eso, es razonable que el sonido llegue antes al medio
que al oído).
245. Pero en las
cosas que sufren alteración no sucede nada semejante. Pues los términos de la
abteración no son los mismos extremos de la cantidad. Y por eso, no hay
necesidad de que el tiempo de la alteración, hablando propiamente, se
conmensure conuna cantidad, de manera que, en la mitad del tiempo, el
movimiento blegue a la mitad de la cantidad: ni a la cantidad sobre la que se
efectéa el movimiento (pues esto no ocurre en la alteración, la cual no es
movimiento incardinado en la cantidad o en el lugar, sino en la cualidad), ni a
la mitad de la cantidad que se mueve. En efecto, sucede a ve ces que todo un
cuerpo se altera simultáneneamente y no se altera primero la mitad de éste y
después la otra mitad: como observamos que toda el agua se congela
simultáneneamente Pues, de la misma manera que, en el movimiento local, el
tiempo se conmensura por la distancia de la magnitud sobre la que pasa el
movimiento y se divide de acuerdo con la división de éste —como se prueba en el
libro VI de la Física y así también, en la alteración, el tiempo se
conmensura por la distancia de los términos. Y por ello, en las demás cosas an
para que lo cálido se produzca de lo frío se requiere un tiempo mayor que para
que lo cálido se produzca de lo tibio.
246. Además si hay
algunos extremos entre los que no hay posibilidad que se dé el medio, es
necesario que el tr de uno al otro se realice sin medio. Pero ta contradicción
es una oposición en la que no hay esencialmente medio —como se dice en et tibro
I Posteriorum y ta misma razón vate para ta privación, una vez supuesta
la aptitud del sujeto, puesto que ta privación sotamente es negación en et
sujeto.
Por to tanto, todas tas mutaciones cuyos
términos son et ser y el no ser, o ta privación y la forma, son instant y no
pueden ser sucesivas.
247. En las
alteraciones sucesivas, pues, ta sucesión acontece según ta dis tancia de un
contrario respecto det otro, a través de medios determinados: y, sin duda, en
esta distancia, toda la magnitud det cuerpo, sobre ta que puede reatizarse
inmediatamente la virtud det primer alterante, se considera como un sujeto que
comienza simultáneneamente a ser movido. Pero si el cuerpo alterabte es tan
grande que ta virtud det primer atterante no puede atcanzarlo en su totalidad,
sino séto una parte, se sigue que ta primera parte, primeramente alterada,
atterar consecuente la otra. Por esto, Aristótetes dice que, si hubiere un
cuerpo grande que es catentado o que es congetado, es necesario que lo que es
calentado o helado sea paciente deto que ya había sido cateil tado o congetado
esto es, que ta parte siguiente se attere por ta parte in mediatamente
precedente. Pero ta primera parte es alterada por et propio primer atterante
simultáneneamente y sébitamente, a saber, porque no hay sucesión atti por parte
deta magnitud, sino por parte de cualidades contrarias, como se ha dicho.
248. Esta es la
causa por ta que et olor llega at medio antes que at sentido, aunque esto se
realice por atteración sin movimiento tocat, porque el cuerpo odorfíero no
puede simuttáneamente modificar todo et medio, sino que ttega la mutación hasta
el olfato mediante muchos movimientos, como se ha dicho antes.
Y, como sucede en et otfato, semejantemente
ocurriría en et gusto si noso tros viviéramos en to hémedo acuoso, que es sólo
to receptivo del sabor, como vivimos en medio det aire, que es lo receptivo del
olor, y si et sabor pudiera sentirse a su vez por la aiteración del medio desde
tejos, antes de que nosotros percibiéramos et cuerpo sápido, como sucede en el
otfato.
***
249. Mas parece que
aquí se dice que sucede to contrario a esto, debido a que Aristótetes prueba,
en el libro VI de la Fisica, que todo to que se mueve es divisibte, dado
que parte del todo se halia en et punto iniciat y parte se halla en el término
final. De este modo, pues, parece que mientras algo se altera de blanco a
negro, entonces una parte de él es blanca y la otra negra; y, de ese modo, no
puede suceder que el todo se altere simultáneneamente sino una parte tras otra.
250. Por otro lado,
algunos afirman que la intención de Aristóteles en ese texto no es mostrar que
una parte del móvil esté situada en el punto inicial y la otra en el término
final, sino que el mdvii está en una parte del término inicial y en la otra
parte del término final; y, de esta forma, en la alteración no hay necesidad de
que una parte del móvil sea alterada antes que otra, sino que todo el móvil que
se altera —por ejemplo de blanco a negro—, tenga una parte de blancura y otra
parte de negrura.
Pero esto no está en armonia con lamente de
Aristóteles, dado que con ello no se probaría directamente que el móvil es
divisible, sino que los térmi nos del movimiento son, de algún modo,
divisibles; tampoco corresponde a las palabras que emplea Aristóteles, como es
patente al que observe diligen temente sus palabras, en las que claramente
refiere esto a las partes del móvil.
251. For esto ha de
decirse, de otra manera, que aquella descripción se refiere y ha de entenderse
del movimiento local que es verdadera y esencialmente continuo. En efecto,
Aristóteles, en el libro VI de la Fisica, habla del movimiento bajo el aspecto
del continuo: ahora bien, el movimiento de crecimiento y de alteración no son
simplemente continuos, como se ha dicho en el libro VIII, 15 de la Física
Por lo tanto, en la alteración no se verifica completamente lo dicho por
Aristóteles, sino solamente que recibe una cierta continuidad del móvil, por
cuanto una parte de éste altera otra. Pero el móvil que, entero, es simultáneneamente
alcanzado por la virtud del primer alterante, se comporta como algo
indivisible, en cuanto que es simultáneamente alte rado.
252. Luego termina
concluyendo su propésito partiendo de lo expuesto.
Y afirma que razonablemente en los sentidos que
muestran un medio en tre el objeto sensible y el órgano del sentido, no todo el
medio es simulttlne amente paciente y simultáneneamente se mueve, sino
sucesivamente; a excepción de la luz: todo esto está claro por lo que se ha
dicho antes. (Primeramente, porque la iluminación no se realiza por un
movimiento local, como el sonido, tal y como afirmé Empédocles, sino por un
movimiento de alte ración. Segundo, porque en la iluminación no hay múltiples
movimientos, como se ha dicho del olor, sino uno solamente. A estas razones ha
de alla dirse una tercera: porque la luz no tiene contrario, sino que la
oscuridad se opone a ella, como simple privación; por eso, la iluminación se
produce de repente). Lo mismo cabe decir de la visión, pues la luz hace ver: de
ahí que el medio se modifique por los objetos visibles proporcionalmente a la
luz.
CAPÍTULO XVII: [La simultaneidad de sensaciones en los
sentidos] 447a12 448a1
253. Una vez
solucionadas dos cuestiones, aquí Aristóteles emprende la tercera cuestión, que
versa sobre el propio sentido.
Divide esta cuestién en tres partes. Primero
presenta la cuestión. Segundo, se opone a una interpretación falsa. Tercero
indica la verdadera.
Afirma, en primer término, que acerca de los
sentidos se presenta una dificultad previa: si dos sentidos pueden sentir
simultáneneamente y en el mismo tiempo indivisible por ejemplo, mientras que la
vista ve el color, al mismo tiempo el oído puede escuchar la palabra.
254. Luego se opone
a una interpretación falsa, a saber, para demostrar que dos sentidos no pueden
sentir simultáneneamente.
Primero expone las razones para demostrar esto.
Segundo rechaza la solución falsa, por la que aquello se sostenía.
En torno al primer punto, expone tres razones:
la primera está tomada de las modificaciones causadas por los objetos
sensibles; la segunda está tomada del propio sentido; la tercera razón está
basada en la contrariedad de los objetos sensibles.
Acerca de la primera razón, adelanta dos
supuestos. El primer supuesto es que un movimiento mayor repele a otro menor
(Aristóteles dice que por eso ocurre muchas veces que los objetos sensibles que
está bajo los ojos no son percibidos por los hombres debido a otro movimiento
más fuerte; este movimiento puede ser interior —o propio de la razón, como
cuando los hombres apuntan conviveza intencionalmente a algo, o propio de la
facultad apetitiva, como cuando los hombres temen con vehemencia-; pero también
ese movimiento puede ser exterior, propio de algún objeto sensible, como cuando
los hombres oyen un gran ruido): así pues, Aristóteles dice que esto ha de
suponerse debido a su evidencia.
255. El segundo
supuesto es que un objeto sensible se siente mils cuando es simple que cuando
está mezclado conotro, como el vino puro se siente más fuerte que si está
atemperado conagua. Lo mismo ocurre con la miel respecto al gusto, con el color
respecto a la vista y con el sonido respecto al oído; pues una nota se oye más
cuando emerge sola que cuando se escucha en consonancia conotra voz, por
ejemplo, en una octava o en cualquier otra consonancia: esto sucede porque las
cosas que se mezclan se oscurecen recíprocamente. Pero esta segunda suposición
no ha lugar sino en aquellas cosas conlas cuales puede lograrse la unidad:
solamente éstas se mezclan.
256. Desde estos dos
supuestos Aristóteles sigue abundando, y afirma que si el movimiento mayor
repele al menor, como dice el primer supuesto, es necesario que, si ambos
movimientos se producen simultaneamente, incluso el movimiento mayor se sienta
menos que cuando aparece solo: porque algo de él desaparece al mezclarse con el
menor, como se deriva evidentemente del segundo supuesto, a saber, que los
movimientos simples son más sensibles que los mezclados; pero dice
significativamente: si se producen simultàneamente, porque el movimiento mayor
es, algunas veces, tan fuerte que no permite que el otro movimiento llegue a
ser; y, entonces, en nada es disminuido por el movimiento menor. porque no
existe; pero si no domina de manera que impida totalmente la aparición del
movimiento menor, en tonces, al existir dos movimientos, es preciso que el
movimiento menor oscu rezca en algo al mayor. Por consiguiente, silos diversos
movimientos existentes son completamente iguales, ni el uno ni el otro ser
sensibles o per ceptibles, puesto que uno oscurece totalmente al ot a no ser
que casualmente de la mezcla de estos dos movimientos se produzca un solo movi
miento: pero no puede percibirse uno de ellos como simple; y, así, es necesario
o bien que ninguna sensación se produzca de aquellos movimientos iguales, o
bien que exista otra sensación compuesta de ambos, a saber, en cuanto que lo
sentido está compuesto de los dos movimientos: esto aparece claramente en todas
las cosas que se mezclan. Pues el mixto no es algo de las cosas que se mezclan,
sino un compuesto distinto que surge de ellas. De lo expuesto se evidencia que,
si dos movimientos son desiguales, el mayor os curece al menor; pero si son
iguales, o no se siente nada o se siente el mixto.
257. Partiendo de
estas afirmaciones sigue adelante, proponiendo que hay algunas cosas de las que
puede formarse una unidad; pero que hay otras, de las que no se puede formar
una unidad; de esta itltima clase son aquellas que son percibidas por los
diversos sentidos, como el color y el olor. Pues solamente pueden ser mezcladas
aquellas cosas en las que los extremos son contrarios, dado que la mezcla se
produce por una cierta alterción; ahora bien, los objetos sensibles que son
percibidos por los diversos sentidos no son contrarios recíprocamente: por lo
tanto no pueden mezclar se al igual que tampoco se forma una sola unidad con el
color blanco y con el sonido agudo, a no ser accidentalmente, en cuanto
convienen en el mismo sujeto; pero no esencialmente, como la obra musical que
está constituida por voces graves y agudas. conestas premisas, Aristóteles
concluye que de ningi modo se sienten simultáneneamente los objetos sensibles
de los diversos sentidos. Porque, si sus movimientos son completamente iguales,
se destruyen recíprocamente, al no poderse formar con ellos una unidad; pero,
si son desiguales, el movimiento mayor prevalecerá, y dl solo se sentirá.
258. Después expone
la segunda razón, basada en la unidad y en la pluralidad de los sentidos. Y
niega que lo sentidos puedan percibir simultáneneamente mente. En efecto,
parece mejor que el alma pueda percibir simultáneneamente por un sentido dos
objetos sensibles que pertenezcan a un solo sentido, como el agudo y el grave
en los sonidos, que percibir por dos sentidos objetos sensibles diversos que
pertenezcan a diversos sentidos. Y señala la razón de esto: porque, cuanto más
diversos son los movimientos tanto menos pueden ser simultáneneamente
atribuidos a la misma potencia. Ahora bien, dos movimientos con los que el
alma, sirviéndose de diversos sentidos, siente diversos objetos sensibles y de
géneros diversos, son más diversos que dos movimientos con los que, sirviéndose
de un solo sentido, percibe diversos objetos sensibles del mismo género. Por lo
tanto, parece mejor que pueda estar simu1t en una sola alma el movimiento de un
solo sentido respecto a los diversos objetos sensibles del mismo género, que el
movimiento de dos sentidos, por ejemplo de la vista y del oído
259. Una vez
establecida esta comparación, rechaza lo más palmario: y afirma que dos objetos
sensibles no se sienten simultáneneamente por un sentido, a no ser que los dos
estuviesen mezclados; y, cuando están mezclados, no son dos, porque la mixtura
forma naturalmente una sola unidad. La afirmación de que un solo sentido no
puede conocer muchas co»as a no ser que formen una sola unidad por su mixtura,
queda probada por el hecho de que un solo sentido en acto sólo puede estar coincidentemente
en acto respecto de un objeto sensible, de la misma manera que una sola
operación o un solo movimiento solamente se terminan en algo uno. El sentido no
puede estar coincidentemente en acto, a no ser respecto de un solo sensible, de
la misma manera que ninguna potencia recibe simultáneamente diversas formas. De
ahí que sea necesario que si algún sentido, por ejemplo la vista o el oído,
debe sentir varios objetos sensibles, los sienta en cuanto que llegan a formar
una unidad debido a la mezcla.
260. Sucede esto,
porque la potencia sensitiva percibe los dos objetos sensibles con un solo
sentido en acto, esto es, conuna sola operación sensitiva. Por ello, el sentido
en acto, esto es, la operación sensitiva, posee unidad numérica, ya que es de
un solo objeto sensible; de otro lado, especfíicamente es un solo sentido en
acto o una sola operación sensitiva, porque se produce según una sola potencia
(de la misma manera que todas las visiones de cualesquiera objetos sensibles
visuales son de la misma especie por la unidad de la potencia; pero la visión
de una realidad difiere numéricamente de la visión de otra realidad). En
consecuencia, si hay un solo sentido en acto, es necesario que exprese una sola
cosa, esto es, que juzgue; luego es preciso que, si hay muchos sensibles, se
mezclen en una unidad; y si no estuviesen mezcla dos, es necesario que sean dos
los sentidos en acto, o sea, que sean dos las operaciones sensitivas.
261. Ahora bien, es
necesario que de una sola potencia haya, en un mismo tiempo indivisible, una
sola operación, ya que de una sola cosa puede mnicamente haber a la vez un solo
uso y un solo movimiento. Por lo tanto, como la operación sensitiva es
solamente un uso por el que el alma se sirve de la potencia sensitiva’ y como
también es un movimiento de la propia potencia en cuanto que el sentido es
movido por el objeto sensible, y como la unidad del sentido se corresponde con
la unidad de la potencia, no es posible que simultáneneamente dos cosas sean
sentidas en un mismo sentido. Luego si los objetos que son de un solo sentido
no pueden sentirse simultáneneamente neamente cuando son dos, parece evidente
que ai:in menos se han de sentir simultáneneamente los sensibles que pertenecen
a diversos sentidos, como lo blanco y lo dulce.
262. Aclara luego
esta consecuencia, diciendo que parece que de ningtín otro modo juzga el alma
que algo constituye numéricamente una unidad a no ser en la medida en que
simultáneneamente espercibido por ella (pues la operación sensitiva es
numéricamente una en cuanto que es simuit como se ha dicho). Pero el alma
manifiesta que algo constituye una unidad espec(fica, no porque sea sentido
simultáneneamente sino porque es el mismo sentido el que juzga a ambos objetos
y porque es el mismo el modo por el que siente a ambos objetos.
263. Para
desarrollar eso que había dicho, añade que el mismo sentido propio juzga de dos
cosas diversas, a saber, del blanco y del negro y, de se mejante modo, juzga lo
dulce y lo amargo un sentido que es idéntico en mismo (puesto que ambas cualidades
se conocen por el mismo sentido, a saber, por el gusto). Pero el sentido que,
existiendo consu propia identidad, conoce lo dulce y lo amargo, es distinto del
que conoce lo blanco y lo ne gro. Sin embargo, uno e idéntico sentido conoce de
distinto modo a ambos contrarios (en efecto, conoce a uno como poseído y algo
perfecto, y al otro como privación y algo imperfecto: pues todas las cosas
contrarias se comportan de esta manera); sin embargo es el mismo el modo por el
que uno y otro sentido conocen sus afines esto es, los principios que les
corresponden proporcionalmente. Pues, del mismo modo en que el gusto siente lo
dulce, la vista siente lo bianco; y como la vista siente lo negro, así el gusto
lo amargo.
264. En
consecuencia, es evidente que el alma juzga que algunas cosas son de diversa
especie, o de diverso sentido, como lo bianco y lo dulce, o de diverso modo,
como lo blanco y lo negro; pero juzga que es una numéricamente porque la siente
simultáneneamente. Luego, si es imposible que lo que es uno especfíicamente sea
uno numéricamente, parece imposibie que el alma sienta simuit o bien los
objetos sensibles que son conocidos por diversos sentidos, o bien los sensibles
que son conocidos por un solo sentido, pero de modo distinto, aunque parece que
estos éltimos son menos diversos
CAPÍTULO XVIII: [Ausencia de simultaneidad de sensaciones
por la contrariedad de objetos sensibles] 448a1 —448b16
265. Después de
haber puesto dos argumentos para demostrar que no su cede que dos sentidos perciben
simultáneneamente, aquí, para demostrar esto mismo, expone la tercera razón o
argumento que se basa en la contrariedad de los objetos sensibles. Afirma
Aristóteles que las modificaciones que se producen por elementos contrarios son
contrarias, como la calefacción y el enfriamiento, esto es, como la acción de
calentar y la acción de enfriar. Los contrarios no pueden estar en el mismo
sujeto ltomo, esto es, indivisible (en el mismo sujeto divisible pueden
encontrarse simultáneneamente los contrarios de acuerdo consus diversas
partes). Ahora bien, es evidente que los objetos sensibles que caen bajo un
solo sentido son contrarios, como lo dulce y lo amargo: luego no pueden
sentirse al mismo tiempo.
266. Hay un
fundamento semejante en los objetos sensibles que no son contrarios, a saber,
en los intermedios, de los cuales unos se aproximan más a un extremo y otros más
al otro, como antes se ha dicho de los colores y de los sabores; puesto que de
los colores intermedios, unos se aproximan o pertenecen al blanco, otros al negro;
y, de modo semejante, entre los sabores intermedios, unos pertenecen al dulce,
otros al amargo: la misma razón se halla en todas las mezclas, dado que las
diversas mezclas tienen una cierta contrariedad, ya que se producen según las
diversas proporciones que guar dan entre sí una cierta oposición, como es claro
en las consonancias, una de las cuales es el diapasón que consiste en una
proporción doble, esto es proporción de dos a uno; otra es el diapente que
consiste en una proporción sexqualtera, que es la proporción detres a dos; pero
esas mezclas que están formadas de diversas proporciones no pueden percibirse
simultáneneamente, debido a la oposición de las proporciones, a no ser que
oportunamente sean sentidos dos como una sola unidad, ya que así se haría una
sola proporción formada de diversos elementos extremos.
267. Demuestra
Aristóteles consecuentemente que las diversas proporciones son opuestas según
la doble oposición que se encuentra en los núme ros: una de las cuales es la
proporción de mucho y poco, y según esto se oponen la proporciÓn del doble y la
proporción de la mitad (pues la proporción del doble es del mucho al poco; y la
proporción de la mitad es del poco al mucho). Por otra parte, está la
proporción de par e impar; y, según esto se oponen la proporción dupla y la
sexquidltera (la proporción dupla es de dos a uno, casi como de par a impar,
pues el uno es la forma del número impar; en cambio la sexquiàltera es la
proporción detres a dos, que es la forma de impar a par).
268. For consiguiente
queda patente que no pueden sentirse simultáneneamente los objetos sensibles
que caen bajo el mismo sentido.
Pero, más distan entre sí las cosas que existen
en diver género y se corresponden co-elementalmente y. gr. lo dulce y 1o
blanco, que las que son del mismo género; en efecto, las que son de un mismo
género no se distin guen por la especie, sino por el modo de sentirlas, como el
blanco y el ne gro. En cambio, las cosas que pertenecen a diversos géneros
pueden dife renciarse por la especie, no sébo por parte del sentido, sino
también por parte del modo, como el dulce se diferencia más del negro que del
blanco; por lo tanto, menos pueden sentirse simultáneneamente pues sentirse
simultáneneamente es como formar una sola unidad, como se ha dicho antes Así
pues, si debido a la contrariedad no pueden sentirse simultáneneamente esas
cosas que son de un solo género, mucho menos podrá sentirse simultáneneamente
las cosas que son de diversos géneros.
269. A continuación,
excluye una falsa solución a esta cuestión. Y, primero, la describe. Segundo,
la reprueba.
Afirma, pues, en primer lugar, que algunos
autores, al tratar de las sinfonías, esto es de las consonancias musicales,
afirmaron que los sonidos consonantes no llegan al mismo tiempo al oído, sino
que parece que llegan a la vez, porque el tiempo medio es imperceptible, debido
a su pequeïiez. Sobre lo cual puede surgir la duda de si esto se afirma
correctamente o no; pues si esto es correcto, alguien, estando de acuerdo
conlas razones dadas, podrá de manera semejante decir congruentemente que no es
posible ver y oír a la vez, sino que parece que sucede esto, porque se nos
ocultan los tiempos interme dios de la visión y de la audición.
270. Luego,
desaprueba la solución expuesta. Sobre este punto, hace tres apartados.
Primero, elimina el supuesto de dicha solución. Segundo, prueba lo que había
expuesto. Tercero, manifiesta la verdad sobre esto.
Afirma, en primer término, que no es verdad lo
que supone la solución expuesta, a saber, que hay un tiempo imperceptible o que
se oculta al sentido; no existe un tiempo imperceptible, sino que todos los
tiempos se sienten.
271. Luego prueba lo
que había expuesto, condos razones. Acerca de la primera de estas razones, ha
de considerarse que el tiempo no se percibe como una realidad permanente
expuesta al sentido, como se percibe el color o el tamaño; sino que el tiempo
se siente porque se siente algo que está en el tiempo; y, por esto se sigue
que, si un tiempo no esperceptible, es porque lo que está en ese tiempo no esperceptible.
Por consiguiente afirma Aristóteles que si alguna vez alguien siente que él
mismo está en un tiempo continuo entonces no se le puede ocultar que ese tiempo
existe: es evidente que el hombre o cualquier otra realidad se hallan en un
tiempo continuo. Y cuantas veces se diga que el tiempo pequeño es
imperceptible, obviamente entonces se le ocultar al hombre, si él está en ese
tiempo, y se le ocultar además si en ese tiempo ve o siente; pero esto es
completamente absurdo: luego es imposible que tiempo alguno sea imperceptible.
272. Expone después
la segunda razón; en torno a esta cuestién, en primer lugar, ha de considerarse
que, como dice Aristóteles en el libro V, 1 de la Física, algo se mueve
o es movido detres modos. De un modo, accidentaimente, como si decimos que el
mdsico anda. De un segundo modo, parcial mente, como si decimos que el hombre
está curado, porque su ojo está curado. De un tercer modo, primordial y
esencialmente, cuando algo es movido o mueve no porque una parte suya se mueva
o mueva, sino porque el todo es movido de acuerdo concualquier parte suya.
Semejantemente, puede decirse que algo es sentido detres modos. Uno,
accidentalmente, como lo dulce es visto. De otro modo, parcialmente, como si
decimos que el hombre es visto, porque su cabeza sola es vista. De un tercer
modo, primor dial y esencialmente, a saber, no porque una parte suya es vista.
273. Afirma, en
consecuencia que, si hubiere alguna magnitud imperceptible por su pequeñez,
bien sea detiempo o incluso de una realidad corporal, se seguiría que ni el
tiempo ni ninguna realidad es la sentida o es la que el sentido siente, ni en
el tiempo se siente así, a no ser en algo del tiempo. Como si dijera: ningi
tiempo será prirnariamente sensible, si no decimos que es sentido en alguna
parte suya.
Respecto a la realidad corpórea, añade: incluso
porque ve algo de ésta. Como si dijese: no habrá ninguna magnitud corpórea que
no se sienta, porque alguna parte de ella es sentida; lo que significa que no
es sensible primariamente.
274. Para probar lo
dicho, añade que si uno ve o siente mediante un sentido cualquiera en un tiempo
continuo, mas no en virtud de una parte detiempo o de magnitud y, contodo, da
por sentado que existe magnitud y tiempo imperceptibles por su pequeñez,
consecuentemente habría magnitud detiempo o realidad corporal, v. gr. AGB,
siendo GB la parte de esa magnitud que es imperceptible por su pequeñez.
Por lo tanto, de esa parte imperceptible por su pequeñez
no podrá decirse que se siente en alguna parte de él, siendo el tiempo
imperceptible, ni que se siente algo de él, siendo el cuerpo imperceptible; de
la misma manera que decimos que uno ve la tierra, cuando realmente ve sóbo una
parte; o decimos que algo anda en el año, cuando realmente sébo recorre una
parte del mismo. Luego, no siente nada en GB, pero se da por sentado que siente
todo AB, sea tiempo o sea cuerpo, puesto que es sentido en lo restante, a saber
en AG.
275. ET mismo
argumento tenemos sobre la magnitud AG, la cual deci mos que se siente: porque
alguna parte suya ser imperceptible por su pequefiez, y así se dir siempre que
cualquier objeto sensible es sentido, porque se percibe en alguna parte de él,
si es tiempo, o porque algo de él es sentido, si es cuerpo: no es sentido el
todo, como tampoco AGB. Pero esto parece ab surdo. Luego no hay tiempo alguno o
cuerpo alguno que por su pequeñez sean imperceptibles.
***
276. Sin embargo,
parece que este argumento no es eficaz. Pues algo espercibido porque tiene
capacidad de modificar el sentido: se prueba en el libro VII, 9 de la Física
que si un todo mueve a un móvil en un tiempo, no es preciso que una parte de él
mueva a ese móvil en cualquier tiempo, y sin embargo decimos que es primer
motor porque lo mueve todo, aunque casualmente ninguna parte suya mueva. De modo
semejante, puede decirse que algo es primordialmente sensible, aunque algunas
partes suyas sean imperceptibles, debido a su pequeñez.
277. Pero, respecto
a esto, ha de decirse que hay diferencia de hablar de una parte que existe en
el todo y de una parte que está separada del todo. En efecto, la parte de un
motor en sentido primario, si está separada, no podnl mover: pero, si,
existiendo en el todo, no concurriera a la capacidad de mover que tiene el todo
entero, sino que tuviera toda la capacidad motriz, se seguiría que el todo no
sería primordialmente motor, sino que lo sería en razón de la parte a la que
pertenece la capacidad motriz. También, de modo semejante, nada impide que una
parte, tomada por separado, se oculte al sentido, debido a su pequeilez, como
se ha mantenido anteriormente. Sin embargo, esta parte, en cuanto existe en el
todo, cae bajo el sentido, dado que el sentido recae sobre el todo sin la
exclusión de parte alguna. Esto se ha expuesto con el fin de aclarar esta duda.
***
278. Consecuentemente,
invocando esta duda, muestra qué hay de verdad acerca de lo expuesto. Afirma
que todas las cosas, ya sean grandes, ya pequeñas, son perceptibles, pero no
son vistas como son, esto es, no son vistas de modo completo según son: como es
evidente en el sol, cuyo tamaño es mucho mayor que la tierra; y sin embargo,
debido a que está alejado, parece del tamaño de cuatro codos, o incluso menor.
Semejantemente también, aunque todas las cosas sean por naturaleza perceptibles
al sentido, sin embargo, no es visto en acto todo lo que es, sino a veces lo
indivisible, pero viendo lo no-indivisible.
279. Pero esto puede
interpretarse de dos modos. De un modo, según que el indivisible sea un cuerpo
natural mmnimo, el cual no puede dividirse más sin que se corrompa,
absorbiéndose entonces en el cuerpo que lo contiene. Entonces ocurrir que el
cuerpo indivisible es, sin duda, perceptible en sí mismo, y sin embargo, el
sentido no puede percibir ese cuerpo indivisible.
De otro modo, según que el indivisible sea lo
que no está dividido en acto, como parte que es de un continuo; y el sentido no
ve en acto esa clase de indivisible.
Conviene a ambas nociones de indivisible lo que
Aristóteles añade: la causa de esto ha sido expuesta antes en la determinación
de la primera cuestión. Parece, empero, que lo mostrado en segundo lugar es
mejor, porque con ello se resuelve la objeción arriba expuesta, a saber, porque
una parte cualquiera de una magnitud continua se siente, sin duda, en el todo,
en cuanto que está en potencia en este mismo todo, aunque como separada no se
sienta en acto.
280. Finalmente
concluye afirmando que, de lo expuesto, es manifiesto que ningén tiempo es
imperceptible.
CAPÍTULO XVIII: [La simultaneidad de sensaciones opuestas en
un sentido] 448b16 449b4
281. Una vez que
Aristóteles excluye la solución falsa, aquí intenta averiguar la solución
verdadera. Desarrolla este tema en tres partes. Primero, indaga la verdad de la
cuestión expuesta. Segundo, prueba algo que había presupuesto en lo antes
referido. Tercero, pone epílogo a cuanto se ha dicho en este libro. A la vez,
el primer punto lo desarrolia en dos apartados. Primero, propone su plan.
Segundo, desarrolia su propósito.
Afirma, en primer término, que, conforme a lo ya
descartado —algunos afirmaron que muchas cosas eran percibidas
simultáneneamente no como si eso aconteciera en lo indivisible del tiempo según
la verdad de lo real, sino como si aconteciera en un tiempo que es
imperceptible por su pequeñez—, conviene reconsiderar la objeción provocada
antes: a saber, si sucede o no sucede que muchas cosas son percibidas
simultáneneamente entendiendo por “simultáneneamente” lo que existe en lo
indivisible del tiempo.
282. A continuación,
suponiendo que el viviente animado perciba simultáneneamente diversos sensibles
—pues experimentamos esto claramente—, in tenta averiguar cómo es posibie esto.
Para resolver esa cuestión, pone tres apartados.
Primero, propone un modo falso de percibir simuit diversos objetos sensibles.
Segundo, lo desaprueba. Tercero, propone el modo verdadero.
Por lo tanto, afirma, en primer lugar, que,
iniciaimente ha de considerarse si es posible sentir diversos objetos sensibles
por una parte del alma, como si el alma sensitiva no fuese indivisible —esto
es, que no puede dividirse—, pero sea indivisible detal manera que no esté
dividida en acto y como si fuera un todo continuo. Si entendemos que la parte
sensitiva del alma es como algo continuo, se desvanecerían las razones
expuestas, dado que nada impedirá que haya diversos y contrarios objetos
sensibles en la potencia sensitiva del alma según sus diversas partes, de la
misma manera que observamos que un cuerpo es blanco en una parte y negro en
otra.
283. Después,
desaprueba el modo predicho. En torno a esto, desarrolla tres puntos. Primero,
demuestra lo que se seguiría por el hecho de que un sentido, por ejemplo, la
vista, se dividiera en varias partes. Segundo, muestra que eso es imposible.
Tercero muestra lo mismo, en cuanto tampoco es posible en los restantes
sentidos.
Afirma, en primer término, que cuando
aconteciera que sentimos muchos objetos sensibles por el mismo sentido, como
cuando la vista discierne entre el blanco y el negro, convendría decir por la
misma razón que el ojo percibe los diversos colores de acuerdo consus diversas
partes: y así se seguiría que el mismo sentido tendría varias partes idénticas
en especie; pues no puede decirse que las partes del sentido de la vista se
diferencien en especie, porque todo lo que espercibido por la vista es del
mismo género; ahora bien, en las potencias sensitivas no se diferencia nada en
especie, a no ser por los diversos géneros de objetos sensibles.
284. Luego
desaprueba lo dicho condos argumentos.
Primer argumento: si alguien tuviese la
ocurrencia de decir que el hecho de que hay dos órganos de la vista —a saber,
dos ojos— permite afirmar que en el alma sensitiva hay también dos vistas, hay
que responder que esto es falso: porque de los dos ojos se produce algo unico y
una es la ope ración de ambos ojos, a saber, en cuanto que la visión de ambos
ojos añuye por ciertos nervios en un órgano interno visivo que está ubicado
cerca del cerebro, como se ha dicho antes. Si, de manera semejante, en el alma
se produce algo uno procedente de las dos vistas, por el hecho de que ambas
vistas añuyen en un solo principio, a éste solo se le atribuirá la operación de
sentir; ahora bien, si se mantienen separadamente las dos vistas en el alma, de
manera que no añuyan en un solo principio, entonces las vistas no se comportar
en el alma de manera semejante a como se comportan los ojos en el cuerpo; y,
así, la semejanza establecida no ha sido conveniente para aclarar nuestro
propósito. Luego, no parece que se diga razonablemente que existan dos vistas
en el alma.
285. Expone el
segundo argumento: afirma que, según la postura expuesta antes, tendría que
haber varios sentidos que se identifiquen en especie, por ejemplo, habría
varias vistas o varios oídos —esto es como si alguien dijera que las ciencias
que no se diferencian en especie son muchas en un mismo hombre, por ejemplo,
muchas gramáticas o muchas geometrías—; sin duda, es posible que baya
numéricamente varias gramáticas o varias vistas en diversos hombres, pero no en
un solo y mismo hombre: como tampoco hay numéricamente varias blancuras en uno
e idéntico sujeto. Para demostrar que no puede haber muchos sentidos de la
misma especie en el mismo sujeto, añade: porque la potencia sensitiva y la
operación se emparejan reci procamente, de manera que no hay potencia sin su
propia y esencial ope ración, ni operación sin potencia propia. Ahora bien, la
operación sensitiva se distingue por sus objetos sensibles y, por ello, cuando
hay completamente los mismos sensibles no hay diversas potencias sensitivas que
causen diversas operaciones. De manera semejante sucede en los hàbitos de las
ciencias, cuyos actos se distinguen según.in sus objetos.
286. A continuación
muestra que esto es imposible en los objetos sensibles de los diversos
sentidos, a saber: que sean percibidos por otra parte del alma. Y afirma que,
si los objetos sensibles de diversos géneros son percibidos por algo que en el
alma es algo único, idéntico e indivisible, es evidente que, conmucha más
razón, sean percibidos otros objetos sensibles que son de un solo género. En
efecto, se ha probado antes que destacadamente su cede que las cosas que son de
un solo género se sienten simultáneamente y no las que son de diversos géneros;
y esto es sobre todo verdad respecto a la identidad del sujeto sentiente
Aristóteles prueba que la misma e indivisible alma siente los objetos sensibles
que son de diversos géneros, porque si el alma siente en una parte suya lo
dulce y en otra lo blanco, entonces o de esas dos partes hay algo uno o no lo
hay. Pero es preciso afirmar que hay algo uno a lo que se refieran todas esas
partes, a saber, los diversos sentidos, porque el alma sensitiva es una parte
del alma; y no se puede decir que la parte sensitiva del alma corresponda a un
único género de los objetos sensibles; a no ser que casualmente se dijera que,
detodos los objetos sensibles de los sentidos particulares —por ejemplo, del
color, del sonido etc.—, se forma un solo sensible que correspondería a esta
sola parte del alma sensitiva que es común a todos los sentidos propios; ahora
bien, esto es imposible. Luego, es necesario que exista algo uno en el alma,
por el que el viviente animado perciba todos los objetos sensibles; pero cada
género por cada sentido, por ejemplo, el color por la vista, el sonido por el
oído, etc.
287. Ha de
considerarse aquí que, donde quiera que estén las diversas potencias ordenadas,
la potencia inferior se relaciona con la superior a modo de instrumento, puesto
que la superior mueve a la inferior. Pero la acción es atribuida al agente
principal por medio del instrumento: así decimos que el artesano corta por
medio de la sierra. De este modo Aristóteles dice que el sentido comï percibe
por medio de la vista, del oido y de los otros sentidos propios que constituyen
diversas partes potenciales del alma, pero no partes diversas de un continuo,
como se decía más arriba.
288. Después muestra
cémo la misma parte del alma indivisible puede sentir simultáneneamente los
diversos objetos sensibles. Señala dos modos.
El primero lo expone brevemente y de manera
oscura, porque lo ha cx puesto en el libro Del alma abiertamente. Para
aclarar esto, ha de conside rarse que, como las operaciones de los sentidos
propios se refieren al sentido común como a un principio primero y común, de
ese mismo modo se com porta el sentido común in respecto a los sentidos propios
y a sus operaciones, a saber, como un punto único respecto a diversas líneas
que añuyen en él mismo. Ahora bien, el punto que es término de las diversas
lineas, en cuanto que es considerado en sí mismo, es uno e indivisible. De este
modo, el sentido común, en cuanto que es en si mismo indivisible, es en acto
una sola virtud sensitiva de lo dulce y de lo blanco; de lo dulce a través del
gusto, de lo blanco a través de la vista. Ahora bien, si se considera el punto
por separado, en cuanto que es término de una linea concreta, y por separado
también, en cuanto que es término de otra línea, así es divisible en cierto
modo, porque nos servimos de un punto como de dos. Sen el sentido común, cuando
es considerado como algo divisible, por ejemplo, cuando juzga por separado lo blanco
y juzga por separado lo dulce, es distinto según su acto. En cambio, en cuanto
que es uno, juzga las diferencias de los objetos sensibles. conesto se
desvanecen las dificultades expuestas antes, porque en cierto modo es uno, y en
cierto modo no lo es, en cuanto percibe diversos objetos sensibles.
289. Explica a
continuación el segundo modo, es decir, cémo la misma parte del alma
indivisible pueda sentir simultáneneamente diversos sensibles.
Afirma Aristóteles que, como sucede en las cosas
exteriores, as también puede decirse que ocurre en el alma. En efecto, vemos
que un solo cuerpo numéricamente idéntico es bianco y dulce, y tiene también
otras muchas cualidades de esta fndoie que le son predicadas accidentalmente,
siempre que tales propiedades no queden separadas entre sj, como sucede cuando
un cuerpo retiene la blancura y pierde el duizor; pero, mientras no quedan
separadas estas propiedades, lo dulce y lo blanco permanecen idénticas en el
sujeto, aunque se diferencian en el ser. Del alma puede decirse algo semejante,
pues lo que en el sujeto es uno y io mismo, también es potencia sensitiva
detodos los objetos sensibles, tanto de los que se diferencian por el género
—como lo blanco y lo dulce—, como de los que se diferencian por la especie
—como lo blanco y lo negro—. De acuerdo conesto ha de decirse que el alma
percibe los diversos objetos sensibles en cierto modo como si fueran uno y lo
mismo, a saber, en el sujeto; y en cierto modo como si no fueran lo mismo, a
saber, en cuanto que se diferencian conceptualmente.
[DUDAS]
[I]
290. Contra esto
puede aizarse una objeción: pues en las realidades extranímicas, aunque una
misma cosa pueda ser dulce y blanca, sin embargo no puede ser a la vez blanca y
negra; así parecería que el alma no puede sentir simulUmneamente los objetos
sensibles de un solo género, al ser contrarios.
291. Aristóteles
rechaza esta objeción en el libro II, 27 Del alma al decir: Indica la
solución al afiadir: detal guisa es el sentido y la inteligencia; dando a
entender conesto que no se comportan en el sentido y en la inteligencia
completamente igual que en los cuerpos naturales. En efecto, el cuerpo natural
recibe las formas según su ser natural y materiai, en cuanto que tienen en si
contrariedad: por esto, un mismo cuerpo no puede recibir simultétneamente la
blancura y la negrura; pero el sentido y la inteiigencia reciben las formas de
las realidades de modo espiritual e inmaterial, de acuerdo consu ser
intencional, y así no poseen contrariedad. De ahí que el sentido y la
inteligencia puedan simultáneneamente recibir las especies de los objetos
sensibles contrarios. Algo semejante puede verse en lo diáfano porque una e
idéntica parte de él es modificada por lo blanco y por lo negro, dado que la
modificación no es material según su ser natural, como antes se ha dicho.
292. También hay que
tener en cuenta otra cosa: que el sentido y la inteligencia no sólo reciben las
formas de las cosas, sino también emiten un juicio sobre ellas: ahora bien, el
juicio que se hace de los contrarios no es contrario, sino uno y el mismo, dado
que por medio de uno de los contrarios se forma el juicio del otro. Respecto a
esto, es verdad lo que antes se ha dicho, que mejor pueden sentirse
simultáneneamente los objetos sensibles del mismo género —pues de uno de ellos
se juzga por el otro—, que los sensibles de diversos sentidos.
[II]
293. En torno a esto
hay otra duda: porque, por las palabras de Aristóteles parece que se confirma
la opinión de los Estoicos, quienes dijeron que el color, el olor y otros
objetos sensibles no son percibidos por potencias diferentes; atln mas, que no
hay diversas potencias de los sentidos, sino que el alma misma conoce por sí
misma todos los objetos sensibles, existiendo a lo sumo una diferencia de razón
Pero hay que decir que la solución a esto supone
la primera. Por lo tanto, ha de entenderse que el alma, esto es, el sentido
comr que existe realmente como uno en número, pero como diferente idealmente
por la mera razón, conoce los diversos géneros de los objetos sensibles que,
sin embargo, se refieren a él segtiin las diversas potencias de los sentidos
propios.
***
294. Luego prueba lo
que habia dado por supuesto, a saber, que sólo se siente lo que tiene cantidad.
Afirma también que es manifiesto que todo objeto sensible es una cantidad y
nada indivisible es sensible. Para probar esto, añade que hay una determinada
distancia desde la cual es imposible que algo sea visto: y afirma que esa
distancia es infinita, porque si esa distancia se extiende hasta el infinito,
de ahí nada se ve. Pero hay una distancia desde la que algo es visto, y esta
distancia esfinita: porque algo comienza a ser visto a partir de una distancia
finita. Y cosa semejante sucede con los otros sentidos que, sin tocar los
objetos sensibles, perciben desde una cierta distancia mediante un mdio
externo, como ocurre con el oido y el olfato.
295. Así pues, al
ser infinita la distancia desde donde algo no se ve, debido al alejamiento de
la vista, y al ser finita cuando está dentro del radio de la vista, se sigue
que hay un limite último a partir del cual no se ve nada. Ahora bien, la
distancia desde la que algo es visto es finita por ambas partes. Por
consiguiente, hay que establecer algún término, a partir del cual algo puede
ser visto; pero, todo lo que es medio entre dos cantidades reciprocamente
continuas es indivisible; luego es necesario que exista algo indivisible más
alh de lo cual no puede sentirse nada y más ac de lo cual es preciso que algo
sea sentido. En consecuencia, si algo indivisible fuera perceptible y se encontrara
dentro de dicho término indivisible, se seguiría que eso sería a la vez visible
e invisible: invisible ciertamente, en cuanto que está en el término de una
distancia invisible; por otro lado, sers visible en cuanto que está dentro del
término de la distancia visible; ahora bien, esto i es imposible. Luego también
es imposible lo primero, a saber, que algo indivisible sea sensible. Pues, si
algo indivisible se colocara en el término señalado antes, en parte se vería y
en parte no se vería, pero esto no puede decirse de lo indivisible.
***
296. Mas, por otro
lado, parece que esta prueba no tiene validez; porque no hay que poner un
término desde el que todas las cosas visibles comienzan a verse; dado que los
objetos mayores son vistos a mayor distancia, y los más pequeños son vistos a
una distancia menor.
Pero hay que contestar que cada uno de los
objetos sensibles es visto a una distancia determinada. Luego si lo
indivisible, que se da por cierto que puede ser percibido, fuera visto desde
una determinada distancia, al igual que si fuera algo divisible, el argumento
de Aristóteles sería concluyente. Mas si no fuera posible determinar una
distancia, desde la cual se comienza simulUmneamente a ver conalgo divisible,
se seguir de nuevo que no puede verse de ningén modo: es necesario, pues, tomar
una distancia proporcional desde la cual se ve algo divisible conforme a la
relación de los tamafios que son vistos. Ahora bien, no hay proporción alguna
indivisible respecto a una magnitud divisible, como los puntos respecto a la
linea. Así se se seguirà que lo indivisible no pueda verse desde ninguna
distancia: puesto que de cualquier distancia hay una proporción a otra
distancia. Por consiguiente, si lo indivisible es visto, se seguirà que sería
visto unido a la vista, lo cual va contra la razón de ser de la vista y de los
otros sentidos que perciben sin contacto. Así, pues, lo indivisible no puede
ser percibido, a no ser casualmente en cuanto que es término de lo continuo, al
igual que se perciben los demás accidentes de los cuerpos continuos.
***
297. Después pone el
epílogo a lo que se ha dicho en este libro y lo une a la exposición siguiente.
Dice que se ha hablado de las virtudes sensitivas, esto es, de los órganos del
sentido y de los objetos sensibles, y de qué manera se relacionan con el
sentido tanto en general como según cada uno de los órganos de los sentidos, en
parte en este libro y en parte en el libro Del alma. Entre los demás
temas que se primero se han de onsiderar está la memoria, la reminiscencia y el
sueño. En efecto, de la misma manera que lo presente es conocido por el
sentido, así también lo pretérito se conoce mediante la memoria, y en el suefio
se produce un cierto preconocimiento del futuro.