A propósito de la
película
“La última
tentación de Cristo”
R. P. Álvaro Calderón
[Artículo originalmente
publicado en el
Suplemento Doctrinal de la
Revista Iesus Christus N° 48]
¡Tan desfigurado estaba su
aspecto! Isaías 52, 14
Tan débil parece hoy nuestra
Iglesia, que del mundo ya casi sólo esperábamos indiferencia. Pero preciso es
confesar que no es así. Apenas se logra enredar algo católico en un escándalo,
son toneladas de basura lo que los “medios de comunicación” descargan sobre los
cerebros de la gente. O ante el más leve movimiento vital del catolicismo no
deja de sorprendernos la gritería que se arma. Esto no nace sólo del desprecio,
es señal de interés en muchos, y en otros, parece... de miedo. Después de dos
mil años de historia, han aprendido a desconfiar de la Iglesia, aunque la vean
muriendo.
No está aquí lo más grave.
Estos son enemigos declarados, enemigos “tradicionales”, que recibimos por
herencia junto con la fe. Lo verdaderamente grave es el cáncer que carcome hoy
al catolicismo desde dentro. Hasta los principales órganos están infectados con
los principios del enemigo y, como pasa con el cáncer, mientras más se quiere
vivir más pronto se muere, porque las mismas funciones vitales de la víctima sirven
para agravar el mal. Al enterarnos que el Arzobispado había pedido que se
suspenda la emisión del blasfemo film de Scorsese, “La última tentación de
Cristo”, dijimos: al menos algo hicieron. Poco después hubo que cambiar el
juicio: más vale no se hubieran movido. ¿Por qué?
Por lo dicho. El pedido se
hace en nombre de la libertad de ver televisión: “La proyección del film
lesionaría la libertad, no sólo de los cristianos, sino de todos los
conciudadanos a los que no nos basta no ver algo porque nos parece que está
mal, resignándonos y apagando el televisor; queremos ver buena TV y, además,
que no nos ofenda.”[1] Pues bien, en nombre de esa misma libertad caerá sobre
la jerarquía eclesiástica una verdadera lluvia de piedras, y más de una parece
haber dado en el blanco: “Hay millones de católicos que deberían reclamarle a
su Iglesia el derecho a ser adultos... Quarracino no puede, ni por un momento,
contener al gigante fascista que lo habita. Ese es el problema real.”[2]
Arrepentido, unos días después el Arzobispado se excusa de autoritarismo por
medio de la Agencia Informativa Católica Argentina (AICA), haciendo sólo
algunas breves advertencias “de manera tal que, sabiendo qué es lo que van a
ver, los fieles puedan elegir libremente el querer o no afrontar su
sensibilidad religiosa con la problemática presentada por el autor”[3]. Lo
mismo hará el Padre Balsa, firmante del pedido de suspensión, en un debate por
televisión, donde “cuestionó a quienes lo acusaron de querer el levantamiento
de un film sin haberlo visto: «Para saber que el dulce de leche es dulce de
leche o que el veneno es veneno no tengo necesidad de probarlo. Pero hay que
bendecir sobre todo la libertad»”[4] ¿Qué se había logrado? Dar mayor
publicidad a la película y más vergüenza a la Iglesia. Será el obispo de San
Isidro quien de todo esto saque una sabia conclusión: “Casaretto admitió que la
Iglesia todavía no encontró la forma de armonizar el respeto a toda
manifestación creativa del hombre y «el cuidado de la fe de nuestro
pueblo».”[5] ¡Ciertamente, para tan ímproba tarea no alcanzan ni dos mil años!
Pero, ¿se trata solamente de un indebido respeto al error que impide defender
eficazmente la doctrina católica? Por desgracia, en esta escaramuza, se
manifiestan enfermedades aún más graves y profundas. En el comunicado de AICA
se expone el argumento del film: “Con las copias [de la película] se
consultaron a distintas personas para que dieran a conocer su opinión. Los
resultados, casi unánimes, fueron los siguientes... Scorsese presenta un Cristo
en el cual se juega la lucha entre el espíritu y la carne. La lucha es
instrumento para que el carpintero colaboracionista del poder romano, llegue a
la conciencia mesiánica y de un Mesías que ha de sufrir. El espíritu va
triunfando y es probado en el desierto. Este es un punto clave, la tentación es
la de ser Mesías sin pasar por la cruz, quedando solamente el poder como
salida.” Ante un Cristo en el que lucha el espíritu contra la carne y que llega
por esa lucha a la conciencia mesiánica, ¿qué opinan las personas consultadas?
Llegan a las siguientes conclusiones: “La problemática esencial de esta
narración es la de la conciencia de Jesús, asunto que han tratado de dilucidar
teólogos de todos los tiempos. Se trata de un aspecto teológicamente difícil. Romano
Guardini ya señalaba la profundidad de este Misterio. En la fe debemos
contemplar ambas realidades, la gradualidad de la conciencia humana y el caso
único de Jesús, teniendo en cuenta que la Encarnación del Verbo, lo lleva a
dejar de lado la condición divina para asumir verdaderamente la condición
humana, lo cual, esencialmente, nos lleva a reconocer la lucha propia en el
Dios hecho hombre. Sería importante advertir de manera tal que, sabiendo qué es
lo que van a ver, los fieles puedan elegir libremente el querer o no afrontar
su sensibilidad religiosa con la problemática presentada por el autor. Estas
opiniones son las que se transmiten a las empresas con las que primeramente se
estableció contacto.” Parece no haber un problema doctrinal, sino sólo de
sensibilidad religiosa ante temas difíciles (nada dicen allí de las odiosas
escenas blasfemas del film, quizás lo den por supuesto).
La misma impresión dejan las
noticias publicadas. En el debate antes mencionado, según el diario, el P.
Balsa “admitió que el film puede llegar a herir la sensibilidad de un creyente
medio. «El impacto de algunas imágenes pueden hacer efecto en los adolescentes
o en personas de fe sencilla, que no son ignorantes y a lo mejor buscan un
Cristo tipo Hollywood, imagen que tampoco me gusta».” Para el P. Graham,
profesor de teología, “la inquietud de Scorsese es apasionante y necesaria,
pero el planteo que refleja la película no fue el camino buscado por Jesús...”
Mons. Casaretto “afirma que «difícilmente se haya encarado con tanta hondura
desde el punto de vista cinematográfico el dinamismo de la tentación» como en
la película de Scorsese, pero aclara que, para abordar la cuestión, el
realizador «camina en los límites». Según el obispo de San Isidro, a la luz de
la fe en Jesucristo, por la que se reconoce a éste como un Dios vivo y presente
en la historia, algunas escenas del film «son realmente molestas, y ver al
Dios-Hombre en una relación sexual hiere profundamente la sensibilidad de los
que creemos en El».”[6] Curioso, los únicos en ver también un problema
doctrinal y esgrimir argumentos teológicos son tres estudiantes de derecho,
legos en tal matéria[7]. ¿Qué es lo que ocurre? Parece haber demasiada
distancia entre las “personas de fe sencilla” y estos teólogos de fe complicada.
¿En quién debemos creer, en el Cristo tipo Hollywood de aquellos o en el Cristo
tipo Scorsese de éstos? Lo que ocurre es muy grave. Planteemos bien el problema
y hagamos un poco de historia.
Lo que había en el alma de
Nuestro Señor